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La canciller alemana, Angela Merkel, el presidente francés, Emmanuel Macron, y el presidente de Kosovo, Hashim Thaci durante la cumbre sobre los Balcanes en abril 2019. (Carsten Koall/Getty Images)

Antes las dudas de Bruselas sobre qué hacer en la región, Angela Merkel y Emmanuel Macron toman las riendas en los Balcanes, con una doble perspectiva.

A finales del mes de abril ha tenido lugar una minicumbre entre Alemania, Francia y los países de los Balcanes. A menos de un mes de las elecciones europeas no ha sido, por tanto, la Unión Europea, la instigadora de esta reunión, sino más bien las agendas de Berlín y París. En este encuentro informal la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Emmanuel Macron han intentado sentar las bases de lo que serán las relaciones con los Balcanes occidentales y su perspectiva europea durante los próximos años.

El acuerdo alcanzado entre Skopje y Atenas en torno al nombre de la República del Norte de Macedonia, tras 25 años de conflicto, en principio facilitaba la labor negociadora en relación con otro de los grandes desacuerdos de la región, la cuestión Serbo-Kosovar. En este contexto, tanto Macron como Merkel han querido comprobar por ellos mismos, y sin intermediarios como la Alta Representante, lo que estaba sucediendo entre ambos países. El punto de partida era las negociaciones entre Pristina y Belgrado sobre la posibilidad de una modificación fronteriza que hiciera posible, por un lado el reconocimiento de la estatalidad de Kosovo y su asiento en las Naciones Unidas y por otro, facilitar el proceso de incorporación a la UE de Serbia. Estas negociaciones, hechas públicas en agosto de 2018 y bruscamente interrumpidas por incomparecencia del siempre imprevisible presidente serbio, Aleksandar Vučić, en septiembre del mismo año en Bruselas, y por las disputas internas entre el presidente kosovar, Hashim Thaçi, y el primer ministro del país, Ramush Haradinaj, contrario a esta modificación fronteriza.

Esta interrupción de las conversaciones parece que no fue del todo amistosa. A partir de ese momento Vučić intentó conseguir que países reconocedores de Kosovo retirasen su reconocimiento, mientras Pristina subía un 100% las tasas a los productos serbios por la oposición de Belgrado a su incorporación a instituciones como la Interpol o la Unesco, a la vez que planteaba la creación de un ejército propio. Por tanto, la situación se encontraba una vez más estancada. Durante los primeros años tras la declaración de independencia, entre 2008 y 2011 el diálogo entre ambos fue inexistente. Los contactos comenzaron a iniciativa de Bruselas en 2013 y habían continuado en relación a cuestiones sobre la cooperación bilateral y la estabilidad regional con bastante fluidez.

Desde Bruselas, por su parte, han hecho su aparición las dudas respecto a cómo afrontar la perspectiva europea de estos países. Varios obstáculos se han puesto en su camino. Por un lado, la parálisis permanente en la resolución de conflictos regionales estancados durante décadas. Si la cuestión del nombre de Macedonia abrió una puerta a la esperanza, el bloqueo al que se ha regresado entre Serbia y Kosovo no encuentra respuestas en la Unión. Por otro lado, existe una profunda preocupación en el seno de la UE ante la posibilidad de una nueva ampliación cuando se cumplen ahora los 15 años de la incorporación de los países del Este a las instituciones europeas, y cuando se está viviendo una fuerte crisis de identidad en relación con la dirección que debe tomar Europa.

Este desconcierto, unido a la ausencia de certezas, ha hecho que, en el caso de los Balcanes, las dos principales potencias europeas, Alemania y Francia, hayan decidido tomar las riendas de la situación. Desde esta doble perspectiva es desde dónde se debe analizar la situación. Así Macron está temeroso de que una aceleración del proceso de ampliación podría fomentar el discurso más nacionalista y contrario a la incorporación de nuevos países y ciudadanos, dando impulso a aquellas fuerzas políticas que apuestan por posiciones más soberanistas y xenófobas. Por su parte, Merkel intenta que sus tesis contrarias a la modificación de las fronteras se hagan valer en una negociación bilateral con estos Estados. Frente al laissez-faire de Federica Mogherini, la canciller apuesta por el cumplimiento estricto del Acuerdo de Bruselas en el que no se mencionaba tal cambio fronterizo.

Por otra parte, también es relevante en este sentido tomar en consideración las posiciones de otros actores globales en relación al mismo. Así, Estados Unidos, a través del asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, ha manifestado públicamente su apoyo a las negociaciones para el cambio de fronteras, algo que también apoya el presidente ruso Vladímir Putin; aunque por razones distintas. Mientras, China y Turquía incrementan su presencia económica y comercial en la región, al tiempo que Europa pierde percepción de presencia ante estas poblaciones.

En definitiva, tanto en Kosovo como en Serbia asistimos a una suerte de política zombi y sin rumbo que sostiene a líderes salidos de los conflictos de la disolución de Yugoslavia, sin que haya habido ningún tipo de regeneración política. El mantenimiento del poder se sigue sosteniendo sobre una disputa entre elites gobernada por pulsiones etnocéntricas, aquellas que siguen movilizando y obteniendo apoyos por parte de la ciudadanía.

Desde Bruselas se sigue dudando sobre cómo actuar, cómo negociar con unos países que son imprescindibles para mantener la continuidad territorial europea y la seguridad fronteriza de la misma. El miedo a que cualquier modificación territorial que pueda romper los equilibrios y la tensa calma que se vive todavía hoy en la región es el vector sobre el que están trabajando los líderes europeos, una hoja de ruta que no parece la más adecuada. Las políticas reactivas no suelen funcionar como se espera de ellas. La ausencia de un Plan B para Balcanes sigue estando presente en la política comunitaria. De ahí el pobre resultado que ha salido de la reunión del 30 de abril, sólo la fecha de la siguiente reunión y ninguna conclusión.

Mientras, lo único seguro en todo esta situación es que es imprescindible llegar a un acuerdo entre Serbia y Kosovo para que éste consiga un asiento en Naciones Unidas y para que Serbia consiga la adhesión a la Unión Europea. Por no hablar de las crecientes dificultades por las que continúan atravesando las poblaciones de estos países, que se ven afectadas en grado sumo de cualquier decisión de las que se adoptan tanto desde Bruselas como desde los Estados miembros. Poblaciones que cada vez confían menos en las capacidades que tiene la UE para mejorar sus vidas.