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El Presidente de EE UU, Donald Trump,y su homólogo ruso, Vladímir Putin, en una cumbre del G20, 2017. Saul Loeb/AFP/Getty Images

Una minuciosa recopilación periodística de los pecados de Donald Trump con el Gobierno ruso de Vladímir Putin.


Conspiracion_portadaConspiración: cómo Rusia ayudó a Trump a ganar las elecciones

Luke Harding

2017, Debate


Cualquier seguidor de series policíacas estadounidenses sabe que para poder acusar al malo de un crimen, los buenos deben demostrar al menos tres cosas: medio, motivo y oportunidad. Es decir, que el acusado tenía los medios para cometer el crimen (un cuchillo, por ejemplo), que tenía motivos para hacerlo (una deuda impagada) y que tuvo la oportunidad de llevarlo a cabo (estuvo con la víctima en un callejón oscuro la noche del crimen). Pues bien, el libro de Luke Harding Conspiración: cómo Rusia ayudó a Trump a ganar las elecciones no demuestra que el presidente estadounidense conspirara activamente con el Gobierno ruso, pero sí que demuestra que Donald Trump y Vladímir Putin tuvieron los medios, los motivos y las oportunidades para hacerlo.

Luke Harding es el escritor adecuado para contar esta historia. Su experiencia como corresponsal en Rusia es imprescindible para desenredar una madeja que es muy complicada en su extremo ruso. Del lado estadounidense sólo se ve a un pequeño grupo de aduladores de Trump, presuntuosos e irresponsables, pero en Moscú hay mucho que saber antes de poder apreciar la verdadera importancia de las cosas. Rusia es una galaxia en la que todo gira alrededor de Putin y a veces un ministro es mucho menos poderoso que el presidente de una poco conocida empresa pública. Harding, que también cuenta con experiencia en los oscuros ambientes del espionaje, tiene los conocimientos necesarios para separar el grano de la paja en una historia difícil.

 

La fuerza de lo impensable

Vaya por delante que éste es un relato increíble. A veces el lector tendrá la tentación de pensar “esto no puede ser cierto” cuando el libro le ponga frente a frente con la incompetencia y el descaro del reducido grupo que hoy gobierna EE UU. Por favor, no lo haga. En el asunto ruso como en tantas otras cosas, Trump y los suyos se han visto beneficiados por la incredulidad de todos: de las autoridades estadounidenses, de los votantes, de sus socios extranjeros… La administración Obama, por ejemplo, no quiso armar un escándalo ante las primeras indicaciones de injerencia rusa porque creía que Trump iba a perder; muchos votantes no se creyeron lo que contaban los medios porque… “¡cómo va a reunirse el hijo de un candidato presidencial con enviados del Kremlin! ¿En persona? Nadie es tan tonto”; y los aliados tradicionales de EE UU pensaron que, tras advertir a Washington de los manejos de Moscú, era imposible que Trump fuera elegido. Todos se equivocaron.

Este libro es una demostración de cómo esa incredulidad general y el discurso ingenuo del “eso sí que no se atreverá a hacerlo” han permitido a Trump llegar hasta aquí y todavía le sitúan muchas veces por encima de sus rivales. Al Presidente le importan poco los usos y costumbres imperantes hasta ahora: le da igual ser el primer candidato en 40 años que no hace pública su declaración de impuestos, le da igual haber mentido una y otra vez respecto a los contactos de su campaña con el Estado ruso, le da igual ofender a gobiernos amigos y hacerse fotos con todos los dictadores del mundo… Hay que dejar ya de pensar que Trump no va a hacer algo simplemente porque “eso no se hace”. Solo la justicia o los votantes pueden pararle y ambos son lentos.

 

Una gran victoria rusa

Conspiración es la historia de todas las veces que Occidente se equivocó infravalorando a Trump, pero sobre todo la crónica de una exitosísima operación de inteligencia. Desde el punto de vista ruso, todo ha salido perfecto. Hagamos una cronología de lo que ha pasado aquí mirándolo desde el Kremlin: la inteligencia soviética se fija en Trump a finales de los 70 y empieza a cultivar una relación con él en 1987, desde 2008 ya hay un “intercambio fluido” de información y un esfuerzo ruso para financiar los negocios de Trump, en 2013 se hacen con un vídeo comprometedor sobre el candidato y en 2016 ponen toda su maquinaria a funcionar para atacar a su rival con filtraciones y noticias falsas. Son casi cinco décadas de concienzudo trabajo para lograr un éxito sin precedentes: colocar al hombre adecuado en la Casa Blanca.

No se puede dejar de valorar lo que ha hecho Putin. En un contexto económico negativo para Rusia, ha asestado a su principal rival el golpe más duro sufrido nunca. De hecho, el Kremlin ya tenía ganada esta partida desde el momento en que Trump se impuso en las primarias republicanas. El objetivo era desacreditar la democracia liberal estadounidense y el plan era el mismo que Moscú usa en Europa desde hace mucho: desinformar, impulsar a extremistas, desestabilizar, socavar la fe en el sistema… Pero es que además esta vez le ha salido bien. El daño al sistema es permanente y sigue creciendo. Si hubiera perdido, Trump habría sembrado dudas sobre la limpieza del proceso electoral y hubiera dividido a la sociedad estadounidense; con su victoria, todo eso sigue siendo cierto y además Rusia se asegura un gobierno débil e inestable en Washington, encabezado por alguien que nunca les pondrá en su sitio. Como bien señala Harding en Conspiración, Trump es un personaje muy sensible a cualquier tipo de afrenta y contraataca con rabia a aliados, veteranos de guerra, miembros de su partido… A todos, menos a los rusos. ¿Por qué?

 

Trump, en manos de Putin

Los motivos de Rusia para asociarse con Trump están bastante claros, los del Presidente estadounidense son más complejos y representan la mejor parte de Conspiración. Por un lado, si uno cree lo que cuenta el libro, hay una causa obvia e inmediata: Moscú tiene material comprometedor sobre Trump que éste no quiere que se haga público. Esto es importante, pero si ya sabemos que el Presidente tuvo una aventura con una estrella porno cuando su actual mujer acababa de dar a luz… ¿Qué pueden tener los rusos peor que eso? Otra opción es el dinero. Toda la financiación rusa que hay en sus negocios podría desaparecer, empujando a Trump a una bancarrota que le quitaría su mejor activo político: su imagen de exitoso hombre de negocios. Pero una tercera pata, menos espectacular pero muy plausible, es la posibilidad más que real de que Trump se sienta ideológicamente cercano a Putin. Conspiración da por hecho que su vínculo con el Kremlin es material o servil, pero pensémoslo un momento: ¿no es Trump un ferviente nacionalista como Putin?, ¿no ha demostrado que le estorba la separación de poderes y cree en una autoridad fuerte, la suya?, ¿no comparte con el presidente ruso una visión del mundo, especialmente en la lucha contra Daesh?

Seguramente haya un poco de todo: es probable que Trump no quiera enfadar a Rusia y también que se sienta más cerca de un autócrata como Putin que de un icono liberal, en el sentido anglosajón de la palabra, como el Primer ministro canadiense, Justin Trudeau. Lo que está claro es que el Presidente ha empeñado su capital político en asegurar que Rusia no es el enemigo y eso le va a tener en una situación de desventaja durante el tiempo que dure su mandato. Si cambia de rumbo y decide poner límites a la agresión del Kremlin, pagará el precio político de haber afirmado durante meses que esa agresión nunca ha existido. Si por el contrario mantiene curso fijo, se verá obligado a hacer la vista gorda ante todas las jugarretas pasadas y futuras de Moscú.

 

Un libro demoledor… ¿E inútil?

Si hay una cosa segura, es que el lector que acabe Conspiración no podrá creer jamás a Trump cuando dice que toda la polémica de su relación con Rusia es “una caza de brujas” y “una excusa inventada por los demócratas”. Alguno de los hechos relatados a lo largo de trescientas y pico páginas puede ser falso, casual o malintencionado, pero hay tal acumulación de evidencias que al menos queda acreditada la necesidad de una investigación seria. Fijémonos solamente en los hechos reconocidos por el propio círculo de Trump o por la inteligencia de EE UU: sabemos que los dos principales asesores de su campaña en política exterior se reunieron con altos cargos rusos para hablar de retirar sanciones; sabemos que Rusia filtró los correos de Hillary Clinton pero, pese a tenerlos, no difundió los del Partido Republicano; sabemos que su jefe de campaña cobró más de 13 millones del partido pro ruso de Ucrania, sabemos que Trump despidió al jefe del FBI porque no le gustaba cómo llevaba la investigación de lo de Rusia; y sabemos que su hijo se reunión con una persona cercana al Kremlin que le prometió información comprometedora sobre Hillary Clinton. Eso sin empezar a hablar siquiera de la relación entre el dinero ruso y los negocios de Trump.

Pero, y he aquí el amargo sabor que deja la lectura de Conspiración, ¿qué más da lo que sepamos?, ¿qué importa el abrumador peso de la evidencia si no vale para apartar a Trump de la Casa Blanca? El libro tiene material suficiente para justificar varios procesos de impeachment, pero eso no significa nada sin la voluntad política de quitarlo de en medio. El gran aval de Trump es que los votantes ya sabían cosas terribles de él cuando lo eligieron y han descontado gran parte de todo ello. Los congresistas y senadores republicanos, sin cuyo apoyo es imposible destituir al presidente, tienen la vista puesta en su electorado y de momento, por increíble que resulte, las revelaciones sobre Rusia no han provocado cambios sustanciales.

Seguro que la desinformación tiene algo que ver en esto. La exitosa campaña de Trump contra el periodismo independiente ha resultado ser un gran acierto, ya que hace que sus seguidores pueden permitirse descartar casi todas las informaciones negativas. No digo ya cuando son hechos contrastados, sino incluso cuando el propio Presidente los ha reconocido. Con su minuciosa recopilación periodística de los pecados de Trump, Conspiración es la mejor muestra de que la prensa libre ha hecho su trabajo; ha investigado, ha encontrado y ha publicado. Sobran razones para destituir a Trump pero eso no es un trabajo para periodistas. Ante un electorado anestesiado e incrédulo, los medios pueden intentar recuperar la fe del público pero el resultado definitivo de esta misión no depende de ellos.
Un motivo para la esperanza

La buena noticia, que en Conspiración está siempre presente aunque se hable poco de ella, es que en EE UU las instituciones funcionan y la separación de poderes vive. Que el FBI sigue investigando por encima de las objeciones de sus jefes. Que los tribunales han parado algunas de las iniciativas más duras de Trump y tienen en marcha procesos contra él. Que el Congreso, a pesar de que no siempre da la talla, se ha negado a votar las medidas más polémicas y ha aprobado nuevas sanciones a Putin por inmiscuirse en las elecciones. En definitiva, que Estados Unidos puede tener un presidente de república bananera pero aún está muy lejos de ser una república bananera. En esa fortaleza de las instituciones, ahora bajo permanente acoso, reside la última esperanza para que el país pueda sobrevivir a cuatro años de Trump sin desfigurarse por completo. Ya hemos pasado el primero, con suerte solo nos quedan tres.