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Un libro para comprender el mundo en el que vivimos, cómo hemos llegado hasta aquí, y cómo puede ser el futuro, tomando como punto de partida la respuesta global a la pandemia.

Así empieza todo. La guerra oculta del siglo XXI.

Esteban Hernández

Ariel, 2020

La absoluta disrupción que el coronavirus ha introducido en todas las facetas de nuestras vidas está dando lugar a un buen número de reflexiones sobre qué nos ha traído hasta aquí y sobre qué vendrá después. Es obvio que falta aún la perspectiva histórica que nos permitirá conocer si los cambios que estamos experimentando serán temporales o permanentes; si el virus ha sido un creador o un acelerador de tendencias; o si todo esto es, realmente, el punto de inflexión en la transición hacia un nuevo mundo. Pero bienvenidas sean dichas reflexiones, por cómo nos ayudan a dibujar escenarios y también, si quisiéramos, a preparar el futuro. Así empieza todo, de Esteban Hernández, es uno de tales esfuerzos.

Hernández lleva años indagando en las causas y las consecuencias económicas, sociales y políticas de la degeneración del capitalismo, de su financiarización; estudiando cómo una serie de grupos de interés ha conseguido dominar la economía y con ello arrastrar también a la política; retratando el aumento de la desigualdad y el paulatino desmoronamiento de unas clases medias sobre las que se asientan las democracias occidentales. Ahora da un paso más y extiende su análisis al ámbito de la geopolítica, tomando como punto de partida la respuesta global a la pandemia.

Su personal recorrido comienza con una declaración de intenciones: mirar las cosas desde una perspectiva distinta a la que el entorno nos arrastra. Ser conscientes de que lo que para muchos es obra del “destino”, es siempre resultado de decisiones humanas. Para ello contrapone lo que llama “la trampa de Pericles” a la tan manoseada estos días “trampa de Tucídides”. Según él, no fue tanto el inevitable choque entre una potencia establecida y otra ascendente (Atenas y Esparta) el que condujo a la decadencia de Grecia, sino más bien las circunstancias personales del líder griego, su pérdida de visión estratégica y su arrogancia.

Y de decadencia va, en buena medida, el libro. La de Occidente. Así empieza todo indaga en las causas y las consecuencias del paulatino declive del sistema capitalista y democrático. Repasa cómo las instituciones se acaban convirtiendo en el escenario donde cada grupo de interés trata de ganar posiciones e imponer un tipo de gestión sin importarles el medio plazo o las consecuencias sociales. Cómo el low cost se convirtió en un espejismo del bienestar de unas clases trabajadoras cuya vida se iba encareciendo sin pausa. Cómo las clases medias han ido viendo el deterioro de sus condiciones vitales sin poder asir lo que llegaron a considerar logros alcanzados.

Eso está pasando en España, en Europa y, en general, en todo el mundo occidental. En frente, Asia y, sobre todo, China. Es una historia conocida. Una China que ha ido ocupando todas las parcelas de poder que el Oeste ha ido abandonando entre el descuido y la complacencia. Lo que en un principio parecía una “simple” externalización de la producción se ha convertido en algo mucho más profundo y transformador. Dos frases del autor resumen esta realidad: “El coronavirus fue la constatación de que Occidente no sólo había deslocalizado su producción, sino su misma capacidad de respuesta”. “Pekín se ha hecho fuerte con todo lo que la arquitectura global ha ido dejando por el camino”. 

El ascenso chino explicado, en buena medida, como error de Estados Unidos y Europa. Se trata, sin embargo, de un análisis fundamentalmente occidental, que apenas considera la capacidad y la voluntad china de recuperar el lugar que consideran les corresponde en la Historia. “Las características chinas son expresión del excepcionalismo del gigante asiático, ya se basen en su cultura, demografía, o historia y sirven de fundamento para reivindicar como poco la necesidad de una adaptación de los que llamamos valores universales a su peculiar idiosincrasia”, explicaba recientemente Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China, en este artículo publicado en esglobal.

Hernández introduce con agilidad y con certeza los principales debates de nuestro tiempo, esos que buscan entender el estado de transformación en el que nos encontramos y que definen nuestra existencia. Las brechas y divisiones entre internacionalismo/globalismo y nacionalismo, entre territorios y centro, entre ultraliberalismo y Estado, entre progresismo y conservadurismo, entre lo productivo y lo financiero, entre tecnólogos y tecnófobos, entre ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres, entre poblaciones envejecidas y jóvenes, entre individualidad y colectividad. El autor tiene una especial habilidad para recorrer las principales propuestas intelectuales del momento, ya sean sobre cultura, sobre política o sobre economía sin caer en maximalismos ni petulancias, de un modo sosegado y accesible, y sin dejar de arrojar una mirada propia. Y una de sus más desalentadoras conclusiones es que lo que hoy cohesiona a las sociedades, o a sus facciones, no es lo que genera adhesión, sino rechazo. Consecuencia: sobre esos cimientos será difícil construir nada realmente nuevo. 

Incluso, advierte, en aquellos intentos de impulsar un cambio real que permita abordar el futuro de un modo distinto y sobre los que existen amplios consensos asoman nubarrones por el horizonte. El ejemplo más claro y paradigmático es el de la transformación verde. La necesidad de avanzar hacia un sistema productivo más sostenible y que ralentice el cambio climático está ya casi generalmente aceptada. Sin embargo, el riesgo de que la nueva economía verde genere grandes concentraciones y monopolios –o que simplemente sean la evolución de los existentes- está claramente ahí, perpetuando por tanto las dependencias y los beneficios para determinados grupos de interés. El otro gran sector transformador, el digital, está ya completamente en manos de unos pocos.

Hernández no ofrece soluciones a todos los dilemas que plantea. Lo que muestra son diferentes rutas por las que puede desplegarse el futuro y, de paso, recuerda, que hay algunos elementos esenciales y positivos en ese recorrido: la fuerza de la ley, el papel del Estado para poner límites, la necesidad de unas subjetividades que conformen un ser humano libre y capaz de enfrentarse a los tiempos cambiantes, y un sistema de valores sobre el que se asiente la seguridad, la estabilidad y la continuidad de individuos y sociedades.

Pero, sobre todo, recuerda el papel de la cultura y del pensamiento en todo ese proceso. Las ideas como ancla en un mar de aguas agitadas, como vínculo con el ser humano a través de las épocas, como arma para la rebelión contra la injusticia, como garantes de solidez. Y concluye con una cita de Sun Tzu: “la guerra es una contienda moral que se gana en los templos antes que en los campos de batalla”. Ese es bastión sobre el que se alza Así empieza todo.