Putin’s Russia (La Rusia de Putin)

Anna Politkovskaya

304 págs. Harvill, Londres, octubre 2004 (en inglés)

Arbitrariedad, miseria, corrupción, crímenes de Estado, racismo, dejadez de la responsabilidad social… El lado más oscuro de la Rusia de Vladímir Putin es lo que Anna Politkovskaya describe con fuerza y capacidad de convicción. Puede ser larga la lista de estas viejas lacras que ya existían pero a las que ninguna autoridad parece buscar solución mientras algunas, muy en particular la corrupción, han adquirido dimensiones exorbitantes.

La autora advierte de entrada que no pretende analizar sino describir, transmitir amplios frescos de la realidad que observa de cerca y desde dentro, así como las reacciones emocionales que aquéllos producen en ella. Es un libro emocional, pues, un grito -aislado- de denuncia con carga moral, algo muy típico del periodismo en Rusia, indisociable de la tradición de "conciencia social" de su intelligentsia. Pero no por ello está exento de rigor y de mucha utilidad para el análisis, por la enorme cantidad de información que transmite. Un problema es que esta riqueza de datos e imágenes requiere de un lector algo preparado, o familiarizado con la evolución rusa, para desentrañar de ella algo más que la mera reacción emocional. De lo contrario, la lectura de este libro sólo puede dar ganas de echar a correr lo más lejos posible de ese país y darlo por condenado ad eternum a las llamas del autoritarismo y el oscurantismo bajo diversos ropajes.

No cabe duda de que Rusia es todo esto. Pero, ¿es sólo eso? La situación allí sigue siendo compleja y, por debajo de la corriente de superficie -recentralizadora, estatista y autoritaria-, existen realidades contradictorias que hacen que la posición de Putin pueda no resultar tan fuerte como parece y que no sea tan claro lo que vaya a ocurrir a medio plazo. El reciente ejemplo de Ucrania (donde ha podido aparecer una alternativa) debe recordarnos esta prudencia. Rusia no es un Estado de Derecho: la libertad de los últimos años se ha encogido como en las peores pesadillas de los liberales y sus habitantes no son ciudadanos plenos. Pero aun así, el zar no puede hacer lo que quiere sin más, no sólo ante la comunidad internacional (que, lamentablemente, juega un papel menguante en las posibilidades democráticas del país) sino también ante sus conciudadanos.

Una de las grandes paradojas de la galaxia rusa es que la sociedad que de momento apoya a Putin se ha modernizado mucho en estos últimos años y no es el rebaño dócil que puede parecer: se ha abierto al mundo (y se identifica más con Alemania que con la gran superpotencia norteamericana, por ejemplo), sus valores han empezado a cambiar (en particular, decidir sobre su propia vida) y casi la mitad ya no depende directamente del Estado para vivir.

Las encuestas de opinión del prestigioso e independiente Centro Levada (www.levada.ru) demuestran que la sociedad rusa es capaz de pensar matizadamente respecto a temas muy relevantes y significativos, y que no se traga todo. En diciembre, en todo el país, la principal preocupación de los encuestados (42% contra 31% en 1996) era el próximo aumento de los precios y el empobrecimiento de amplias capas de la población (mientras el aumento del nivel de vida fue, además de la seguridad, la principal promesa de Putin). Un corto 34% (46% en 2003) considera al zar el hombre del año. En el caso Yukos sólo un 24% estima del todo legal la acción del poder, frente a un 28%, que la considera formalmente legal pero, de hecho, arbitraria. No más del 16% pensaba en diciembre que el pueblo ruso necesita dirigentes como Stalin (18% en 1996).

La propia autora da pistas de esa otra Rusia, aunque no se detiene en ello: sus relatos están sembrados de personas y situaciones que luchan contra (o simplemente no siguen) la corriente dominante: las madres de soldados que se organizan para rescatar a sus hijos, el tozudo juez que consigue la condena del oficial ruso violador y asesino de una joven chechena o el abogado ruso que defiende a un checheno torturado y acosado por las autoridades. Son una minoría, y los obstáculos se acumulan, pero también es cierto que nada de esto hubiera sido posible antes. La observación no es baladí, no sólo porque Politkovskaya recurre constantemente a la comparación con el sistema soviético (por las semejanzas que encuentra con el actual) sino, porque a diferencia de aquél, todavía queda espacio para una acción independiente de la sociedad. Qué va a pasar con él es la gran pregunta del futuro de Rusia a medio plazo. De momento gana la visión Putin.