Visitantes en la biblioteca en forma de parodia donde se exponían los tuits de Trump a lo largo de los años. (Drew Angerer/Getty Images)

Las redes sociales son el Santo Grial de la comunicación directa entre los líderes y sus bases. Hacen que los populistas conecten con sus seguidores, haciéndoles parecer auténticos ante los ciudadanos. El uso de Twitter del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, es un ejemplo de lo que a ambos lados del Atlántico, los populistas, tanto de izquierdas como de derechas, están haciendo para dominar las redes sociales.

Cuando Trump venció en las elecciones, uno de los mayores interrogantes fue si la importancia del cargo haría que sacara a relucir una versión más presidencial de sí mismo. Al decir presidencial me refiero a lo que solemos esperar de la mayoría de los políticos y los asesores de comunicación que construyen su imagen con mensajes adultos, formales y educados, incluso en Twitter. Sin embargo, se ha demostrado que Michelle Obama tenía razón cuando dijo en la Convención Nacional Demócrata de 2012 que “la presidencia no cambia a la persona, sino que pone al descubierto lo que es”.

Muchos de nosotros hemos sentido este año nostalgia por la sobriedad y la seriedad que suele impregnar la presidencia de Estados Unidos. Los tuits de Trump, en el mejor de los casos, son desconcertantes, y en el peor, están a punto de provocar guerras fortuitas. Ahora que se acaba el año abundan las listas de lo mejor y lo peor. Entre mis favoritas están “Los incidentes internacionales desencadenados por los tuits de Trump en 2017” y “Los 25 peores tuits de Donald Trump en 2017, hasta ahora”.

Los tuits de Trump incluyen ataques no solo contra sus adversarios políticos, sino contra famosos de todo tipo y contra dirigentes extranjeros:

¿Porqué me insulta Kim Jong-un y me llama ‘viejo’, cuando yo NUNCA le llamaría a él ‘bajo y gordo’? ¡Con todo lo que he intentado ser amigo suyo! ¡Quizá algún día lo consiga!


Le he dicho a Rex Tillerson, nuestro maravilloso Secretario de Estado, que pierde el tiempo si pretende negociar con el Pequeño Hombre Cohete…”.

Arnold Schwarzenegger no se ha ido de The Apprentice por su propia voluntad, sino que le han despedido por sus malos (patéticos) índices de audiencia, no por mí. Triste final para un gran programa”.

He oído decir que @Morning_Joe, que ve tan poca gente, habla mal de mí (he dejado de verlo). Entonces, ¿por qué vino la loca y estúpida de Mika con el psicópata de Joe…

…a Mar-a-Lago 3 noches seguidas alrededor de Nochevieja e insistió en verme? Estaba sangrando como loca de un lifting. ¡Le dije que no!

Meryl Streep, una de las actrices más sobrevaloradas de Hollywood, sin conocerme, me criticó ayer en los Globos de Oro. Es una…

Nancy Pelosi y el ‘llorón’ de Chuck Schumer organizaron un mitin en la escalinata del Tribunal Supremo y el micrófono no les funcionó (vaya caos), ¡como el partido Demócrata!

Hasta dónde se ha rebajado el presidente Obama, pinchándome los teléfonos durante el sagrado proceso electoral. Es un nuevo Nixon/Watergate. ¡Es malvado (o está enfermo)!

@Theresa_May, no te ocupes de mí, ocúpate del destructivo Terrorismo Islámico radical que está actuando dentro del Reino Unido. ¡Nosotros estamos estupendamente!

 

Entre sus tuits hay alegaciones constantes sobre noticias falsas:

Todos los sondeos negativos son falsos, como los que hicieron CNN, ABC, NBC en las elecciones. Lo siento, la gente quiere seguridad fronteriza e investigaciones detalladas”.

Deberíamos hacer un concurso para ver cuál de las cadenas, además de CNN y sin contar a Fox, es la más deshonesta, corrupta y/o confusa en su cobertura política de vuestro presidente favorito (yo) Son todas terribles. ¡La ganadora recibirá el TROFEO A LAS NOTICIAS FALSAS!

 

Y también tuitea para defenderse:

¡Estáis viendo la mayor CAZA DE BRUJAS en la historia política de Estados Unidos, por parte de algunas personas muy malas y perturbadas! #MAGA

Entre las polémicas que ha causado el presidente de los Estados Unidos retuiteando algunos comentarios verdaderamente llamativos, causó indignación en todo el mundo cuando compartió tres vídeos contra los musulmanes de Jayda Fransen (cuya cuenta, @JaydaBF, ha sido suspendida), líder del partido político de extrema derecha Gran Bretaña Primero.

Ahora bien, Trump no es el único populista que utiliza las redes sociales. Cualquiera que tenga interés o experiencia en política y asuntos internacionales sabe que nunca se puede confiar en nadie que ofrece explicaciones demasiado sencillas. Cada vez es más frustrante entrar en la red social que prefiere uno para no encontrarse más que todo tipo de afirmaciones enloquecidas. Pero podemos escoger entre quedarnos sentados lamentando la explosión de mensajes simplistas, medias verdades y mentiras, que tanto éxito tienen en Twitter y otras redes, o podemos tratar de entender mejor el fenómeno.

En primer lugar, los asesores de comunicación deben revisar en serio su estrategia tradicional de controlar por completo al candidato o el cargo público al que aconsejan para que no meta la pata. Por supuesto, la estrategia y la disciplina de los mensajes son fundamentales. Pero también lo es no decir tonterías delante de un micrófono encendido y, sin embargo, los políticos no tienen en cuenta el consejo básico de suponer que todos están encendidos (estoy pensando en Gordon Brown, Joe Biden, George W. Bush e incluso Barack Obama, para no hablar de Mariano Rajoy). No es extraño, pues, que los sufridos asesores sueñen con controlar a esos animales tan propensos a los deslices. Aparte de que ni con la mejor disciplina de comunicación se puede controlar lo que digan después los medios.

Al principio, pareció que las redes sociales eran la respuesta perfecta a todas las plegarias de los asesores de comunicación. Una forma de relacionarse directamente con los votantes sin tener que pasar por la prensa. Pero la necesidad de control, unida a la desconfianza sobre lo que pudieran decir los políticos, hizo que los equipos se hicieran cargo de la mayoría de los mensajes en las redes. Aunque tuvo un par de meteduras, Obama, en general, era el sujeto ideal para un asesor, porque en sus discursos pocas veces se desviaba de lo que estaba escrito y, por naturaleza, no era propenso a decir lo primero que se le pasara por la cabeza. Aun así, su equipo controlaba casi toda la presencia de él y de Michell Obama en las redes sociales, sobre todo en Twitter, de forma que estaba claro que los tuits ocasionales que iban firmados con -BO o -MO al final del mensaje habían sido escritos personalmente por ellos.

Obra de arte que adornaba la biblioteca de tuits de Trump organizada en forma de parodia en Nueva York (Drew Angerer/Getty Images)

Esa parece una manera razonable de administrar la cuestión, porque, al fin y al cabo, mantener cuentas en las redes sociales requiere mucho trabajo. Pero es posible que, con su manejo sobreprotector de los políticos, esos asesores bien intencionados hayan ayudado, sin quererlo, a crear el monstruo. Al convertir los mensajes de esas personas en algo gris y robotizado han hecho que la gente tenga ganas de ver cierta humanidad y han dejado un inmenso hueco que están llenando con sus mensajes espontáneos Trump y otros populistas. El propio Trump dice, en su cuenta de Twitter, que su forma de usar las redes sociales es “presidencial contemporáneo”. También dijo al Financial Times que “sin los tuits, no estaría donde estoy… Tengo más de 100 millones [de seguidores] entre Facebook, Twitter e Instagram. Más de 100 millones. No necesito acudir a los medios mentirosos”.

Si se han fijado ustedes, en Twitter, la gloria no es para el prudente, sino para los que dicen lo que de verdad piensan. Eso es lo que más les gusta de Trump a sus partidarios: les parece auténtico. Es lo que suele hacer que los populistas conecten con sus seguidores. Y a ambos lados del Atlántico, los populistas, tanto de izquierdas como de derechas, están dominando las redes sociales.

“Populismo” es el término de ciencia política que usamos de forma más temeraria, quizá solo superado por “propaganda”, así que no viene mal proponer una definición. El politólogo holandés Cas Mudde define populismo como “una ideología que considera que la sociedad está separada en dos grupos homogéneos y antagonistas, el pueblo puro y la élite corrupta, y que alega que la política debe ser la expresión de la voluntad general del pueblo”. Esta dicotomía no solo es conocida, sino que se presta muy bien a la simplicidad de las redes sociales.

¿Están las redes y el populismo hechos el uno para el otro? Da esa impresión. No hay más que ver nuestras cuentas de Facebook o Twitter para ver llamamientos emocionales que se comparten miles de veces y alimentan la maquinaria de la indignación. Cómo, en este mundo, se recompensa la brevedad, predominan los mensajes sencillos, de blanco y negro. También hemos visto lo fácil que es transmitir noticias falsas, sobre todo si encajan con el relato de la extrema izquierda o la extrema derecha. Uno de los motivos principales es que no hay molestos guardianes —jefes de redacción— como en los medios tradicionales. Las redes sociales son el Santo Grial de la comunicación directa entre los líderes y sus bases, y eso es muy conveniente para el relato populista sobre la complicidad de la élite mediática con las clases dirigentes y los gobiernos. Permite transmitir sus “hechos alternativos” directamente a la gente.

De momento, estamos apenas empezando a entender esta relación entre las redes sociales y el populismo, que parece simbiótica y mucho más eficaz que los mensajes institucionales, sobre todo en su capacidad de fijar agendas. Tradicionalmente, la teoría sobre el establecimiento de agendas se refiere a la capacidad de los medios para establecer las prioridades en la agenda pública, decidir de qué se va a hablar. Sin embargo, cada vez más, vemos que Trump consigue fijar esa agenda sin nada más que un tuit provocador, y no es el primero en hacerlo. Ya otra populista, Sarah Palin, logró ocupar titulares con sus apuntes en Facebook. En realidad, no hace falta seguir a ninguno de estos personajes en las redes sociales, porque las cosas más importantes o escandalosas que dicen siempre acaban resonando en los medios de comunicación.

Lo cual nos lleva a la pregunta fundamental. ¿Qué pueden hacer los políticos y las instituciones para luchar contra el populismo y fomentar un debate político más serio en la Red? Quizá recuerden que, cuando surgieron los blogs y las primeras muestras de redes sociales, los pioneros y predicadores se deshacían en elogios sobre las virtudes democratizadoras de Internet. Iba a cambiar el mundo, y así fue. Internet ha permitido que los ciudadanos se encierren en sus burbujas mediáticas y de redes sociales, en las que solo ven, leen y oyen lo que coincide con su ideología y su visión del mundo. Estamos perdiendo, no solo nuestra tolerancia por el debate, sino nuestra capacidad de debatir. Y si no podemos discutir sobre las ideas políticas, no podemos tener un punto de vista crítico sobre ellas.

En definitiva, este fenómeno tiene dos caras, la que está en manos de los ciudadanos, con su capacidad para el pensamiento crítico, y la que está en manos de los mensajeros y sus plataformas, que no está tan clara. Podemos tratar de eliminar los trolls y las productoras de bots (robots) que difunden las noticias falsas. Podemos intentar verificar los mensajes nada más recibirlos. Pero declarar la guerra a los mensajes populistas solo sirve para alimentar sus argumentos de que las élites están contra ellos.

Yo no tengo todas las soluciones, pero a los políticos y las instituciones les convendría olvidarse un poco de las cautelas y la disciplina del mensaje y preocuparse más por establecer una relación humana. No podemos conectar con muchedumbres sin rostro como los congresos, los parlamentos y otras instituciones, pero nos gusta conectar con las personas a título individual, sobre todo cuando nos cuentan historias que parecen auténticas. Los ciudadanos necesitan ser más conscientes de las repercusiones que pueden tener en su vida diaria las buenas y las malas decisiones políticas.

Los enloquecidos tuits de Trump son unas veces indignantes, otras, ridículos y otras, sencillamente aterradores. Y no van a detenerse a corto plazo. Allá nosotros si despreciamos las lecciones que podemos aprender de ellos.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia