El nuevo presidente de EE UU, ya se llame McCain u Obama, debe dejar claro a los líderes iraquíes que el apoyo incondicional ha terminado, o arriesgarse a que las recientes mejoras en seguridad se evaporen más rápido que un copo de nieve en el verano de Bagdad.

Al viajar por Irak en el momento en el que se ha completado el aumento de tropas estadounidenses, resultaba imposible ignorar las impresionantes mejoras en seguridad. En diez días sobre el terreno en Bagdad, Basora, Mosul y sus alrededores no escuchamos un tiro disparado con furia. ¿Recuerdan el triángulo de la muerte justo al sur de la capital? Los soldados ahora lo llaman de manera burlona el triángulo del amor.

PATRICK BAZ/AFP/Getty Images
El turno de Maliki: El general Petraeus ya ha hecho su trabajo. Ahora es el momento de que los líderes iraquíes logren avances políticos.

Bromas aparte, Irak sigue siendo un lugar peligroso y durante el viaje sí sucedieron varios ataques importantes lejos del alcance de nuestros oídos. Pero, en general, la violencia contra los civiles y las fuerzas estadounidenses e iraquíes ha caído hasta niveles que no se veían desde comienzos de 2004. Y a medida que los contingentes de EE UU han dejado de aumentar, las fuerzas de seguridad iraquíes han comenzado a afianzarse. En los últimos meses, el Ejército de Irak ha llevado a cabo operaciones con éxito en Amara, Basora, Mosul y Ciudad Sáder (y en la actualidad se encuentra embarcado en acciones en la provincia de Diyala). Las fuerzas de seguridad iraquíes controlan la mayoría del país. En Basora, una metrópolis del sur infestada de milicias chiíes hace unos meses, pudimos recorrer la ciudad entera en un convoy del Ejército iraquí acompañados por solo un puñado de asesores de la coalición.

Más al norte, Al Qaeda en Irak (AQI) sigue resultando mortífera. La mitad de los ataques ocurren ahora en Mosul o en sus alrededores, donde los remanentes de AQI continúan encontrando su santuario. Los mandos militares y analistas de inteligencia de Estados Unidos, sin embargo, creen que el grupo ha sido derrotado estratégicamente. Sigue teniendo capacidad de intimidar, asesinar y llevar a cabo espectaculares atentados, pero ya no plantea una amenaza a la viabilidad del Estado iraquí. Lo mismo puede decirse de los grupos especiales que cuentan con el respaldo de Irán y que han sido diezmados por las recientes ofensivas.

A pesar del mejor clima en materia de seguridad, nadie en Bagdad, incluyendo el general David Petraeus, canta victoria (incluso cuando cada vez más comentaristas en Washington se dedican precisamente a eso). Quienes están sobre el terreno saben que debido a que las reivindicaciones políticas que subyacen en el conflicto sectario de Irak han sido resuelta, las mejoras en seguridad son todavía frágiles y reversibles.

La genuina reconciliación entre suníes y chiíes sigue mostrándose esquiva. El despertar suní -la decisión de esta comunidad de cooperar con las fuerzas estadounidenses contra AQI- se sitúa entre las principales razones del declive de la violencia en el país árabe. Pero no hay que confundirse: el despertar representa un acuerdo con Estados Unidos, no con los chiíes que dominan el Gobierno de Bagdad. Estas mejoras en seguridad podrían desaparecer si los Hijos de Irak (milicia suní financiada por EE UU para combatir el terrorismo y formada en gran medida por antiguos insurgentes) no son integrados en las fuerzas oficiales o se les proporciona empleos remunerados y si los emergentes líderes tribales no tienen la oportunidad de compartir el poder a escala local y nacional por medio de elecciones. Sin embargo, el Ejecutivo de Nuri al Maliki, para gran frustración de muchos suníes y de los mandos militares estadounidenses, ha estado dilatando la integración de los Hijos de Irak. Tampoco parece probable que el primer ministro iraquí incorpore a los elementos más importantes debido a sus anteriores lazos de lealtad al Partido Baaz, el Ejército de Sadam o a la insurgencia. Los motivos latentes de queja, incluso entre un pequeño porcentaje de los 100.000 miembros armados de esta milicia, podrían provocar de nuevo una rebelión.

Se ha hablado mucho de la supuesta buena voluntad que Maliki ha conseguido acumular entre los suníes por enfrentarse al Ejército del Mahdi de Muqtada al Sader en Basora y en el barrio de Ciudad Sáder. Pero nosotros no detectamos esta buena voluntad en las calles. Muchos siguen mostrando una profunda desconfianza hacia el Gobierno central. Aunque Maliki ha incorporado de nuevo a unos pocos miembros del principal bloque político suní, el Frente de la Concordia, en realidad está reconciliándose con las personas equivocadas. Los suníes de la zona verde tienen poco respaldo entre la comunidad de base y son rivales de otros grupos de esta comunidad. De hecho, a los analistas les preocupa que Maliki y el Frente de la Concordia estén ahora colaborando para socavar el creciente poder político del despertar en el camino a las elecciones -un movimiento de posibilidades muy desestabilizadoras.

Las tensiones entre los chiíes plantean otra amenaza. Esta primavera, la violencia en Irak se produjo en gran medida en el seno de este colectivo cuando las fuerzas de seguridad iraquíes se enfrentaron a la milicia de Al Sader y los grupos especiales respaldados por Teherán en el centro y sur del país. Desde entonces, el Ejército del Mahdi se ha visto debilitado, algunos líderes de los organizaciones han huido a Irán, y Al Sáder se encuentra en medio del proceso de reconvertir su milicia en un movimiento de protesta social. No obstante, su organización no está ni mucho menos derrotada y existen extremistas que hacen llamamientos a un retorno a la violencia. Arrastrar de lleno a los miembros de esta milicia al proceso político, alejándoles de estas voces extremistas, exigirá unas elecciones provinciales y nacionales limpias. Sin embargo, hay gente muy preocupadas porque el motivo de las recientes ofensivas en el sur de Irak pueda ser debilitar políticamente a los partidarios de Al Sader, y de que el partido Dawa de Maliki, y su principal aliado, el Consejo Supremo Islámico de Irak, intentarán usar su actual monopolio del poder y el control de las fuerzas de seguridad iraquíes para inclinar las elecciones a su favor.

Por último, aunque no menos importante, está el hecho de que en ausencia de una ley general del petróleo, y con el estatus de Kirkuk, rica en crudo, todavía en el aire, las relaciones entre los árabes y los kurdos están empeorando. De hecho, la disputa por el control de esta ciudad es la principal razón de que la ley crucial para las elecciones provinciales se estrellara y ardiera en el Parlamento iraquí. Las fuertes tensiones latentes entre árabes, kurdos y turcomanos están derivando en enfrentamientos étnicos. Miles de kurdos protestaron en Kirkuk por la versión de julio de la ley electoral, que fue aprobada por poco a pesar de las objeciones de esta comunidad antes de ser vetada por el presidente de Irak, también kurdo. Cuando un terrorista suicida atentó contra la multitud, una muchedumbre de kurdos respondió atacando la cercana sede del frente político turcomano y los guardas dispararon entonces sobre la turba. En total, la violencia de ese día dejó 28 muertos y más de doscientos heridos.

La misma línea divisoria asola la provincia noroccidental de Ninawa, en la que se encuentra Mosul y el mayor número de combatientes de AQI que quedan. Los árabes suníes son mayoría en Ninawa, pero los kurdos controlan una desproporcionada fracción del poder en el consejo provincial y las fuerzas de seguridad. Los restos que quedan de AQI se han aprovechado de esta división y se las han arreglado para forjarse un santuario. A diferencia de muchas otras áreas dominadas por los suníes, los que viven en Mosul no se han revuelto en masa contra los miembros de Al Qaeda en Irak porque los insurgentes han centrado de modo inteligente la mayoría de sus ataques en las fuerzas de seguridad kurdas más que en los civiles suníes. Esto sitúa a AQI como defensor de la población suní contra la expansión kurda, lo que dificulta eliminar este último refugio para la organización terrorista.

En resumen, Irak podría volver a caer en la violencia a gran escala con facilidad. Se suponía que el envío de más tropas estadounidenses pretendía ganar tiempo y dar un respiro a los líderes del país para que lograsen acuerdos políticos. Sin embargo, a medida que la capacidad y la confianza iraquí se han incrementado, Maliki y sus aliados parecen menos inclinados a intentar acercarse a sus adversarios. La Administración Bush ha fracasado a la hora de obligar a los líderes iraquíes a establecer compromisos difíciles. En su lugar, con demasiada frecuencia transmite un mensaje de apoyo incondicional al Gobierno de Bagdad que socava la labor de persuasión que realizan entre bastidores los mandos militares y los diplomáticos estadounidenses.

Esta estrategia política errónea debe cambiar. Ya se llame McCain u Obama, el próximo presidente de EE UU tiene que dejar claro a los líderes iraquíes que la era del apoyo incondicional se ha acabado: haced avances políticos o arriesgáos a perder el respaldo de Washington. A pesar de su retórica cada vez más jactanciosa y sus demandas para que Estados Unidos se marche, la mayoría de los líderes iraquíes saben que necesitarán una asistencia técnica, diplomática y de seguridad durante años, incluso aunque las fuerzas estadounidenses disminuyan. Eso proporciona al siguiente comandante en jefe una posición de poder que puede usar desde el primer día. EE UU nunca podrá sacar provecho al refuerzo (surge) hasta que anule sus cheques en blanco al Ejecutivo iraquí.

 

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