Igual que en 2018, en 2019 existen riesgos de enfrentamiento —deliberado o involuntario— entre Estados Unidos, Arabia Saudí, Israel e Irán. Los tres primeros comparten la opinión de que el Gobierno de Teherán es una amenaza que ha corrido a sus anchas durante demasiado tiempo y cuyas ambiciones regionales conviene frenar. Para Washington, eso se ha traducido en la retirada del acuerdo nuclear de 2015, el restablecimiento de las sanciones, una retórica más agresiva y la amenaza de enérgicas represalias en caso de provocación iraní. Riad se ha sumado a este nuevo tono y ha sugerido —sobre todo a través del príncipe heredero Mohammed bin Salman— que va a luchar contra Irán en Líbano, Irak, Yemen e incluso en el propio suelo iraní. Israel centra su atención en Siria, donde ataca con regularidad objetivos iraníes o de aliados de Irán, pero también ha amenazado con apuntar a las milicias de Hezbolá —apoyadas por Irán— en Líbano.

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Miembros de las Fuerzas Paramilitares de Hashed al-Shaabi descansan en la ciudad de Hatra, en Irak. AHMAD AL-RUBAYE / AFP / Getty Images)

Hasta ahora, Irán, confiado en la evolución de los acontecimientos a largo plazo y disuadido por la posibilidad de represalias, ha preferido mantener la cabeza baja. Aunque ha reanudado las pruebas con misiles y Estados Unidos le ha acusado de usar a sus agentes chiíes en Irak para amenazar la presencia norteamericana en el país, su reacción parece calculada para no provocar una respuesta demasiado dura. Sin embargo, a medida que aumentan las presiones económicas, puede que esa actitud no dure. Y tampoco hay que descartar el peligro de un choque accidental que comience en Yemen, el Golfo Pérsico, Siria o Irak.

La principal fuente de tensión, hasta el momento, es el hecho de que Estados Unidos se haya retirado del acuerdo nuclear y haya restablecido sanciones secundarias contra los países que tengan negocios con Teherán. Si Irán no ha respondido del mismo modo a lo que califica de guerra económica es, en gran parte, gracias a los esfuerzos de los demás firmantes del acuerdo, es decir, los países europeos, Rusia y China. Sus intentos de preservar un mínimo margen para comerciar y su permanente diálogo diplomático con Teherán han sido motivos suficientes para que los líderes iraníes se hayan mantenido fieles a los términos del acuerdo. Los mismos líderes que parecen confiar en que la presidencia de Trump no dure más de un mandato.

Pero estos cálculos podrían cambiar. Las esperanzas de Estados Unidos y Arabia Saudí en que las sanciones obliguen a Irán a alterar su comportamiento o faciliten un cambio de régimen se van a ver defraudadas casi con toda seguridad, aunque las presiones económicas están perjudicando a los civiles iraníes. A medida que los ciudadanos sufran más penalidades, las voces que instan a la República Islámica a romper el acuerdo serán cada vez más ruidosas, sobre todo cuando se intensifique la rivalidad por suceder al presidente Hasan Rohaní y, tal vez, al líder supremo Alí Jamenei. Aunque se atengan a las restricciones nucleares, es posible que en Teherán se sientan cada vez más tentados de hacer que Washington pague por sus actos y hagan notar su presencia en la región, por ejemplo, con ataques de las milicias chiíes iraquíes contra blancos estadounidenses en Irak.

La hostilidad entre Arabia Saudí e Irán se manifiesta en combates entre terceros por todo Oriente Medio, desde Yemen hasta Líbano, unos conflictos que pueden sufrir una escalada en cualquier momento. Seguramente la situación más peligrosa es la de Yemen. Si un misil hutí causara víctimas en una ciudad saudí o si los hutíes atacaran el comercio internacional que transita por el Mar Rojo —una amenaza que llevan tiempo haciendo—, el conflicto podría entrar en una fase mucho más peligrosa.

Hasta ahora, Israel ha conseguido atacar objetivos iraníes en Siria sin provocar una guerra más general. Irán es consciente, sin duda, del posible coste de una escalada y calcula que puede absorber esos ataques sin poner en peligro sus intereses fundamentales ni su presencia a largo plazo en el país. Pero el escenario sirio está congestionado, la paciencia iraní tiene un límite y la probabilidad de que se produzca un error de cálculo o de que un ataque salga mal es aún un peligro.

Sobre toda esta dinámica seguirán sobrevolando los ecos del asesinato de Khashoggi en octubre. El crimen hizo que en Estados Unidos se multiplicaran las críticas a la política exterior saudí y al apoyo aparentemente incondicional que Washington le ha prestado siempre. Estos sentimientos se reforzarán este año, después de que los demócratas se hayan hecho con el control de la Cámara de Representantes. Confiemos en que el resultado sea una mayor presión de Estados Unidos sobre Riad para que ponga fin a la guerra de Yemen y un aumento de la vigilancia del Congreso sobre el endurecimiento de las políticas de Estados Unidos y Arabia respecto a Irán.

Este artículo forma parte del especial Las guerras de 2019

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia