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Vista general de la capital iraquí, Bagdad. Ahmad al Rubaye/AFP/Getty Images

El reino saudí está construyendo una relación con Irak desde que reabrió su embajada en Bagdad, en 2016. Su adversario, Irán, tienen fuertes vínculos iraquíes. Si Riad consigue no enfrentarse con Teherán, invierte con prudencia y acalla la retórica contra los chiíes, Irak podrá servir de puente entre las potencias rivales en lugar de ser un campo de batalla.

¿Qué novedades hay? Después de un cuarto de siglo de distanciamiento, Arabia Saudí ha restablecido las relaciones diplomáticas con Irak, en un intento de contrarrestar la fuerte influencia de Irán. El reino saudí busca un papel en la reconstrucción después de Daesh y se ha propuesto forjar nuevas alianzas políticas.

¿Por qué es importante? El acercamiento saudí a Irak podría proporcionar un modelo sostenible de diálogo paciente y duradero. La nueva estrategia en Irak puede convencer a Riad de que utilizar como arma su capital económico y cultural en lugar de la fuerza militar y la política de suma cero será más beneficioso para sus intereses estratégicos y evitará que sigan creciendo las tensiones en la región.

¿Qué hay que hacer? Mientras proyecta su influencia en Irak, Riad debe resistir la tentación de transformar el país en el último campo de batalla de su guerra fría con Teherán. Todos los socios bilaterales de Irak deben ser conscientes de que la estabilidad del país es de crucial interés para ellos y trabajar de forma constructiva para lograrla.

Arabia Saudí está volviendo a dialogar con Irak después de casi un cuarto de siglo de ruptura. El acercamiento comenzó en 2016, se aceleró a mediados de 2017 y seguramente va a acelerarse todavía más tras las elecciones generales de mayo de 2018 en Irak, sobre todo si los políticos más dispuestos a reanudar la relación con Riad consiguen formar gobierno. La estrategia saudí consiste en aprovechar la ola de orgullo nacional iraquí, volver a hacer inversiones económicas y construir relaciones entre distintas etnias y confesiones. Ahora bien, si su objetivo es contrarrestar la influencia de Irán en Irak, descubrirá que muchos iraquíes —incluso los que critican la arrogancia de Teherán— considerarán que eso es intolerable, una forma de volver a convertir su país en un campo de combate regional. Si Arabia Saudí actúa precipitadamente y prefiere emplear grandes inyecciones de dinero que una ayuda económica gradual y cuidadosamente seleccionada, no acabará con la corrupción, sino que la incrementará. Y tendrá que silenciar la retórica sectaria para poder tender la mano a todo el espectro étnico y religioso iraquí.

Diversos grupos políticos, confesionales y sociales iraquíes dicen que dan la bienvenida a este aparente cambio trascendental. En parte, su entusiasmo nace de la necesidad. La nueva relación llega en medio de un consenso internacional —cosa poco frecuente— sobre la obligación de que se consolide la calma en Irak, para que el país no vuelva a hundirse en una guerra violenta. Se ha expulsado al autoproclamado Estado islámico (Daesh) de la mayor parte del territorio iraquí, se extiende el orgullo nacional y la confianza de los inversores está en aumento. Sin embargo, si el gobierno y sus socios no pueden mostrar beneficios tangibles de la paz, asegurar las áreas liberadas y poner fin a un ciclo de represalias sectarias y étnicas, es muy posible que se pierda todo lo logrado. Los socios occidentales ya han empezado a retirar sus compromisos financieros, con la esperanza de que los aliados del Golfo ocupen ese vacío.

La nueva relación de Arabia Saudí con Irak tiene muchas ventajas respecto a sus actuaciones en otros puntos de la región. Este país ofrece a las autoridades saudíes la oportunidad de aplicar las enseñanzas de otras intervenciones menos acertadas en Siria y Yemen. En Irak, Riad puede aprovechar sus puntos fuertes, generar apoyo político e influencia mediante incentivos económicos y evitar cualquier actuación militar, directa o indirecta. La vuelta política y económica de los saudíes puede servir para aprovechar y reforzar las tendencias ya presentes en Irak, en concreto el creciente sentimiento anti-Irán y el deseo de equilibrio en las relaciones regionales.

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Un póster que muestra la imagen del líder chií Muqtada al Sadr (a la izquierda) y el clérigo Mohammed Baqer al Sadr en Bagdad, Irak. Ahmad al Rubaye/AFP/Getty Images

Aunque parezca contradictorio, el hecho de que Arabia Saudí empiece desde abajo podría ser positivo. Las dos partes tienen que esforzarse para recuperar la confianza, crear una red de contactos y tratar de ganarse a la opinión pública. El poder económico del reino saudí le da ventaja, pero no la suficiente como para salirse con la suya. Riad deberá tener paciencia estratégica para acumular la influencia que busca.

Arabia Saudí puede contribuir a la estabilización de Irak, pero la relación tendrá que sortear un campo minado, lleno de obstáculos. El primero es el más fundamental: el nuevo interés en dialogar con Bagdad deriva claramente del deseo de contrarrestar la influencia iraní. Pero los iraquíes quieren y necesitan evitar que su país se convierta en un nuevo escenario para las hostilidades entre las dos potencias. También será complicado medir la velocidad a la que evoluciona la relación. Los iraquíes quieren ver beneficios inmediatos y tangibles del regreso de los saudíes. Pero, si Riad trata de hacer demasiado y demasiado pronto, podría hundirse en la burocracia y la corrupción e incluso provocar una reacción del régimen iraní. Tanto Arabia Saudí como Irak tendrán que romper viejos hábitos, como los de actuar exclusivamente mediante el clientelismo político y permitir que los clérigos y los comentaristas en los medios de comunicación empleen una retórica sectaria e inflamatoria.

Aunque la relación tiene muchos riesgos, no entablarla sería una locura aún mayor. Como reconocen las autoridades saudíes, dejar a Irak sin unos socios árabes fuertes después de 2003 obligó al país a depender de Irán para obtener ayuda, suministros energéticos, relaciones comerciales y financiación política, y dejó a sus instituciones de seguridad a merced de la penetración iraní. Esta situación tan asimétrica contribuyó a marginar a los árabes suníes y preparó el terreno para el ascenso de Daesh.

Para reparar el daño, Arabia Saudí puede ayudar ahora a fortalecer el Estado iraquí, de forma que Bagdad pueda desempeñar el papel al que, según muchos iraquíes, aspira: ser puente entre unos vecinos beligerantes, y no un campo de batalla.

En primer lugar, Arabia Saudí tendría que dar prioridad a la relación económica con Irak, producir beneficios inmediatos y tangibles y promover proyectos a largo plazo. Los esfuerzos deben centrarse en la reconstrucción, la creación de empleo y el comercio, y tratar de equilibrar las inversiones en todo el país. También Riad debe dar pasos hacia el reconocimiento público de las prácticas religiosas chiíes como una rama del islam: aceptar la legitimidad de la teología y la jurisprudencia de esta corriente, silenciar la retórica antichií de los clérigos de Arabia Saudí, hacer declaraciones y tomar medidas que dignifiquen los rituales chiíes, frenar la persistente discriminación que sufre esta comunidad en el reino saudí, fomentar una mayor tolerancia religiosa dentro de Arabia Saudí y animar a los clérigos suníes a entablar un diálogo informal con los clérigos chiíes de Najaf. Por otro lado, el Gobierno iraquí debería dar prioridad a la reconstrucción y la reconciliación entre los partidos y las comunidades iraquíes, aprobando leyes y reglamentos que beneficien los intereses de los donantes y los inversores, intensificando la lucha contra la corrupción, garantizando servicios y medidas de ayuda iguales para todo el país y fomentando un espíritu no sectario y no étnico en sus fuerzas de seguridad. Además, Irán tiene que promover y apoyar la integración gradual de elementos de seguridad autónomos en las instituciones de seguridad nacional de Irak. Arabia Saudí y los aliados del Golfo deben comprender que este proceso va a ser inevitablemente difícil y que tendrán que actuar con cautela para triunfar. Irán debe alentar los esfuerzos de Bagdad para diversificar sus alianzas regionales. Por último, Riad y Teherán tendrían que buscar un denominador común para construir gradualmente una base de cooperación o, al menos, coexistencia, en Irak. Este esfuerzo debería incluir promover los intereses comunes como el refuerzo de la economía iraquí, la integridad territorial del país, la reforma del sector de la seguridad y la atenuación de los efectos desestabilizadores del cambio climático en la región.

La versión original en inglés ha sido publicada en International Crisis Group. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.