La libertad para comprar ropa interior a otras mujeres puede no parecer gran cosa, pero las activistas dicen que es un comienzo.

 

PATRICK BAZ/AFP/Getty Images

 

En la planta de señoras del centro comercial Kingdom Centre de la capital saudí, los vientos de cambio para las mujeres soplan entre las filas de sujetadores. Las barreras de sexo están cayendo entre las fajas y las bragas. En una decisión que, según las activistas saudíes, forma parte de las medidas, tal vez, trascendentales de esta primavera y este verano para relajar una de las legislaciones del mundo que más restricciones impone a la mujer. Arabia Saudí asegura que está modificando las normativas de trabajo con el fin de que las clientas de las tiendas de lencería puedan ser atendidas por señoras.

Da igual que hubiera que cambiar las leyes laborales en 2005-2006, que las activistas saudíes tuvieran que emprender un boicot y una campaña en Internet y que, al final, el propio rey Abdulá tuviera que intervenir este mes para contrarrestar las fatuas sobre las dependientas de lencería, sólo para que las mujeres no tuvieran que hablar con vendedores varones de tamaños de copa y michelines.

En la super conservadora Arabia Saudí, donde el Gobierno del rey Abdulá ha decidido abrir más puestos de trabajo y más oportunidades de educación a las mujeres, y la semana pasada reaccionó con sorprendente indulgencia a las mayores protestas en décadas contra la prohibición de que las mujeres conduzcan, este verano es un  momento de esperanza para los partidarios de que las saudíes tengan más libertad.

“¡Esto es fantástico! Un cambio inmenso”, dice Latifa al Fahed, de 18 años, mientras examina las perchas en la sección de ropa interior de los almacenes Debenhams, en el Kingdom Centre.

El edicto del rey Abdulá, que todavía no se ha implantado, exige que sean mujeres las que vendan las que el rey llamó “necesidades femeninas”,  incluso en centros comerciales en los que haya hombres presentes. En la actualidad, la mayoría de las tiendas de Arabia Saudí –casi todos los lugares de trabajo en general-, tienen sus puestos ocupados por hombres; las mujeres constituyen menos del 15% de los saudíes que trabajan. Las excepciones son la educación y la atención sanitaria femeninas, así como los centros comerciales segregados sólo para mujeres y las plantas de señoras, en las que éstas pueden comprar rodeadas de otras féminas, a precios más caros.

Incluso las mujeres conservadoras que se oponen a otras medidas, como la de permitir que conduzcan, han aplaudido la decisión sobre la ropa interior. “Yo estoy casada, así que quería comprar algo un poco sexy”, explica Fátima, una joven de 22 años cubierta con un niqab que le tapa todo menos los ojos, después de adquirir unas prendas llenas de flores y encaje en la planta de señoras. “Son cuestiones delicadas y desde luego nunca se lo compraría a un hombre. Me parece bien este cambio”.

Aunque a primera vista sean pequeños, cada uno de estos cambios en marcha, alegan las activistas saudíes, deben verse como una mella en la segregación por sexo que elimina las posibilidades de empleo de la mayoría de los más de 10 millones de mujeres del reino y supone fortunas para éstas y sus familias.

Gracias a este cambio prometido en las tiendas de lencería, “miles de mujeres podrán incorporarse ahora a las filas de los trabajadores”, dice Assad. “Eso no puede ser malo”.

Derribar una de las numerosas barreras que impiden que los dos sexos se mezclen en el lugar de trabajo puede llevar a avances en otros terrenos profesionales y comerciales, dice la princesa Ameerah al Taweel. Taweel, de 28 años, casada con un príncipe saudí que es uno de los hombres más ricos del mundo, se ha convertido en una ardiente defensora de que las mujeres puedan conducir, trabajar y educarse. “Este paso llevará a otros, y la gente se acostumbrará a ver trabajar a las mujeres”, dice la princesa. “Es un enorme avance para nosotras”. “Están pasando cosas, pero queremos que sucedan más deprisa”, añade. “Todo lo que pedimos es muy positivo para nuestra sociedad”.

En general, las restricciones a las mujeres saudíes tienen como fin impedir que se junten los dos sexos en las tiendas, las oficinas y las escuelas, que muchos miembros de la secta del islam suní dominante en el país, la wahhabí, dicen que es inmoral. El comité permanente de edictos religiosos del Gobierno subrayó la supuesta prohibición en una declaración hecha pública este mes en la que citaba una frase del Corán: “Cuando les pidáis [a las esposas del profeta Mahoma] cualquier artículo, pedídselo desde detrás de una cortina. Es más puro para vuestros corazones y para los suyos”.

Los partidarios de más libertades para las mujeres saudíes dicen que esta interpretación del Corán es extremista. La propia primera mujer del profeta Mahoma, Advocates era una astuta mujer de negocios y, según la tradición, acudía a luchar montada en un camello.

El 60% de los saudíes que reciben enseñanza superior son mujeres, pero las restricciones hacen que el paro entre las tituladas sea del 75% 

El empeño de aplicar costumbres tribales e interpretaciones de la ley islámica del siglo XVIII a la vida del islam del siglo XIX producen distorsiones extrañas. La prohibición de que las mujeres conduzcan las obliga a compartir un vehículo cerrado con un conductor a sueldo. La prohibición de que trabajen en lugares donde hay presencia de los dos sexos hace que unos vendedores de lo más agresivo griten en las perfumerías que tienen la crema ideal para la piel seca y que los dependientes de lencería intenten colocar los sujetadores de relleno con la misma discreción que tiene un comerciante de coches usados con una tienda llena de Ford Taurus.

En la mayoría de los tratos con la Administración, ya sean licencias para abrir negocios, dotes o herencias, las mujeres tienen que actuar a través de tutores varones o –en las cuestiones pequeñas— con funcionarias que tienen escaso poder.

Las consecuencias económicas para las mujeres pueden ser enormes. La prohibición de conducir representa una carga anual de 10.000 dólares, el salario anual de un chófer, según dice la bloguera Eman Fahad al Nafjan.

Nafjan me habló la semana pasada de casos de madres divorciadas o viudas con hijas adultas que se ven obligadas a vivir de la beneficencia, pese a que podrían trabajar.

Aunque el 60% de los saudíes que reciben enseñanza superior son mujeres, las restricciones hacen que el índice de paro entre las tituladas universitarias sea nada menos que del 75%.

En última instancia, la economía probablemente obligará a derribar varias barreras, dice John Sfakianakis, economista jefe en el Banque Saudi Fransi de Riad. Igual que en otros países, “en Arabia Saudí está empezando a ser una necesidad económica” que entre más de un sueldo en los hogares. “Cada vez vamos a ver a más mujeres en busca de trabajo”.

Hasta ahora, no obstante, el país sigue progresando con mucha lentitud en las cuestiones relacionadas con la mujer, y eso cuando progresa. En Riad, Noufi al Sheikh, de 22 años, era una de las muchas mujeres que decían que quizá se iban a atrever a conducir, de aquí a cuatro o cinco años. “Ahora, el propio país rechaza la idea”, dice. Como destacan con desánimo las activistas, tanto jóvenes como mayores, las hemerotecas muestran que los saudíes llevan diciendo “cualquier año de estos”, al menos, desde 1975.

El rey Abdulá suele presentar sus medidas para las mujeres como oportunidades económicas y de empleo, no como una cuestión de derechos. Los saudíes partidarios de sus cambios creen que ha conseguido, tras seis años de reinado, llegar a un entendimiento con los elementos más conservadores de su familia y del aparato religioso del país. Algunos dicen que el contacto con Internet y los diálogos en Facebook y Twitter están ensanchando la mirada de los ciudadanos, y que el rey necesita presionar más.

Las activistas señalan que esperan que haya más mejoras para las mujeres con el rey Abdulá, pero les preocupa lo que pase después de él, que nació, según el Gobierno saudí, en 1924.

Los problemas de la mujer han causado siempre muchas tensiones en la sociedad saudí y, a veces, han llegado a poner en peligro la monarquía de al Saúd. En los años 60, el rey Faisal desplegó las tropas para mantener abierta una de las primeras escuelas para niñas del país.  Los extremistas religiosos que se apoderaron de la Gran Mezquita en 1979 lo hicieron, en parte, indignados por las nuevas antenas parabólicas que introducían imágenes de mujeres sin velo en los hogares saudíes. En 1990, cuando 47 mujeres llevaron a cabo la última manifestación importante a propósito de la conducción, airadas muchedumbres de conservadores religiosos asaltaron edificios oficiales en señal de protesta.

Fawziah al Bakr recuerda que, junto con otras 46 mujeres, salió a conducir un martes. El viernes de esa semana, los altavoces de las mezquitas proclamaron desde los minaretes los nombres de Bakr, su marido y todos los demás, instando a matarlos. Esta vez, la reacción a la protesta de las conductoras del 17 de junio ha sido más apagada, reconoce: unas cuantas multas de la policía, algún que otro insulto en los chats de Internet. Pero entonces Bakr, hoy profesora universitaria, deja de hablar y se da una palmada en la frente: “Dios mío”, se lamenta. “Es increíble que hayan pasado 20 años y todavía estemos hablando de que las mujeres puedan conducir”.

 

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