Las formaciones islamistas podrían ser, en conjunto, las más votadas en los próximos comicios legislativos, aunque los militares seguirán dominando.

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Argelia aguarda aún su propia primavera árabe. El calendario advierte de que se acerca el año y medio desde que comenzaron a producirse los primeros estallidos revolucionarios en el Magreb –ocurridos en Túnez y en Argelia precisamente al mismo tiempo– antes de unir a toda una región en un mismo grito de desesperación. El régimen argelino, convencido de su propia solidez –se asienta en los ingresos procedentes de unos extraordinarios recursos energéticos–, celebra el próximo 10 de mayo elecciones legislativas. Son la antesala de los  inciertos comicios presidenciales de 2014 –más determinantes que los que permitirán constituir un parlamento con competencias reducidas–, en los que se decidirá el sucesor del general Abdelaliz Buteflika, que manda en Argel desde 1999 y está enfermo desde 2005.

Las autoridades argelinas insisten en que los comicios serán limpios y una prueba de que el país se encuentra sumido en un proceso democrático decidido. Del 10 de mayo se aguarda fundamentalmente un notable ascenso de los islamistas, consecuencia de la moderada liberalización del régimen (que ha autorizado en total cinco formaciones de tendencia religiosa). La alianza de la llamada Argelia Verde, formada por tres partidos islamistas moderados, podría llevarse el mayor número de escaños. Por otra parte, los nacionalistas del Frente de Liberación Nacional (FLN), partido que rige los destinos del país desde hace medio siglo, podrían reducir notablemente su situación hegemónica en el nuevo Parlamento. La formación, creada en 1954 en plena batalla independentista y hoy liderada por el ministro del Interior Abdelaziz Belkhadem, predecesor en el puesto de primer ministro del actual jefe del gabinete, Ahmed Ouyahia, atraviesa un profundo debate interno. Parte del desgaste del FLN lo aprovechará, previsiblemente, el otro gran partido de la coalición gubernamental y del Parlamento, el Reagrupamiento Nacional Democrático (RND), creado en 1997 por los militares como alternativa al FLN y dirigido por el citado Ouyahia. El Frente para la Justicia y la Libertad de Abdelilá Djabalah, formación islamista moderada y abiertamente opuesta al sistema –que rechazó integrarse en la Alianza Verde– podría asimismo registrar un importante ascenso.

Pero las elecciones no cambiarán sustancialmente nada en Argelia. La élite militar dirigente mantendrá su dominio, como ha ocurrido en el medio siglo transcurrido desde la independencia. La efeméride de la emancipación respecto a la metrópolis francesa y el sangriento balance bélico –en torno a 500.000 muertos en la guerra librada entre 1954 y 1962– es, además, el doloroso telón de fondo de este 2012. Los argelinos, en cualquier caso, ajenos a las maniobras cosméticas del régimen, siguen batallando por la supervivencia y la búsqueda de trabajo con los que mejorar su suerte. El régimen seguirá apoyándose en las notables reservas energéticas del país: los ingresos procedentes de las ventas de petróleo y gas –cuartas reservas mundiales en este último capítulo– alimentan el sistema de redistribución del que se sirve Buteflika y los militares para apuntalar su poder sobre los más de 37 millones de argelinos. Según datos de Economist Intelligence Unit, el superávit por cuenta corriente de Argelia alcanzará el 10,3% del PIB de un año de media en 2012 y 2013 gracias a los precios al alza del crudo. La economía crecerá entre 2012 y 2016 a una media del 4,6% anual; las exportaciones de hidrocarburos representan el 98% del total.  Las ventas de oro negro y gas permitieron al Estado ingresar el año pasado 71.440 millones de dólares (unos 55.000 millones de euros) por ventas de hidrocarburos.

La primavera árabe sigue esperándose

No obstante, la primavera árabe del descontento no ha pasado en vano por estas tierras del norte de África. De hecho, la afortunada expresión ha sido utilizada a su antojo por el régimen, que repite que Argelia es nuestra primavera en la publicidad institucional previa a la contienda electoral. Aunque los responsables del régimen puedan descansar tranquilos por el momento, la sociedad argelina –tres de cada cuatro personas tiene menos de 30 años– está aquejada de males similares a los del resto de países magrebíes. Además del paro (en torno al 50% entre los jóvenes), la escasez de vivienda, los problemas de suministro de agua y electricidad o la corrupción gubernamental y administrativa son algunos de los problemas más serios que aquejan a Argelia.

Las protestas comenzaron en las principales ciudades argelinas –Argel, Orán, Costantina, Annaba o Tizi Uzu– en las primeras semanas de 2011 y la ola de personas que decidían quemarse a lo bonzo hacía prever un estallido social imparable. Sin embargo, las protestas nunca fueron masivas. El miedo de una sociedad lastrada y demasiado acostumbrada a la violencia –dos cruentas guerras en medio siglo– actuó en contra de las demandas de cambio, justicia y dignidad que se oyeron con fuerza desde el Magreb al Masreq. Las imágenes del conflicto civil que enfrentó a los militares y a los islamistas por la supremacía en los 90 y sus 200.000 víctimas mortales siguen pesando como una losa sobre la conciencia de los argelinos. No obstante, la Coordinadora Nacional por el Cambio y la Democracia desafió de forma valiente a la imponente maquinaria de seguridad del régimen saliendo a la calle para demandar una transición política. Las huelgas y las manifestaciones son moneda común y cotidiana en todo el país.

En abril de 2011, Buteflika, que ha cumplido los 75 años, anunciaba una reforma constitucional de calado y la subvención de los productos de primera necesidad para contener la creciente contestación. “Nuestro pueblo es joven y ambicioso, de ahí la necesidad de satisfacerlos, día tras día, en sus múltiples reivindicaciones en todos los dominios. Nosotros estamos aquí, más que nunca, preocupados por los vientos de reformas socioeconómicas y políticas”, afirmaba el presidente argelino sobre unos planes aún incipientes hace un año. El régimen decidía levantar el Estado de emergencia, en vigor durante casi dos décadas de reuniones políticas y manifestaciones prohibidas, y acabar con el monopolio estatal de los medios de comunicación audiovisuales. Además, se comprometía a reforzar la presencia de la mujer en la política y liberalizar la concurrencia de partidos políticos en el sistema. El nuevo Parlamento tendrá el encargo de plasmar las reformas sobre la Carta Magna. El general de origen marroquí había consolidado su liderazgo gracias a la reforma constitucional de 2008, que ponía fin al límite de dos mandatos presidenciales antes de triunfar por tercera vez consecutiva en las elecciones de 2009.

La repentina estrategia reformista de Buteflika se asemeja notablemente a la de su vecino y archienemigo marroquí Mohamed VI. Como el rey alauita, el veterano general hace hincapié en sus intervenciones públicas en que Argelia camina hacia la democracia de forma imparable. De ahí que Buteflika lleva esforzándose meses en promover una imagen de limpieza en torno al proceso electoral y en combatir la abstención. Ciertos observadores apuntan a que la participación no superará el 20%, mientras que 500 observadores internacionales se darán cita en el país el día de las elecciones.

Tímida apertura

Pero la élite dirigente es consciente del innegable malestar social: para los comicios de la próxima semana el régimen ha permitido la legalización de unas 20 nuevas formaciones hasta un total de 44 y, entre ellas, media decena de islamistas. Tres formaciones islamistas moderadas legales –el Movimiento para la Sociedad y la Paz, Ennahda y El Islah– han formado la llamada Alianza de la Argelia Verde. Además, el Frente para la Justicia y la Libertad, el más crítico de los partidos de inspiración coránica (y abiertamente opuesto al régimen), y el Movimiento por el Cambio han rehusado adherirse a la citada coalición. El Frente de Fuerzas Socialistas, que tradicionalmente ha boicoteado las elecciones, ha optado en esta ocasión por participar de la convocatoria en lo que algunos interpretan como un signo de los nuevos tiempos.

En cualquier caso, la propia naturaleza del régimen impedirá una victoria islamista de la trascendencia de las ocurridas en Túnez y Egipto, países que lograron deshacerse de sus respectivos jefes de Estado a comienzos de 2011. Entretanto, Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) –nutrida de los vestigios del Frente Islámico de Salvación (FIS) una vez derrotado por el Ejército en la guerra e importante amenaza para el Estado– ha llamado al boicot de la cita electoral.

A pesar del colchón financiero que seguirá proporcionando el petróleo y el gas, Buteflika y los suyos sólo lograrán cerrar en falso una profunda crisis de legitimidad con unos planes reformistas aún meramente nominales. La primavera argelina se sigue haciendo esperar.