Los argelinos centran sus demandas en la redistribución de las rentas del petróleo.

Dominique Faget/Getty Images
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Los gobiernos islamistas, vencedores en Túnez, Marruecos y Egipto, tienen por delante el reto, en coalición con el resto de fuerzas, de construir un nuevo marco político democrático. Pero sobre todo deberán formular una política económica y dar respuesta a las demandas socioeconómicas. Solo si tienen éxito en este campo podrían afianzarse como las verdaderas fuerzas del cambio.

En Siria, el régimen de Bashar al Assad, a pesar de sus promesas de reformas, mantiene la brutal represión contra las protestas. Descartada la intervención militar extranjera, el régimen sirio caerá cuando pierda el apoyo de las élites económicas, agobiadas por las consecuencias de la crisis.
En Argelia, a pesar de la tensión y del frágil equilibrio, no parece que a corto plazo Buteflika vaya a caer. La población, consciente de que sólo parte del poder reside en el Ejecutivo, y que cualquier reforma política requiere el aval de las Fuerzas Armadas, centra sus demandas en la redistribución de las rentas del petróleo. El Gobierno argelino se verá obligado a seguir haciendo concesiones económicas para frenar las demandas políticas.

Todo ello dibuja un panorama de nubes y claros, pero en el que una cosa está clara: el progreso hacia la democracia del mundo árabe, en la forma y ritmo que sea, no tiene marcha atrás. Sus sociedades han perdido el miedo y están dispuestas a salir a la calle tantas veces como sea necesario.

Gabriela González de Castejón es redactora jefa de Afkar/ideas