El país magrebí debe aprender de los fallos del pasado y gestionar la economía de una manera nueva,  invirtiendo en la juventud y apostando por el talento.

Tres factores sacudieron la gestión de la economía en Argelia en otoño de 2015, y de forma más brutal de lo que imaginaban los ministros y empresarios argelinos. En septiembre, un debate sin precedentes celebrado en el Consejo Nacional Económico y Social, en presencia del Gobierno, arrojó una luz descarnada sobre los factores que obligaban al país a cambiar su modo de gobernanza económica.

Carteles del Presidente argelino, Abdelaziz Bouteflika, en una calle de Argel. AFP/Getty Images
Carteles del Presidente argelino, Abdelaziz Bouteflika, en una calle de Argel. AFP/Getty Images

En primer lugar, la posibilidad más aceptada sobre la evolución de los precios del petróleo es que no se van a recuperar. Es más, su cotización podría incluso descender por debajo de 30 dólares el barril. Esta perspectiva tiene, según Rabah Arezki, responsable de la unidad de materias primas en el departamento de estudios del FMI en Washington, dos explicaciones. El gas no convencional estadounidense ha sustituido al de Arabia Saudí en el papel de producción complementaria. Por otra parte, en los próximos años entrarán en funcionamiento nuevos yacimientos cuyo desarrollo se inició cuando el precio del barril era elevado. A estos factores se suma el regreso de Irán al mercado, sin contar con que Libia se ha visto privada de una buena parte de su producción.

El segundo factor está relacionado con las políticas de estabilización implantadas en los países que dependen de los ingresos por exportaciones de hidrocarburos para costear la parte esencial de sus importaciones. Rusia es el ejemplo de una estabilización relativamente lograda que ha dejado que el rublo se depreciara mucho y ha sabido dominar la inflación, aunque, actualmente en un 15%, sigue siendo un problema. Rusia depende menos que los países del Golfo y Argelia de las exportaciones de hidrocarburos para sufragar las importaciones de productos alimentarios y suministros para la producción industrial.

A estos dos factores, Rabah Arezki añade un tercero que está adquiriendo cada vez más importancia: la repercusión creciente de las energías renovables, en especial en China, que no está a favor de las energías fósiles a largo plazo. En Alemania, la energía renovable contribuye algo más del 30% a cubrir las necesidades; en España, está cerca del 50% en periodos de pico. Esta variación es palpable en todas partes y deja obsoleto un modo de análisis que se creía inamovible. Como consecuencia, existe el peligro de sobrevalorar el peso de los activos de gas y crudo en la balanza argelina, unos activos abandonados y en desuso que lastran enormemente las finanzas públicas. Hace ya 10 años, la ambición desmesurada del ministro de Energía, Chakib Khelil, de aumentar enormemente la capacidad de exportación de gas de Sonatrach, resultaba arcaica. En cuanto a los bancos públicos, son dinosaurios de una especie desaparecida y cuyas repetidas recapitalizaciones costaron muy caras. Su funcionamiento anticuado priva a Argelia de una herramienta de desarrollo eficaz. En este país, la inmovilidad es una forma refinada de arte político.

Este inmenso despilfarro de las inversiones públicas se explica por la falta de reflexión sobre la economía por parte del Estado. Si una parte de ese dinero invertido a fondo perdido se hubiera utilizado para formar a la juventud en técnicas modernas, financiar incubadoras de pequeñas empresas en el ámbito de la energía, a animar a los jóvenes a lanzarse a la aventura empresarial y a facilitar las joint-ventures con socios extranjeros, la economía argelina estaría mejor preparada para afrontar los retos que le aguardan. El peso muerto de una burocracia obsesionada con el pasado y con las normas, y que desconfía de los jóvenes -un elemento esencial en este país-, impide que Argelia participe en la globalización y obtenga de ella empleo, riqueza e intercambios fructíferos con Europa, América Latina, África y Asia.

Ahora bien, ¿dispone el Estado argelino en 2015 de equipos capaces de llevar a buen puerto una política de reformas? ¿Qué queda del antiguo Ministerio del Plan, semillero de talento? En Sonatrach, las turbulencias de este último decenio han disminuido seriamente la capacidad de movilización y gestión de sus dirigentes. La pérdida de confianza de los mandos técnicos experimentados, que están acogiéndose a jubilaciones anticipadas a toda prisa, indica que el intento de dar nueva vida a este sector desde 2012 no ha durado mucho. El nuevo ministro de Energía puede reprender a los directivos de la empresa y criticar su falta de reacción ante la agitación del mercado de los hidrocarburos, pero ni él ni el nuevo presidente de Sonatrach tienen una experiencia profesional que justifique su designación para los cargos que ocupan. Nunca, desde la independencia, se había confiado este sector estratégico a personas tan poco cualificadas.

Cada vez son más los ejecutivos y los altos funcionarios competentes que hablan en debates y en los medios de comunicación del “deterioro” general de la administración. En Argelia no existe ningún instituto de estudios estratégicos digno de tal nombre. El Instituto de Estrategia Global podía ser importante en la época en la que lo dirigía el difunto Mohammed Yazid, pero ¿puede serlo ahora? Es llamativo que en la reciente reunión del Consejo Nacional Económico y Social, los organizadores no pensaran en invitar a economistas chinos, indios, ingleses ni alemanes. Algunos franceses de tercera fila, nada más. Es Jurassic Park en estado puro.

 

¿Cuál es la situación?

Las finanzas públicas están en la ruina. Las exportaciones de gas y petróleo han caído, un 9% en cantidad y un 42% en valor entre los primeros semestres de 2014 y 2015 (es decir, de 33.210 millones a 19.280 millones de dólares). Esta caída se produce en un contexto de destrucción de la producción de petróleo, que pasó de 2 millones de barriles diarios a 1,5 millones entre 2005 y 2014, mientras que el gas descendió de 88.000 millones de metros cúbicos a 78.000 millones en el mismo periodo. En vista del fracaso de las licitaciones (cuatro licencias asignadas de 31 ofrecidas en septiembre de 2014) y de la resistencia de muchas empresas a operar en Argelia, es poco probable que Sonatrach pueda llevar a cabo su ambicioso proyecto de exploración 2014-2019, que prevé una inversión de 102.000 millones de dólares.

La planta de tratamiento de gas de Krechba. STR/AFP/Getty Images
La planta de tratamiento de gas de Krechba. STR/AFP/Getty Images

El aumento de las importaciones prosigue a pesar de que en algunos sectores, en especial la alimentación y el automóvil, la contracción es fuerte. Este comercio se hace en buques extranjeros, porque la antigua Compañía Nacional de Navegación se malvendió al escandaloso hombre de negocios saudí Gaith Pharaon a principios de siglo. El resultado es lógico: las reservas de divisas sufren una fuerte contracción y no hay duda de que estarán en 130.000 millones de dólares para el final de año, frente a 178.000 millones un año antes. Este vaciado de reservas se podría haber frenado con una depreciación más fuerte del dinar, pero el Ejecutivo se opone. De modo que la depreciación se lleva a cabo en el mercado paralelo, que ofrece un barómetro fiel de la confianza o desconfianza de los ciudadanos hacia sus dirigentes. Cuando un gobierno reconoce de forma oficial que la diferencia entre la factura de las importaciones y su valor real es del 30%, se puede decir que ya no controla nada.

Argelia se felicita por tener una deuda exterior insignificante. Pero el volumen de la deuda exterior de un país no interesa mucho en sí. Todo depende del uso que se haga del dinero prestado. Si sirve para financiar inversiones productivas, diversificar el tejido industrial, promover la pequeña y mediana empresa, estimular la investigación y el desarrollo de las ciencias sociales y exactas, no hay nada que decir. Si el préstamo sirve para financiar los salarios del sector público, el auge inmobiliario y las grandes obras de infraestructuras, especialmente con empresas nacionales y extranjeras cuyos precios se inflan y cuyas prestaciones tienen una calidad mediocre, nos encaminamos hacia una situación poco halagüeña.

Es indudable que se han preservado los grandes equilibrios macroeconómicos, pero los problemas estructurales se mantienen y se agravan. El Fondo de Regulación de Reservas puede servir para enmascarar la realidad, pero no indefinidamente. Si se hubiera desplegado el fondo de manera estratégica, como ciertos fondos soberanos de inversión desarrollados en los últimos veinte años, habría podido servir para adquirir activos en grandes compañías internacionales con las que Argelia desea trabajar.

La subida de la renta media ha sido rápida y superó el umbral de los 5.000 dólares en 2011, pero este aumento oculta las desigualdades crecientes entre quienes se integran en los mecanismos internos del sistema -asalariados del sector público, importadores y distribuidores- y los que están excluidos y actúan en un sector informal omnipresente o, sencillamente, no tienen trabajo. El dato oficial que atribuye un 20% de paro a los jóvenes no es creíble si tenemos en cuenta que la tasa de participación en el mercado laboral no es más que del 45%.

A estas desigualdades interiores se añaden las que se despliegan en el exterior: ¿en cuánto se cifra la fuga de capitales desde hace una generación: cien mil millones de dólares, doscientos mil millones, o más? ¿Le interesa a Argelia contribuir a la prosperidad del mercado inmobiliario de París o Alicante? ¿Por qué no hace llamamientos a los ciudadanos franceses, británicos, belgas, canadienses o estadounidenses de origen argelino que han desarrollado carreras brillantes en las grandes empresas? China e India no vacilan a la hora de recurrir a sus diásporas; ¿por qué Argelia se niega a seguir el camino trazado por países cuyo éxito económico es indiscutible?

El gobierno hace todo lo posible para garantizar la paz social, pero a costa de un derroche de subvenciones en las áreas de la energía y los productos alimentarios. Las subvenciones directas e implícitas en el presupuesto de 2013 ascienden, según Alí Aissaoui, de Apicorp, a 61.800 millones de dólares, el 29% del PIB. Dos terceras partes de las subvenciones implícitas se explican por las subvenciones en el área de la energía, cuyo uso doméstico crece a un ritmo de más del 10% anual. Además, las subvenciones fomentan el contrabando en las fronteras con Túnez y Marruecos (que equivale a más de mil millones de dólares en 2015) y suponen despilfarro acumulado en un sector esencial, que debería poder vender la energía que produce a un precio más próximo al del mercado. ¿Qué pasará el día en el que Argelia consuma más energía de la que exporta?

No podremos quejarnos si llega el momento en el que se impone desde el exterior una cura de adelgazamiento como la de 1994. No es impensable que ocurra, y no será consecuencia de ninguna conspiración sino de una realidad ineludible que acabará imponiéndose. En 1989-1991 Argelia demostró que contaba con hombres de talento que podían al mismo tiempo soñar con las reformas, elaborarlas y ponerlas en práctica. Las multinacionales han tenido más fe en las reformas que muchos políticos y militares que las han socavado desde dentro. Por desgracia, este país devora a sus hijos brillantes con una voracidad que aterra. Prefiere a los que aceptan los planes de austeridad del FMI que a quienes intentan encontrar soluciones más apropiadas para los intereses del país. ¿Por qué se admira tanto este patriotismo corrompido?

 

En perspectiva

Argelia está desindustrializándose a pasos agigantados, lo cual es asombroso dadas las aspiraciones que se generaron en los 70. No podemos compartir todas las convicciones económicas del presidente Huari Bumedián, pero hay que reconocerle una noble ambición. Lo que hizo Sonatrach en aquella época es digno de respeto, y el desarrollo del gas natural es algo que honra a los técnicos argelinos. Qué tristeza ver que, desde hace 10 años, todo está hundido en la corrupción y la complicidad con los dirigentes neoconservadores estadounidenses. Qué espectáculo tan extravagante ver al presidente ruso Vladímir Putin y al rey de Arabia Saudí intervenir ante la máxima instancia del Estado para explicar que la proposición de ley de hidrocarburos presentada en la Asamblea Nacional equivalía a vender el país a Estados Unidos. ¿Qué ha sido del orgullo nacional, la rejla?

Las tasas de inversión de las empresas, públicas y privadas sumadas, ha caído del 30% del PIB a mediados de los 70 a menos del 10% en la actualidad. En los países emergentes de gran crecimiento sostenido, como Malasia, Vietnam y Brasil, ese porcentaje oscila entre el 25% y el 35%. En muchos otros terrenos, Argelia no ocupa el lugar que debería entre los países de rentas medias. Independientemente de los fallos de ciertas clasificaciones metodológicas, Argelia tiene una posición mediocre en cuestión de competitividad, sistema bancario y clima de negocios. El contraste con la situación de hace 25 años es notable.

En poco más de 18 meses, entre la aprobación en la Asamblea Nacional de la Ley del Crédito y la Moneda, abril de 1989, y las elecciones de diciembre de 1991, se firmaron en el Banco de Argelia, entonces autónomo, más de 100 acuerdos de empresas conjuntas entre compañías argelinas y grandes compañías internacionales europeas, asiáticas y norteamericanas. La confianza manifestada por numerosos dirigentes empresariales, financieros y políticos de todo el mundo en la capacidad de Argelia para llevar a cabo grandes reformas y aceptar incorporarse al juego internacional de la globalización se expresó en un contexto político turbulento, tanto en el interior como en el exterior. Si las reformas no se completaron, la culpa no es de ningún extranjero. Argelia era dueña de su destino entonces y sigue siéndolo hoy.

Este análisis de la larga historia de las reformas económicas en Argelia me reafirma en mi convicción de que, si los encargados de la gestión económica de este país se atreven a decir la verdad a la gente, se rodean del talento necesario -que abunda en todos los escalones de la pirámide de edad- y proponen un plan claro para salir de la crisis, todo es posible. Si sigue predominando la política del avestruz -y en Argelia no falta arena-, las turbulencias serán equiparables a los retos que se niegan a afrontar. La historia no se repite jamás, pero negarse a aprender sus lecciones es condenarse a no construir nunca el porvenir, a transitar hacia lo incierto.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.