Mauricio Macri en una rueda de prensa tras ganar las elecciones de Argentina. (Juan Mabromata/AFP/Getty Images)
Mauricio Macri en una rueda de prensa tras ganar las elecciones de Argentina. (Juan Mabromata/AFP/Getty Images)

Pocas cosas en la política argentina tienen la certeza suficiente como para iniciar un análisis desde allí. Sin embargo, después de las elecciones del domingo, es posible partir desde una afirmación: Argentina cambiará mucho después del 11 de diciembre.

El primer ballotage presidencial de la historia terminó con la confirmación de lo que decían todas las encuestas: ganó Mauricio Macri, aunque por menos margen del que vaticinaban. El líder de Cambiemos, un partido nuevo que surgió en Argentina post crisis de 2001, se hizo con el 51,4% de los votos y derrotó así a Daniel Scioli, el delfín que encontró de la mano de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner para mantener el poder.

Argentina será otra. Por los nombres, claro está, pero también por las formas. Desde el domingo de las elecciones, Macri encaró una agenda llena de entrevistas. En tres días volvió a aflorar el diálogo, algo que en el país de los artistas de la palabra se había perdido. La presidenta jamás respetó el diálogo, ni con propios ni con ajenos. Nunca hizo conferencias de prensa en ocho años ni tampoco una sola reunión de Gabinete.

Los nombres del mandatario electo se empiezan a despuntar. Macri no es un político tradicional, tampoco un gran enamorador de multitudes y menos aún, un “superhombre”. Es un personaje más bien simple que hasta a veces suele parecer vulnerable. Tampoco él se cree un iluminado. Consciente de sus limitaciones, el ingeniero ha logrado desandar el laberinto hacia el poder de la mano de la gestión. Supo armar eficientes equipos de trabajo a los que siempre dejó hacer con gran libertad. Llegó al escenario grande de Argentina como el hijo de uno de los empresarios más ricos del país. Su primer escalón fue Boca Juniors, club que bajo su presidencia ganó todo, incluida aquella Copa Intercontinental al Real Madrid en el años 2000. Luego pasó a la política como alcalde de la Ciudad de Buenos Aires. Jamás quiso encuadrarse en los partidos tradicionales (el peronismo y la Unión Cívica Radical) y apostó por un partido nuevo, el PRO.

Macri ya dio algunas pistas que permiten volver a la certeza de que habrá cambios. Uno de sus primeros anuncios fue convocar a Susana Malcorra, la actual jefa de Gabinete de Naciones Unidas, una funcionaria nombrada en 2012 por el Secretario General, Ban Ki Moon. Antes, Malcorra había dirigido misiones de paz de la ONU en distintas partes del mundo. Encabezó 30 operaciones que incluyeron alrededor de 120 mil personas, entre agentes militares, policías y civiles.

El presidente electo ya adelantó dos medidas que modificarán la política exterior argentina. En diciembre, en la reunión de Mercosur, pedirá una condena a Venezuela. "Lo que está pasando en Venezuela no tiene que ver con el compromiso democrático que hemos asumido todos los argentinos", dijo Macri en la primera conferencia de prensa luego de ser electo. Creada en 1998, con la firma del Protocolo de Ushuaia sobre Compromiso Democrático en Mercosur, la cláusula democrática de Mercosur prevé la posibilidad de suspender a un país socio en el bloque y hasta aplicarle sanciones comerciales o el cierre de fronteras en caso de ruptura del orden democrático. Malcorra será la encargada de abandonar el eje Caracas con el que Argentina manejó sus relaciones con la región y con el mundo.

Pero quizá el mayor reto de la nueva canciller será pedir la nulidad del “memorándum con Irán”, un acuerdo que Cristina Kirchner firmó con Teherán por la causa del atentado en la mutual judía en Buenos Aires, AMIA. Las consecuencias de aquel acuerdo, que establecía privilegios procesales para algunos funcionarios iraníes, fueron inéditos para la vida argentina. Desde la pronunciación del aislamiento internacional hasta la muerte del fiscal Alberto Nisman en enero pasado después de haber pedido el procesamiento de la presidenta y el actual canciller, Héctor Timerman. La pelea por la derogación la deberá dar el macrismo en el Parlamento, donde no tiene mayoría, pero los efectos de lograrlo no se sentirán en el mundo.

En el plano económico internacional, Macri deberá negociar con los llamados fondos buitre si quiere recuperar el crédito externo. El desacato a un fallo en los tribunales de Nueva York pronunció el aislamiento económico del país. Además, desde el 1 de enero deberá cumplir con el fallo de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que le exigió a Argentina respetar las reglas internacionales de comercio. El mandato de la OMC pide abandonar las prácticas que impuso el kirchnerismo al restringir las importaciones y prohibir el giro de dividendos de empresas extranjeras en el país. Las consecuencias de no acatar la resolución podrían ser sanciones de los 42 países que demandaron a Argentina. Macri se mantendrá dentro de las reglas del comercio mundial aunque hay quienes dicen que tratará de lograr una prórroga.

Claro que la economía interna se colocó en medio de la agenda urgente. Macri ya tomó algunas decisiones. En principio rehusó a nombrar un ministro de Economía fuerte y lleno de tareas. En su lugar funcionará un Gabinete económico compuesto por seis reparticiones entre las que se destacan Hacienda, Transporte, Energía, Agricultura y Producción.

Argentina recibirá al nuevo presidente con varios problemas. El primero, y más urgente, será poner orden en el mercado cambiario. Si la presidenta Cristina Kirchner se fuese hoy dejaría una brecha cambiaria entre el dólar oficial y el paralelo del 60%. La falta de dólares en la economía argentina, producto de la caída de las exportaciones y el retiro de la inversión extranjera directa, llevó a que se instaurara el llamado “cepo cambiario”, un procedimiento restrictivo que impide la compra de divisas, sea para ahorro, para pagar importaciones o para remitir dividendos. Apenas hay un procedimiento de goteo para los ahorristas y para algunos importadores. Macri prometió eliminar el cepo cambiario al día siguiente de asumir el cargo.

Claro que las preguntas sobre cómo se acomodará el tipo de cambio cuando eso suceda son una constantes. El nivel de reservas líquidas en el Banco Central cayó en los últimos años y nadie sabe, excepto el Gobierno de Fernández de Kirchner, a cuánto llega el número real. Poco se podría hacer desde la autoridad monetaria para frenar un abandono masivo del peso en favor del dólar. La devaluación de la moneda siempre está a mano, pero claro, la inflación acecha. Cerca de Macri dicen que la economía ya ajustó sus precios a valores más cercanos al dólar paralelo (15 pesos por dólar) que al que luce el oficial (alrededor de 9,50). Cómo este último no aparece, muchos importadores de materias primas corren a herramientas como bonos dolarizados para pagar sus créditos en el exterior. Por eso, dicen, la economía tiene precios de dólar paralelo.

El otro gran número que preocupa a Macri es el déficit fiscal. Según las cuentas a septiembre, Argentina acumula 6,5% del PIB de déficit. El desafío será encontrar la receta para ajustar la economía sin generar problemas sociales. Los impuestos no sólo no se pueden subir sino que los votantes de Macri esperan que afloje la voracidad fiscal que caracterizó al kirchnerismo, un Gobierno que llevó la presión tributaria de la economía formal a alrededor del 46% de los ingresos.

A su favor tendrá varias cosas. En principio, la luna de miel con la que asumen los presidentes, pero sobre todo, las posibilidades económicas que brinda una economía que se mueva después de cuatro años de estar quieta.