¿Qué quieren transmitir los líderes mundiales?
La clave está en su ropa.

Zapatero no se libra. Como todos los dirigentes mundiales, cuida
cada vez
más su imagen. En geopolítica, la moda también importa.
Los líderes han aprendido a utilizar lo que se ponen -y la indumentaria
que exigen a otros
políticos- para lograr sus objetivos. Todos se visten para convencer,
algunos con la intención de demostrar quién manda -como
Bush con su
insistencia en la informalidad-, y los menos poderosos, para atraer atención
y ayudas, como el presidente afgano, Hamid Karzai, para algunos el hombre mejor
vestido del mundo. Porque la forma de vestir también influye en las
percepciones nacionales y globales.

La geopolítica presenta muchas jerarquías en función
de la riqueza, el poder militar y el prestigio diplomático. Pero el
estilo es un arma de seducción masiva de la cultura. Italia presume
de ser el "país de la moda", y otras naciones también
están tomando cartas en el asunto de la imagen de marca nacional. Hace
poco, la República Checa se planteó cambiarse el nombre, mientras
que otros Estados buscan diseños más seductores para sus banderas.
Los líderes mundiales pueden alardear de sus megaciudades, de sus estrellas
del deporte y de sus éxitos cinematográficos, que hoy día
son la moneda de cambio del poder blando. Pero, ¿qué ocurre con
los propios dirigentes?

Según Klaus Zwangsleitner, editor del recientemente publicado Official
Portraits
(Retratos oficiales, Trolley Press, 2005), los gobernantes pretenden
transmitir "autoridad, liderazgo, estabilidad, benevolencia e incluso
gracia" a través de sus fotos oficiales. Ahora, las importantísimas
sesiones de fotos para la prensa ponen en marcha la maquinaria burocrática
con mucha antelación y, hasta que el fotógrafo aprieta el botón
de la cámara, se hace todo lo posible para que el personaje adquiera
una apariencia agradable.

Cuando el ex diseñador
de Gucci Tom Ford afirmó en 2002 que Karzai era el "hombre
que mejor viste del mundo" despertó el interés internacional
por Afganistán, tanto de críticos de moda como de donantes

La verdad es que en geopolítica la moda es importante, tanto en el
caso de los hombres como en el de las mujeres. Los líderes son símbolos
inevitables de sus respectivas naciones, y sus preferencias en cuanto a moda,
con todas sus sutilezas, van moldeando y reforzando la percepción que
se tiene de ellos globalmente, para lo bueno y para lo malo. Estados Unidos
sabe de sobra que el poder duro no lo es todo. Su secretaria de Estado, Condoleezza
Rice, dio mucho que hablar el pasado mes de febrero cuando llegó a Alemania
pavoneándose y enfundada de los pies a la cabeza en un impactante conjunto
de color negro: botas altas, levita de estilo militar y falda por encima de
la rodilla. La virulenta reacción a la cobertura que se dio a este hecho
no se quedó atrás: "No recuerdo ningún comentario
sobre los gustos de Colin Powell en cuanto a moda", comentó alguien
que estaba presente. "¿De verdad queremos que nuestros políticos
se sometan al mismo examen riguroso que nuestros músicos, actores y
la modelo Paris Hilton?", se preguntaba otra persona.

Como si quisiera conjugar lo que escribía el gran estratega militar
Basil Liddell Hart sobre maniobras de tanques y alta costura hace un siglo
(sí, este hombre era una autoridad en ambas materias), la ofensiva de
encanto desplegada por Rice recordó a los espectadores del Viejo Continente
que Estados Unidos es una potencia que debe tenerse en cuenta. Robin Givhan,
del Washington Post, afirmó que "parecía como si la secretaria
de Estado estuviera preparada para emplear duras palabras, dar golpes en la
cabeza y protagonizar un congelado de imagen soltando de un salto una patada
al estilo Matrix, en caso necesario". Si quería demostrar al mundo
que ella, y por ende EE UU, están a la altura de los retos que plantean
simultáneamente un segundo mandato, la guerra contra el terrorismo y
un continuo marasmo en Irak, no podía haber elegido mejor vestuario.

Es posible que Rice haya aprendido dos o tres cosas de su jefe sobre el simbolismo
de la forma de vestir. George W. Bush es consciente de que a menudo lo importante
no es la propia indumentaria, sino la que un líder pide que los demás
se pongan en su territorio. Éso es lo que puede inclinar la balanza
del poder. En la cumbre del G-8 del pasado verano, celebrada en Sea Island
(Georgia, EE UU), el presidente francés, Jacques Chirac, se presentó demasiado
arreglado con un traje de chaqueta y una corbata roja recién planchada.
Otros gobernantes fueron en vaqueros y camisa. Como señaló el
periodista independiente Kenneth Dreyfack: "Ésa es la razón
por la que tanto Bush como sus predecesores han intentado imponer la ropa informal
para las reuniones importantes entre mandatarios. Supuestamente pensada para
conseguir que los participantes se relajen, en realidad, les hace sentirse
incómodos, y lo que es más importante, les sitúa en desventaja.
Exigiéndoles que modifiquen algo tan personal como la manera de vestir,
los invitados extranjeros a la Casa Blanca están aceptando sus reglas
básicas incluso antes de sentarse a negociar". Asimismo, no hay
protocolo que pudiera evitar las avergonzadas sonrisas de los 21 dirigentes
que se dieron cita en la última cumbre anual del Foro de Cooperación
Económica Asia-Pacífico, celebrada en Santiago de Chile: haciendo
un guiño a la tradición, todos se pusieron unos coloridos ponchos
de alpaca, y así pasaron a estar inmediatamente en pie de igualdad en
el tablero diplomático.

Foto de Mohamed Alí Jinnah
Foto de Imran Jan
Los trajes nuevos de los políticos: el
paquistaní Mohamed Alí Jinnah (izquierda) utilizaba la
estética de su pasado como abogado, mientras que hoy Imran Jan
(derecha) apuesta por el look tradicional.

Chirac no es el único que pasó vergüenza. Pocos días
después de la segunda investidura de Bush en enero, Dick Cheney protagonizó la
primera gran metedura de pata contra el buen gusto de 2005. Se presentó en
la ceremonia de conmemoración del 60ª aniversario de la liberación
del campo de concentración nazi de Auschwitz, según afirmó un
espectador, con el tipo de ropa que uno se pone normalmente para "utilizar
una máquina quitanieves". Mientras que otros líderes llevaban
abrigos y zapatos oscuros, Cheney se puso un anorak de color verde apagado
con una capucha adornada con piel, botas de caza marrones y un gorro barato
de esquí. Está claro que la diplomacia norteamericana sigue adoleciendo
de demasiada jactancia y de una insuficiente preparación. ¿Sorprende
entonces que el resto del mundo dude acerca de su sinceridad?

A la inversa, el estilismo de los políticos puede también atraer
simpatías muy necesarias y reconocimiento hacia sus países. Aunque
Hamid Karzai, el presidente de Afganistán, es frecuentemente elogiado
por sus elegantes gorros de astracán y abrigos de estilo tradicional, él
insiste en que no va a la moda porque sí. A través de su modo
de vestir, con símbolos tribales tejidos en capas vaporosas, está cambiando
la percepción internacional de los afganos y reforzando el sentido de
unidad nacional. Cuando en 2002 el ex diseñador de Gucci Tom Ford afirmó que
era el "hombre que mejor viste del mundo", contribuyó a
convertir al dirigente afgano, que en aquel momento se encontraba en aprietos,
en el centro de atención, despertando el interés internacional
por la difícil situación de su país, tanto de críticos
de moda como de donantes extranjeros.

Los cambios de imagen también
pueden levantar sospechas. Hasta el obrerista Lula ha cosechado críticas
por su nuevo estilo más refinado, y los tradicionalistas le han
acusado de no jugar limpio

Incluso los clérigos iraníes se han subido al carro. El armario
del hasta hace poco presidente, Mohamed Jatamí, informó recientemente
The New York Times, lleva mucho tiempo llamando la atención en Irán,
ya que se empeña en llevar zapatos en lugar de babuchas y pantalones
a juego con la túnica en lugar de un simple pijama blanco. Según
Abolfazl Arabpour, el Giorgio Armani de Irán, "los clérigos
han de ser más elegantes, ya que asumen el poder. Necesitan tener buen
aspecto cuando viajan al extranjero y se reúnen con diplomáticos
occidentales, que siempre visten con elegancia" (y eso que a ellos les
gusta llevar pantalones sin pinzas). Pero como plantea el antiguo refrán, "¿realmente
el hábito hace al monje?" Fíjese en Joschka Fischer, que
dejó de llevar los revolucionarios estampados del 68 cuando se le nombró ministro
de Asuntos Exteriores de Alemania. Fue durante años la figura política
más popular del país, y su elegancia intelectual -que irradiaba
con sus trajes a medida de tres piezas- le catapultó a la cima
de la diplomacia convirtiéndole en el ministro europeo de Exteriores
más importante, compitiendo con Javier Solana, un eurócrata más
conservador.

Sin embargo, esos cambios de imagen también pueden levantar sospechas.
Es posible que la gente no sepa más sobre Brasil que hace dos años,
pero ahora el nombre de Lula es sinónimo del triunfo de las políticas
a favor de los pobres y de la resistencia a dos pesos pesados globales (EE
UU y Europa) en la cuestión del comercio justo. Sin embargo, entre bastidores,
hasta el obrerista Lula ha cosechado críticas por su nueva imagen más
refinada, y los tradicionalistas le han acusado de no jugar limpio, al verle
con sus trajes de chaqueta nuevos e impecables. Se ha publicado incluso que
el gurú de la moda Yves St. Laurent ha afirmado: "Dejo mi carrera,
me retiro sin condiciones si Lula no se ha paseado a escondidas en vaqueros
cortos por una habitación de hotel".

La estética del poder: desde que es presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero ha ido retocando su imagen.
La estética del poder: desde
que es presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero
ha ido retocando su imagen.

Si usted no cree que la moda puede desempeñar un papel decisivo en
la política, captando las simpatías nacionales y a crear mitos
históricos fáciles, sólo hay que fijarse en en Pakistán.
Cuando los libros de historia de ese país fueron islamizados en los
70 y los 80, Mohamed Alí Jinnah, el padre fundador del Estado, era retratado
vistiendo el shirvani (chaqueta larga ajustada, tradicional paquistaní)
en lugar de los trajes de Savile Row de los abogados formados en Londres que
eran sus favoritos. Resulta apropiado, entonces, que el político paquistaní Imran
Jan, que un día fue capitán del equipo de cricket de la Universidad
de Oxford, opte ahora por llevar los tradicionales kurtas (especie de pijama
formado por una túnica y un pantalón) en un esfuerzo por obtener
credibilidad para su partido Movimiento para la Justicia. Al haber cortado
sus relaciones de conveniencia con el presidente, Pervez Musharraf, el imponente
ex deportista espera que el apodo de sus tiempos de jugador de cricket (asesino
silencioso
) se haga extensible al campo de la política. Por supuesto,
mientras unos conquistan a la ciudadanía, otros se caracterizan por
su falta de profesionalidad y sus chapuzas. El ejecutivo paquistaní del
Citibank convertido en primer ministro, Shaukat Aziz, exige que sus colegas
de gabinete se pongan un atuendo formal occidental para asistir a las reuniones,
con la esperanza de que, con la ropa adecuada, los miembros más importantes
de su equipo sean más eficaces. La bolsa de Karachi está en alza
desde entonces.

Pero, por supuesto, ni siquiera las mejores sedas de Italia pueden salvar
a Silvio Berlusconi, que sigue luchando por mantenerse en lo más alto
de la flamante escena política italiana. Podría aprender de su
homólogo de Japón, Junichiro Koizumi, tal vez el mejor ejemplo
de un líder capaz de utilizar su imagen para contrarrestar el escepticismo
de la población de un país cuya economía se tambalea al
borde de la recesión. La popularidad del premier nipón, la última
personificación del Japón más cool, se eleva al 85%, y
sin duda se basa más en su estilo inconformista, en su apariencia excéntrica
y en un nuevo CD muy popular, con sus canciones favoritas de Elvis, que en
la elección de sus rancios y leales ministros. Hace muy poco, sus legiones
de fans femeninas adquirieron más de 100.000 ejemplares de su libro
ilustrado, plagado de instantáneas de su vida en las que bebe cerveza,
come noodles (fideos largos) e incluso juega al béisbol con los niños.

Europa nunca defrauda a la hora de ofrecernos jugosos ejemplos de estilo.
El superdiplomático francés Dominique de Villepin, que fue nombrado
primer ministro tras el contundente rechazo francés a la Constitución
Europea, se enfrenta ahora a la prueba más dura de su carrera: utilizar
su poesía, su elegancia y su encanto para seducir a los franceses y
conseguir que apoyen su cruzada y la del presidente Chirac para convertir a
Europa en una superpotencia al lado de Estados Unidos.

Fiel al traje
Fiel al traje clásico: Armani
definió a Silvio Berlusconi como "un presumido con uniforme".

No es el único líder europeo que se propone sacar provecho del
poderío metrosexual para generar cambios políticos duraderos.
Puede que el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez
Zapatero, haya dado la campanada consiguiendo la victoria para los socialistas
en las elecciones del pasado marzo, pero no ha perdido ni un minuto de su tiempo
en poner a punto su imagen, y ahora estrena trajes en tonos oscuros para transmitir
seguridad y elegancia. Zapatero, al que ya nadie llama "Bambi",
inspira confianza y está cumpliendo su promesa de devolver España
a Europa.

Sin embargo, aunque Occidente haya dominado la moda diplomática durante
siglos como núcleo geopolítico de gravedad, el centro se está trasladando
de manera perceptible de Occidente a Oriente. Durante décadas, Fidel
Castro se rebeló contra la hegemonía de la moda occidental, pero
hasta él luce ahora un impecable traje de color azul cuando se reúne
con el Papa y asiste a cumbres internacionales.

Sin embargo, se ha hecho bufa del primer ministro chino, Wen Jiabao, que también
se viste al estilo occidental, por "tener menos agallas" que sus
predecesores Mao Zedong y Jiang Zemin, que siempre llevaban el cuello de la
chaqueta abrochado y nunca dudaron al hablar del ascenso seguro de China. No
pasará mucho tiempo antes de que los abrigos mao, y los kiftehs y los jodhpuris indios sean la indumentaria de rigor en círculos diplomáticos.

La semiótica de la moda ya ha empezado a marcar cambios geopolíticos
de primer orden. Por ejemplo, por temor al dragón chino, Japón
y Rusia están enterrando el hacha de guerra pese a no haber firmado
nunca un tratado de paz después de la Segunda Guerra Mundial y pese
al contencioso que aún tienen abierto en torno a las islas Kuriles.
En una reciente jornada conjunta de observación de maniobras de tanques
en las nevadas estepas siberianas, el general ruso al mando se probó un
casco japonés de samurái y su homólogo nipón hizo
lo propio con un gorro de piel ruso.

En otros lugares, la indumentaria puede ser un símbolo de superación
de las animadversiones coloniales. No hace mucho, Isaac Dos Anjos, embajador
de Angola en Suráfrica, pronunció un emocionante discurso sobre
la reconciliación, en el que señaló: "Después
de 500 años de colonialismo, ahora llevo traje y corbata. Ya basta.
No deseo otros 500 años de colonialismo africano para aprender a no
llevar corbata y a ponerme la ropa de la República Democrática
del Congo o de cualquier otro sitio. Me pondré mi corbata y seguiré adelante".

La nueva imagen de Lula: El presidente brasileño quiere seguir atrayendo a los inversores.
La nueva imagen de Lula: El
presidente brasileño quiere seguir atrayendo a los inversores.

Hoy en día el simbolismo en la forma de vestir domina la alta diplomacia
y es la nueva semiótica de las relaciones internacionales. Tanto es
así que, de hecho, en la actualidad, parece como si el lugar que se
ocupa en la sociedad dependiera no del cargo que se ocupa sino más bien
de la forma de vestir.

¿Qué quieren transmitir los líderes mundiales?
La clave está en su ropa. Parag Khanna

Zapatero no se libra. Como todos los dirigentes mundiales, cuida
cada vez
más su imagen. En geopolítica, la moda también importa.
Los líderes han aprendido a utilizar lo que se ponen -y la indumentaria
que exigen a otros
políticos- para lograr sus objetivos. Todos se visten para convencer,
algunos con la intención de demostrar quién manda -como
Bush con su
insistencia en la informalidad-, y los menos poderosos, para atraer atención
y ayudas, como el presidente afgano, Hamid Karzai, para algunos el hombre mejor
vestido del mundo. Porque la forma de vestir también influye en las
percepciones nacionales y globales.

La geopolítica presenta muchas jerarquías en función
de la riqueza, el poder militar y el prestigio diplomático. Pero el
estilo es un arma de seducción masiva de la cultura. Italia presume
de ser el "país de la moda", y otras naciones también
están tomando cartas en el asunto de la imagen de marca nacional. Hace
poco, la República Checa se planteó cambiarse el nombre, mientras
que otros Estados buscan diseños más seductores para sus banderas.
Los líderes mundiales pueden alardear de sus megaciudades, de sus estrellas
del deporte y de sus éxitos cinematográficos, que hoy día
son la moneda de cambio del poder blando. Pero, ¿qué ocurre con
los propios dirigentes?

Según Klaus Zwangsleitner, editor del recientemente publicado Official
Portraits
(Retratos oficiales, Trolley Press, 2005), los gobernantes pretenden
transmitir "autoridad, liderazgo, estabilidad, benevolencia e incluso
gracia" a través de sus fotos oficiales. Ahora, las importantísimas
sesiones de fotos para la prensa ponen en marcha la maquinaria burocrática
con mucha antelación y, hasta que el fotógrafo aprieta el botón
de la cámara, se hace todo lo posible para que el personaje adquiera
una apariencia agradable.

Cuando el ex diseñador
de Gucci Tom Ford afirmó en 2002 que Karzai era el "hombre
que mejor viste del mundo" despertó el interés internacional
por Afganistán, tanto de críticos de moda como de donantes

La verdad es que en geopolítica la moda es importante, tanto en el
caso de los hombres como en el de las mujeres. Los líderes son símbolos
inevitables de sus respectivas naciones, y sus preferencias en cuanto a moda,
con todas sus sutilezas, van moldeando y reforzando la percepción que
se tiene de ellos globalmente, para lo bueno y para lo malo. Estados Unidos
sabe de sobra que el poder duro no lo es todo. Su secretaria de Estado, Condoleezza
Rice, dio mucho que hablar el pasado mes de febrero cuando llegó a Alemania
pavoneándose y enfundada de los pies a la cabeza en un impactante conjunto
de color negro: botas altas, levita de estilo militar y falda por encima de
la rodilla. La virulenta reacción a la cobertura que se dio a este hecho
no se quedó atrás: "No recuerdo ningún comentario
sobre los gustos de Colin Powell en cuanto a moda", comentó alguien
que estaba presente. "¿De verdad queremos que nuestros políticos
se sometan al mismo examen riguroso que nuestros músicos, actores y
la modelo Paris Hilton?", se preguntaba otra persona.

Como si quisiera conjugar lo que escribía el gran estratega militar
Basil Liddell Hart sobre maniobras de tanques y alta costura hace un siglo
(sí, este hombre era una autoridad en ambas materias), la ofensiva de
encanto desplegada por Rice recordó a los espectadores del Viejo Continente
que Estados Unidos es una potencia que debe tenerse en cuenta. Robin Givhan,
del Washington Post, afirmó que "parecía como si la secretaria
de Estado estuviera preparada para emplear duras palabras, dar golpes en la
cabeza y protagonizar un congelado de imagen soltando de un salto una patada
al estilo Matrix, en caso necesario". Si quería demostrar al mundo
que ella, y por ende EE UU, están a la altura de los retos que plantean
simultáneamente un segundo mandato, la guerra contra el terrorismo y
un continuo marasmo en Irak, no podía haber elegido mejor vestuario.

Es posible que Rice haya aprendido dos o tres cosas de su jefe sobre el simbolismo
de la forma de vestir. George W. Bush es consciente de que a menudo lo importante
no es la propia indumentaria, sino la que un líder pide que los demás
se pongan en su territorio. Éso es lo que puede inclinar la balanza
del poder. En la cumbre del G-8 del pasado verano, celebrada en Sea Island
(Georgia, EE UU), el presidente francés, Jacques Chirac, se presentó demasiado
arreglado con un traje de chaqueta y una corbata roja recién planchada.
Otros gobernantes fueron en vaqueros y camisa. Como señaló el
periodista independiente Kenneth Dreyfack: "Ésa es la razón
por la que tanto Bush como sus predecesores han intentado imponer la ropa informal
para las reuniones importantes entre mandatarios. Supuestamente pensada para
conseguir que los participantes se relajen, en realidad, les hace sentirse
incómodos, y lo que es más importante, les sitúa en desventaja.
Exigiéndoles que modifiquen algo tan personal como la manera de vestir,
los invitados extranjeros a la Casa Blanca están aceptando sus reglas
básicas incluso antes de sentarse a negociar". Asimismo, no hay
protocolo que pudiera evitar las avergonzadas sonrisas de los 21 dirigentes
que se dieron cita en la última cumbre anual del Foro de Cooperación
Económica Asia-Pacífico, celebrada en Santiago de Chile: haciendo
un guiño a la tradición, todos se pusieron unos coloridos ponchos
de alpaca, y así pasaron a estar inmediatamente en pie de igualdad en
el tablero diplomático.

Foto de Mohamed Alí Jinnah
Foto de Imran Jan
Los trajes nuevos de los políticos: el
paquistaní Mohamed Alí Jinnah (izquierda) utilizaba la
estética de su pasado como abogado, mientras que hoy Imran Jan
(derecha) apuesta por el look tradicional.

Chirac no es el único que pasó vergüenza. Pocos días
después de la segunda investidura de Bush en enero, Dick Cheney protagonizó la
primera gran metedura de pata contra el buen gusto de 2005. Se presentó en
la ceremonia de conmemoración del 60ª aniversario de la liberación
del campo de concentración nazi de Auschwitz, según afirmó un
espectador, con el tipo de ropa que uno se pone normalmente para "utilizar
una máquina quitanieves". Mientras que otros líderes llevaban
abrigos y zapatos oscuros, Cheney se puso un anorak de color verde apagado
con una capucha adornada con piel, botas de caza marrones y un gorro barato
de esquí. Está claro que la diplomacia norteamericana sigue adoleciendo
de demasiada jactancia y de una insuficiente preparación. ¿Sorprende
entonces que el resto del mundo dude acerca de su sinceridad?

A la inversa, el estilismo de los políticos puede también atraer
simpatías muy necesarias y reconocimiento hacia sus países. Aunque
Hamid Karzai, el presidente de Afganistán, es frecuentemente elogiado
por sus elegantes gorros de astracán y abrigos de estilo tradicional, él
insiste en que no va a la moda porque sí. A través de su modo
de vestir, con símbolos tribales tejidos en capas vaporosas, está cambiando
la percepción internacional de los afganos y reforzando el sentido de
unidad nacional. Cuando en 2002 el ex diseñador de Gucci Tom Ford afirmó que
era el "hombre que mejor viste del mundo", contribuyó a
convertir al dirigente afgano, que en aquel momento se encontraba en aprietos,
en el centro de atención, despertando el interés internacional
por la difícil situación de su país, tanto de críticos
de moda como de donantes extranjeros.

Los cambios de imagen también
pueden levantar sospechas. Hasta el obrerista Lula ha cosechado críticas
por su nuevo estilo más refinado, y los tradicionalistas le han
acusado de no jugar limpio

Incluso los clérigos iraníes se han subido al carro. El armario
del hasta hace poco presidente, Mohamed Jatamí, informó recientemente
The New York Times, lleva mucho tiempo llamando la atención en Irán,
ya que se empeña en llevar zapatos en lugar de babuchas y pantalones
a juego con la túnica en lugar de un simple pijama blanco. Según
Abolfazl Arabpour, el Giorgio Armani de Irán, "los clérigos
han de ser más elegantes, ya que asumen el poder. Necesitan tener buen
aspecto cuando viajan al extranjero y se reúnen con diplomáticos
occidentales, que siempre visten con elegancia" (y eso que a ellos les
gusta llevar pantalones sin pinzas). Pero como plantea el antiguo refrán, "¿realmente
el hábito hace al monje?" Fíjese en Joschka Fischer, que
dejó de llevar los revolucionarios estampados del 68 cuando se le nombró ministro
de Asuntos Exteriores de Alemania. Fue durante años la figura política
más popular del país, y su elegancia intelectual -que irradiaba
con sus trajes a medida de tres piezas- le catapultó a la cima
de la diplomacia convirtiéndole en el ministro europeo de Exteriores
más importante, compitiendo con Javier Solana, un eurócrata más
conservador.

Sin embargo, esos cambios de imagen también pueden levantar sospechas.
Es posible que la gente no sepa más sobre Brasil que hace dos años,
pero ahora el nombre de Lula es sinónimo del triunfo de las políticas
a favor de los pobres y de la resistencia a dos pesos pesados globales (EE
UU y Europa) en la cuestión del comercio justo. Sin embargo, entre bastidores,
hasta el obrerista Lula ha cosechado críticas por su nueva imagen más
refinada, y los tradicionalistas le han acusado de no jugar limpio, al verle
con sus trajes de chaqueta nuevos e impecables. Se ha publicado incluso que
el gurú de la moda Yves St. Laurent ha afirmado: "Dejo mi carrera,
me retiro sin condiciones si Lula no se ha paseado a escondidas en vaqueros
cortos por una habitación de hotel".

La estética del poder: desde que es presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero ha ido retocando su imagen.
La estética del poder: desde
que es presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero
ha ido retocando su imagen.

Si usted no cree que la moda puede desempeñar un papel decisivo en
la política, captando las simpatías nacionales y a crear mitos
históricos fáciles, sólo hay que fijarse en en Pakistán.
Cuando los libros de historia de ese país fueron islamizados en los
70 y los 80, Mohamed Alí Jinnah, el padre fundador del Estado, era retratado
vistiendo el shirvani (chaqueta larga ajustada, tradicional paquistaní)
en lugar de los trajes de Savile Row de los abogados formados en Londres que
eran sus favoritos. Resulta apropiado, entonces, que el político paquistaní Imran
Jan, que un día fue capitán del equipo de cricket de la Universidad
de Oxford, opte ahora por llevar los tradicionales kurtas (especie de pijama
formado por una túnica y un pantalón) en un esfuerzo por obtener
credibilidad para su partido Movimiento para la Justicia. Al haber cortado
sus relaciones de conveniencia con el presidente, Pervez Musharraf, el imponente
ex deportista espera que el apodo de sus tiempos de jugador de cricket (asesino
silencioso
) se haga extensible al campo de la política. Por supuesto,
mientras unos conquistan a la ciudadanía, otros se caracterizan por
su falta de profesionalidad y sus chapuzas. El ejecutivo paquistaní del
Citibank convertido en primer ministro, Shaukat Aziz, exige que sus colegas
de gabinete se pongan un atuendo formal occidental para asistir a las reuniones,
con la esperanza de que, con la ropa adecuada, los miembros más importantes
de su equipo sean más eficaces. La bolsa de Karachi está en alza
desde entonces.

Pero, por supuesto, ni siquiera las mejores sedas de Italia pueden salvar
a Silvio Berlusconi, que sigue luchando por mantenerse en lo más alto
de la flamante escena política italiana. Podría aprender de su
homólogo de Japón, Junichiro Koizumi, tal vez el mejor ejemplo
de un líder capaz de utilizar su imagen para contrarrestar el escepticismo
de la población de un país cuya economía se tambalea al
borde de la recesión. La popularidad del premier nipón, la última
personificación del Japón más cool, se eleva al 85%, y
sin duda se basa más en su estilo inconformista, en su apariencia excéntrica
y en un nuevo CD muy popular, con sus canciones favoritas de Elvis, que en
la elección de sus rancios y leales ministros. Hace muy poco, sus legiones
de fans femeninas adquirieron más de 100.000 ejemplares de su libro
ilustrado, plagado de instantáneas de su vida en las que bebe cerveza,
come noodles (fideos largos) e incluso juega al béisbol con los niños.

Europa nunca defrauda a la hora de ofrecernos jugosos ejemplos de estilo.
El superdiplomático francés Dominique de Villepin, que fue nombrado
primer ministro tras el contundente rechazo francés a la Constitución
Europea, se enfrenta ahora a la prueba más dura de su carrera: utilizar
su poesía, su elegancia y su encanto para seducir a los franceses y
conseguir que apoyen su cruzada y la del presidente Chirac para convertir a
Europa en una superpotencia al lado de Estados Unidos.

Fiel al traje
Fiel al traje clásico: Armani
definió a Silvio Berlusconi como "un presumido con uniforme".

No es el único líder europeo que se propone sacar provecho del
poderío metrosexual para generar cambios políticos duraderos.
Puede que el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez
Zapatero, haya dado la campanada consiguiendo la victoria para los socialistas
en las elecciones del pasado marzo, pero no ha perdido ni un minuto de su tiempo
en poner a punto su imagen, y ahora estrena trajes en tonos oscuros para transmitir
seguridad y elegancia. Zapatero, al que ya nadie llama "Bambi",
inspira confianza y está cumpliendo su promesa de devolver España
a Europa.

Sin embargo, aunque Occidente haya dominado la moda diplomática durante
siglos como núcleo geopolítico de gravedad, el centro se está trasladando
de manera perceptible de Occidente a Oriente. Durante décadas, Fidel
Castro se rebeló contra la hegemonía de la moda occidental, pero
hasta él luce ahora un impecable traje de color azul cuando se reúne
con el Papa y asiste a cumbres internacionales.

Sin embargo, se ha hecho bufa del primer ministro chino, Wen Jiabao, que también
se viste al estilo occidental, por "tener menos agallas" que sus
predecesores Mao Zedong y Jiang Zemin, que siempre llevaban el cuello de la
chaqueta abrochado y nunca dudaron al hablar del ascenso seguro de China. No
pasará mucho tiempo antes de que los abrigos mao, y los kiftehs y los jodhpuris indios sean la indumentaria de rigor en círculos diplomáticos.

La semiótica de la moda ya ha empezado a marcar cambios geopolíticos
de primer orden. Por ejemplo, por temor al dragón chino, Japón
y Rusia están enterrando el hacha de guerra pese a no haber firmado
nunca un tratado de paz después de la Segunda Guerra Mundial y pese
al contencioso que aún tienen abierto en torno a las islas Kuriles.
En una reciente jornada conjunta de observación de maniobras de tanques
en las nevadas estepas siberianas, el general ruso al mando se probó un
casco japonés de samurái y su homólogo nipón hizo
lo propio con un gorro de piel ruso.

En otros lugares, la indumentaria puede ser un símbolo de superación
de las animadversiones coloniales. No hace mucho, Isaac Dos Anjos, embajador
de Angola en Suráfrica, pronunció un emocionante discurso sobre
la reconciliación, en el que señaló: "Después
de 500 años de colonialismo, ahora llevo traje y corbata. Ya basta.
No deseo otros 500 años de colonialismo africano para aprender a no
llevar corbata y a ponerme la ropa de la República Democrática
del Congo o de cualquier otro sitio. Me pondré mi corbata y seguiré adelante".

La nueva imagen de Lula: El presidente brasileño quiere seguir atrayendo a los inversores.
La nueva imagen de Lula: El
presidente brasileño quiere seguir atrayendo a los inversores.

Hoy en día el simbolismo en la forma de vestir domina la alta diplomacia
y es la nueva semiótica de las relaciones internacionales. Tanto es
así que, de hecho, en la actualidad, parece como si el lugar que se
ocupa en la sociedad dependiera no del cargo que se ocupa sino más bien
de la forma de vestir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Parag Khanna dirige la Iniciativa para la Gobernanza Global
del Foro Económico
Mundial desde la Brookings Institution, y es miembro del Instituto para el Estudio
de la Diplomacia de la Universidad de Georgetown (EE UU).