Soldados frente a las protestas de ONG ambientales que exigen que no se exploten las minas ubicadas en el territorio azerbaiyano de Lachin, donde vive población armenia y las fuerzas rusas están desplegadas temporalmente, Shusha, Azerbaiyán, diciembre 2022. Resul Rehimov/Anadolu Agency via Getty Images

Si la guerra de Ucrania ha repercutido en las crisis de todo el mundo, sus efectos se han hecho sentir especialmente en el sur del Cáucaso. Dos años después de su última guerra por Nagorno-Karabaj, Armenia y Azerbaiyán parecen abocadas a un nuevo enfrentamiento. Los problemas de Rusia en Ucrania han trastocado las correlaciones de fuerzas en la región.

Una nueva guerra sería más corta pero no menos dramática que la que se libró durante seis semanas de 2020. En aquella confrontación, en la que murieron más de 7.000 soldados, las fuerzas azerbaiyanas expulsaron a los armenios de algunas partes del enclave de Nagorno-Karabaj y zonas cercanas, todas ellas en poder de las fuerzas armenias desde principios de los 90. Al final, Moscú medió en la negociación de un alto el fuego.

Desde entonces, la balanza se ha inclinado aún más en favor de Azerbaiyán. El Ejército armenio no ha renovado sus tropas ni las ha reabastecido de armas, porque Rusia, su proveedor tradicional, sufre escasez de suministros. En cambio, Azerbaiyán se ha reforzado. Sus Fuerzas Armadas son varias veces superiores a las armenias, están mucho mejor equipadas y cuentan con el apoyo de Turquía. Y el aumento de la demanda europea de gas azerbaiyano también ha envalentonado a Bakú.

Las penurias de Rusia en Ucrania también tienen otras consecuencias. En virtud del acuerdo de alto el fuego de Nagorno-Karabaj en 2020, las fuerzas de paz rusas se desplegaron en las zonas todavía habitadas por armenios. Moscú ha reforzado su guardia fronteriza y su personal militar en varios tramos de la frontera entre Armenia y Azerbaiyán que, desde la guerra, han pasado a ser primera línea de frente. El propósito era que los contingentes, aunque fueran reducidos, disuadieran a Bakú de atacar por miedo a irritar al Kremlin.

Pero las fuerzas rusas no han impedido que este último año hubiera varios brotes de violencia. En marzo y agosto, las tropas azerbaiyanas capturaron más territorio de Nagorno-Karabaj, incluidas varias posiciones estratégicas en las montañas. En septiembre, las fuerzas azerbaiyanas se hicieron con territorio en el interior de Armenia. Y cada estallido ha sido más sangriento que el anterior.

La sombra del conflicto armado en Ucrania también ha sobrevolado las conversaciones de paz. Históricamente, Moscú ha encabezado casi siempre los esfuerzos para pacificar Nagorno-Karabaj y se suponía que el alto el fuego de 2020 abriría el comercio en la región, entre otras cosas porque permitiría restablecer una ruta directa a través de Armenia desde Azerbaiyán hasta su exclave de Najicheván, en la frontera con Irán. La mejora del comercio allanaría el camino para alcanzar un pacto sobre la delicada cuestión del futuro de Nagorno-Karabaj. Tras la guerra de 2020, Ereván abandonó su reivindicación de un estatuto especial para ese territorio disputado, que mantenía desde hacía décadas, pero sigue exigiendo derechos especiales y garantías de seguridad para los armenios que viven allí; Bakú sostiene que los armenios locales tienen los mismos derechos que cualquier ciudadano azerbaiyano.

A finales de 2021, Moscú aceptó una nueva mediación de la Unión Europea entre Armenia y Azerbaiyán, con la esperanza de que contribuyera a la labor pacificadora de Rusia, que había avanzado poco. Sin embargo, desde que comenzó la guerra de Ucrania, Moscú considera que la diplomacia de la UE forma parte de una campaña general para frenar la influencia rusa. A pesar de los intentos de las capitales occidentales, el Kremlin se niega a dialogar.

Como consecuencia, circulan por ahí dos borradores de acuerdo: uno redactado por Rusia y otro por Armenia y Azerbaiyán con el respaldo de Occidente (y muchos de cuyos apartados contienen propuestas discrepantes presentadas por ambas partes). Los dos borradores abordan el comercio y la estabilización de la frontera armenio-azerbaiyana y relegan el destino de los armenios de Nagorno-Karabaj a un proceso separado y todavía por iniciar. La vía bilateral apoyada por Occidente seguramente es más prometedora, en parte porque la plantean las propias partes implicadas, aunque no está claro cómo reaccionaría Moscú si se llegara a un acuerdo. En cualquier caso, los dos bandos están muy alejados. Bakú tiene todas las cartas y ganaría más con un acuerdo —sobre todo en materia de comercio y relaciones exteriores— que por medios militares.

El peligro es que las conversaciones no lleguen a ninguna parte o que se produzca otro estallido que hunda tanto la vía encabezada por Moscú como la que apoya Occidente, y Azerbaiyán tome lo que pueda por la fuerza.