El ataque israelí a la Flotilla de la Libertad en aguas internacionales promete repercusiones políticas de envergadura para el futuro de la región. A la batalla mediática, le sigue la diplomática. Ahora, la pelota está en el campo de la justicia internacional.

La progresiva radicalización del gobierno israelí ha provocado un cambio de percepciones en la esfera internacional. La insistencia del ministro de Exteriores, el ultraderechista Avigdor Lieberman, en asistir a la cumbre de la Unión por el Mediterráneo pese al rechazo árabe ha sido uno de los escollos que han provocado la postergación de esta reunión. Igualmente, los enfrentamientos verbales entre el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, y el presidente israelí, Simon Peres, en el Foro Económico Mundial de Davos enfriaron las relaciones con su único aliado en la zona: Turquía.

A caballo entre Oriente y Occidente, Ankara mantiene buenas relaciones diplomáticas y económicas tanto con Siria e Irán como con Israel. Posición que le consolida como mediador y único nexo entre las tres potencias militares no árabes de la región. Son los turcos quienes han liderado las negociaciones indirectas entre Damasco y Tel Aviv con el objetivo de sellar un acuerdo de paz. Acuerdo al que las expectativas internacionales vinculan un tratado de paz con Líbano y una posible mejora en los conflictivos dossieres de Hamás y Hezbolá.

La luna de miel turco-israelí, basada en el interés mutuo -la venta de armamento y tecnología militar para Turquía y un espacio aéreo dónde entrenar para la aviación israelí-, se ha desintegrado en las horas siguientes al abordaje de la flotilla. La crisis diplomática hace peligrar toda esperanza a corto plazo de un proceso de paz, negociaciones indirectas o mediaciones regionales.

Por sus posiciones estratégicas, Turquía e Israel son dos países clave tanto para Europa como para Estados Unidos. De inclinarse hacia el tándem sirio-iraní, Ankara perdería sus atributos como mediador. De igual manera, por su peso político, la postura turca puede empujar a Europa y, en menor medida, a EE UU a cuestionar su laxitud ante los derrapes militares con numerosas víctimas civiles de Israel. Aparte de los bombardeos del sur de Líbano y de Gaza, los recientes enfrentamientos diplomáticos con Israel pueden acabar con la paciencia de Occidente. El escándalo de la implicación del Mossad, los servicios secretos israelíes, en la falsificación de pasaportes canadienses y británicos para perpetrar un asesinato selectivo en Dubai o el desplante de su Gobierno durante la última visita de Georges Mitchell, el enviado especial estadounidense en Oriente Medio, al anunciar un nuevo plan de construcción de colonias judías en Cisjordania son incidentes que la opinión pública europea no encajará de igual manera antes y después del ataque a la Flotilla.

 

AFP/Getty Images
Israel y Turquía, en crisis: Protestas israelíes frente a la embajada turca en Tel Aviv.

 

En la otra cara de la moneda, nunca se habían ondeado tantas banderas turcas junto a las árabes. Antiguamente considerado como un país laico, que sacrificó su alfabeto árabe y su religión por insertarse en Occidente, Turquía se impone hoy como un líder regional y faro entre la opinión pública árabe. Y esta nueva ecuación es recíproca.

No es de extrañar que Líbano, Siria y Egipto hayan liderado el frente árabe alineándose con Ankara. Líbano comparte una frontera con Israel constantemente expuesta a enfrentamientos con Hezbolá, que a su vez es miembro del parlamento libanés. Causalmente, ocupa la presidencia de turno del Consejo de Seguridad de la ONU,  lo que le ha permitido forzar una pronta reacción. Por su parte, Damasco comparte liderazgo con Teherán en el enfrentamiento, más dialéctico que militar, contra Israel, ganando ahora un argumento más a su favor. En cuanto a Egipto, éste constituye la única frontera con Gaza. Después del escarmiento que supuso el ataque mediático árabe tras el bombardeo de Gaza, el régimen de Hosni Mubarak tiene una oportunidad de resarcirse y recobrar parte de la popularidad perdida. No obstante, la reapertura de la frontera no será permanente y el país se encuentra en plena tormenta electoral.

Éste es un panorama inusitado de unidad entre árabes, en la que los intereses de vecinos rivales convergen simultáneamente en la Liga Árabe, con el discurso de movimientos armados como Hezbolá y Hamás, y con la postura de la opinión pública.





























           
Para los europeos y árabes se trata de acabar con la política del ‘doble rasero’ y restaurar la fiabilidad de una justicia internacional
           

Un frente unido que pone en jaque la búsqueda de un acuerdo de paz en Oriente Medio con la oposición de mediadores imprescindibles como Turquía o Egipto. Un proceso que supone la prioridad política número uno en la región tanto para Europa como para EE UU.

El umbral de tolerancia entre la opinión pública europea se ha visto igualmente afectado. Al igual que la árabe en general y la palestina en particular, que, expectante al desenlace diplomático y legal del ataque israelí, puede tener reacciones imprevisibles. De no imponer una sanción a Israel acorde a los acontecimientos, el principio de la resistencia armada como única vía ante la “impunidad militar israelí” que acuñan milicias como Hezbolá o Hamás bien puede cuajar en estratos sociales árabes antes indecisos sobre el uso de las armas. Sin embargo, una sanción unánime y proporcionada podría evitar desde una tercera Intifada a revueltas violentas y devolver credibilidad a las instancias internacionales y, por lo tanto, una mayor aceptación de las políticas europeas y estadounidenses.

A todo ello contribuirá decisivamente la reacción de la comunidad internacional. Ya sea de forma unánime o bien con una respuesta más contundente de la UE que revalorizaría su posición en el proceso de paz en detrimento de la Administración Obama. Si bien ambos se han apresurado a condenar con mayor o menor ímpetu el asalto israelí, el comunicado del Consejo de Seguridad ha perdido vigor al retirar los párrafos más contundentes. Situación que recuerda al informe Goldstone que desacreditó toda imparcialidad de la ONU ante la opinión pública árabe y parte de la europea. De no mostrar una vez más firmeza en las sanciones que se apliquen, estos informes, condenas y demás retóricas vendrán a engordar la larga lista de papel mojado en la que se ha convertido el historial de Israel ante la justicia internacional. Pero en esta ocasión ante una opinión mundial mucho menos receptiva.

Aprisionados en el debate que se libra en clave interna, los israelíes se enfrentan a unos dilemas que van desde la eficacia de su aparato militar a un antiisraelismo mediático con la consiguiente pérdida de valor estratégico en el mundo, pasando por la división política interna ante las actuaciones de sus líderes. Para los europeos y árabes se trata de acabar con la política del doble rasero y restaurar la fiabilidad de una justicia internacional. Y por primera vez, puede que la opinión pública estadounidense debata abiertamente sobre la incondicionalidad de su apoyo a Israel.

También es posible que al final todo concluya cómo en ocasiones anteriores: un informe que condene a Israel, éste lo ignora, EE UU sale en su defensa, los europeos median y pagan la factura, los medios de comunicación entierran sus muertos y los árabes vuelven a dividirse.

 

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