Las compañías petroleras estatales controlan una parte cada vez mayor del petróleo mundial. Pero no todas son iguales.

 

"El gran petróleo", como dice Daniel Yergin, ya no es lo que era. Podemos olvidarnos de las siete hermanas  (las grandes compañías que dominaron el sector durante el siglo XX). En la actualidad, al menos el 80%  de las reservas de crudo están en manos de los gobiernos. De las 20 mayores compañías petroleras del mundo, tres cuartos son de propiedad pública, y muchas apenas alcanzan a atender las necesidades de su propia población.

Ahora que la crisis económica mundial está golpeando a todas las empresas, grandes o pequeñas, merece la pena preguntarse: ¿Qué ocurre con todo ese oro negro de propiedad estatal? A fin de cuentas las compañías nacionales de petróleo, esos gigantes que hace sólo un año se beneficiaban de precios superiores a 100 dólares por barril, no son inmunes a la recesión. Los precios se han hundido, y con ellos los ingresos. Muchas lo están pasando mal, y la cuestión clave es si tienen capacidad para invertir en medio de la crisis. Si durante estos años de vacas flacas no se invierte lo suficiente, cuando la demanda se recupere los precios podrían dispararse o, lo que es peor, podría producirse un desabastecimiento.

En  cualquier caso, no todas son iguales. Los costes operativos varían enormemente entre los campos petrolíferos en tierra firme fácilmente perforables de Arabia Saudí, y los de costosa extracción, como los que tiene Brasil mar adentro. En resumen, existen dos tipos de compañías petroleras públicas: las que tienen acceso fácil a capital, y las que no. En tiempos de bonanza, las del primer grupo funcionan de modo muy similar a las compañías petroleras privadas que cotizan en bolsa, como Shell o ExxonMobil. Venden el petróleo que producen y tras pagar los derechos, impuestos y dividendos a su gobierno y accionistas, se quedan con las ganancias restantes. A esta categoría pertenecen la Saudí Aramco, la Kuwait Petroleum Corporation, la National Oil Company de Abu Dhabi, la argelina Sonatrach, la china cnooc, la brasileña Petrobras, la malaisia Petronas y la angoleña Sonangol. Al igual que las privadas, muchas de ellas son capaces de financiar sus propios proyectos gracias a las ganancias acumuladas, sin tener que recurrir a préstamos ni inversores.

Este sistema no está exento de problemas cuando, como en la actualidad, llegan malos tiempos. Los Estados controlan estas ricas compañías públicas, y si los precios bajan y las arcas públicas se vacían, los gobiernos pueden forzarlas a ceder una mayor parte de sus ingresos. Puede que también tengan que aumentar su contribución para programas sociales. Si han acumulado reservas de dinero durante los tiempos de bonanza, no se verán tan afectadas por la crisis de los mercados. Pero si el gobierno se ve atenazado por la necesidad o la avaricia, se ven obligadas a recurrir a otras vías de financiación, como la venta de bonos a nuevos inversores. Algunas petroleras estatales, como Petrobras y la noruega StatoilHydro, se encuentran más a salvo de las necesidades del gobierno porque cotizan parcialmente en bolsa. Pueden ampliar capital por esa vía y además, gracias a sus elevados estándares de gestión corporativa y transparencia, disfrutan de mejor acceso a préstamos y al mercado de crédito.

Si no se invierte lo suficiente, cuando la demanda se recupere los precios podrían dispararse

En cambio, para las petroleras estatales sin fácil acceso a capital, como la National Iranian Oil Company, la mexicana Pemex o la Nigerian National Petroleum Corporation, los tiempos duros pueden hacerse mucho más duros. Básicamente funcionan como si fuesen un ministerio, y por tanto están expuestas a recortes presupuestarios. Venden petróleo en nombre del gobierno y los ingresos van a parar a las arcas públicas. El Estado sufraga los gastos de la compañía, y en algunos casos también le da una tasa por barril vendido. A la hora de lograr financiación para nuevas prospecciones y otras inversiones, la empresa debe competir con otras prioridades de inversión pública, como la educación o la sanidad.

A lo largo de los años, en tiempos de precios bajos estas petroleras estatales han tenido que diseñar mecanismos creativos para lograr financiar sus proyectos más costosos. Las más hábiles han recurrido a diversos mecanismos para financiarse por cauces independientes: a través del mercado de préstamos, bonos, bonos islámicos o futuros de petróleo, por ejemplo. Algunas también han creado empresas en el extranjero que les proporcionan ingresos fuera de las limitaciones internas. También han recurrido a inversores extranjeros, firmando con las petroleras estatales chinas acuerdos de intercambio de petróleo por financiación por valor de unos 50.000 millones de dólares (las empresas chinas invierten en esos países a cambio de un suministro garantizado de petróleo proveniente de esos proyectos).

Pero puede que en estos tiempos difíciles se estén produciendo cambios en el sector petrolero. A medida que ambos tipos de compañías petroleras estatales se vean obligadas a buscar maneras más creativas de acceder a capital, tendrán que mejorar sus estándares de gestión corporativa y desvelar más información sobre sus operaciones. Si no lo hacen, los extranjeros estarán menos dispuestos a invertir, sobre todo en países donde se perciben riesgos políticos, como Nigeria o Venezuela. Y eso sólo puede traducirse en menos petróleo –y precios más altos– para todos.