Para el observador habitual de la política exterior europea, no ha debido resultar extraño, aunque quizás sí descorazonador, que el principal resultado de la segunda cumbre entre Unión Europea y Pakistán, celebrada el viernes 4 de junio en Bruselas, haya sido el compromiso de ambas partes para trabajar a partir de otoño en un Plan de Acción de cinco años donde se definirán objetivos específicos para acciones conjuntas.

Ni siquiera el tiempo extra conseguido tras el aplazamiento de la reunión en abril, por los estragos al tráfico aéreo que produjo las cenizas del volcán islandés Eyjafjalla, ha permitido evitar el escenario temido: un mero encuentro institucionalizado de buenas intenciones y declaraciones grandilocuentes pero sin resultados concretos, que lleven la relación bilateral a una nueva dimensión.

Como destacó hace unos meses Daniel Korski, investigador senior del European Council on Foreign Relations, todo apuntaba a que esta Cumbre podría convertirse en un ejemplo más de la ineficiencia de la política exterior europea, pese a la importancia estratégica que las relaciones con el país asiático tienen en la actualidad.

La celebración de la Primera Cumbre entre la UE y Pakistán en junio de 2009 en Bruselas, parecía marcar un punto de inflexión en el fortalecimiento de las relaciones entre ambos actores. Con el establecimiento de esta reunión anual, Europa mostraba su capacidad de reacción ante el rol cada vez más relevante de Pakistán en el escenario político internacional, por su importancia geoestratégica en retos y amenazas globales como la estabilización de Afganistán, la lucha contra el terrorismo o la proliferación nuclear.

El propio Presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, subrayó esta importancia en sus declaraciones tras la reciente cumbre cuando afirmó que “lo que ocurre en Pakistán tiene una influencia directa en Europa y en todo el mundo. Por tanto, es en nuestro propio interés desarrollar una relación constructiva con Pakistán”.

Sin embargo, en el último año las expectativas no se han cumplido y la Cumbre ha llegado sin que se hayan podido ofrecer nuevos proyectos o medidas concretas de cooperación en el ámbito institucional, técnico o comercial a las ya aprobadas hace un año. Es interesante contrastar el resultado de esta Cumbre con las conversaciones que tuvieron lugar a finales de marzo en Washington entre EE UU y Pakistán, con mucha menos alharaca formal, pero más centradas en acuerdos concretos como el apoyo económico estadounidense para el esfuerzo militar en la lucha contra los talibanes o en los avances de un programa sobre energía nuclear para uso civil.

Como los estudiantes mal preparados habrá una nueva oportunidad en septiembre cuando se empiece a negociar el Plan de Acción. Lo que está en juego es la relevancia de los instrumentos actuales para consolidar un rol político más ambicioso de la UE en la nueva arquitectura global, en la que la realidad de Asia Meridional es un elemento fundamental que no puede ser descuidado.