La lejanía con el continente Europeo, el escaso valor estratégico y la poca visibilidad, hasta ahora, mediática, han hecho que el conflicto de Costa de Marfil, que dura ya cuatro meses, fuera un auténtico desconocido.

 

 

 

En imágenes: Éxodo en Costa de Marfil

copyright © ACNUR/G.Gordon

 

Oculto tras las revoluciones tunecina y egipcia y la intervención en Libia, el conflicto postelectoral en Costa de Marfil alcanza su cuarto mes de duración en medio de un grave sufrimiento humano y un recrudecimiento de la violencia. Si bien inmediatamente después de las elecciones el país recibió cierta atención, los eventos del Mediterráneo lo han desplazado fuera del foco mediático, demostrando así la incapacidad internacional de centrar su atención en más de un punto de África simultáneamente. Una crisis africana, lejos de Europa, vuelve a ser eclipsada por otras más cercanas al viejo continente, y la comunidad internacional se muestra otra vez incapaz de poner fin a un enfrentamiento cuya solución se ha hecho más difícil con el paso del tiempo.

En estos meses los combates han llevado al colapso la economía marfileña, una de las más importantes de la región, y el primer productor mundial de cacao; también han provocado el desplazamiento de un millón de personas, según ACNUR, y cientos de muertos – la gran mayoría asesinados por la milicia de los Jóvenes Patriotas fieles a Laurent Gbagbo. Éste perdió unas elecciones en las que su rival, Lansanne Ouattara, consiguió el 56% de los votos, pero se niega a abandonar el poder. La violencia hasta el momento se ha centrado en Abiyán – el París del África Occidental – de donde han huido cientos de miles de personas. Las sanciones internacionales, incluyendo la prohibición de exportar cacao, tenían como objetivo asfixiar al régimen de Gbagbo pero sólo han conseguido la parálisis del país: escasea el dinero en efectivo desde hace semanas y la gente sale de Costa de Marfil empujada tanto por la violencia como por la falta de trabajo.

El espectro de la guerra civil que asoló el país (2002-2004) hizo que, en un primer momento, Gbagbo encontrase una firme respuesta internacional. EE UU, la Unión Europea, la ONU, la Comunidad Económica de los Estados del África del Oeste (CEDEAO) y la Unión Africana reconocieron a Ouattara como presidente y exigieron a Gbagbo que abandonase el poder. Pese a la condena y las sanciones éste se mantuvo firme, obligando al presidente electo a establecer su Gobierno en el ya famoso Hotel Golf protegido por las tropas francesas y de la ONU. Una actitud similar a la de Gadafi, tildando también a la oposición de marionetas occidentales y rechazando cualquier compromiso. Al contario que en Trípoli, esta estrategia dio sus frutos ya que pese a las amenazas, la falta de firmeza internacional permitió a Gbagbo consolidarse en el mando.

Europa y el resto de la comunidad internacional deben trabajar para conseguir una pronta resolución del conflicto

Esta carencia de firmeza responde a varios factores. Además de la reticencia de los países no occidentales en el Consejo de Seguridad de la ONU a interferir en asuntos domésticos (especialmente Rusia en el caso marfileño), la Unión Africana efectuó un inexplicable cambio de posición en febrero, pasando de exigir la renuncia de Gbagbo a buscar una solución negociada. También es destacable el escaso valor estratégico de Costa de Marfil (el cacao no es petróleo). Por último, aunque no menos importante, es imposible no relacionar la tibia respuesta europea con la poca visibilidad del conflicto en los medios de comunicación. No sólo es que el país esté a miles, y no cientos, de kilómetros de Europa, sino que la (mínima) cobertura mediática incide especialmente en la dimensión humanitaria – y no política – de la crisis. Esto ayuda a enmarcar la situación, de modo que el papel reservado a Europa parece limitado a proporcionar ayuda humanitaria una vez la catástrofe sea imposible de ignorar.

Este punto parece haber llegado: el Reino Unido acaba de anunciar un primer paquete de ayuda humanitaria por valor de 16 millones de libras (unos 18 millones de euros) para los desplazados que abandonan Costa de Marfil y cruzan a Liberia (y cada vez más a Ghana). Dado el sufrimiento de estas personas y la posibilidad de que los refugiados desestabilicen la región, esto es necesario, pero no debemos olvidar ni lo tarde que llega ni el carácter político del conflicto. La renuncia de Gbagbo a abandonar el poder se sustenta en una división profunda del país, no sólo en términos regionales sino también ideológicos, sobre cómo entender la identidad marfileña. Esto, y la posible dimensión regional del enfrentamiento, ha llevado al diario Le Monde a comparar en un reciente editorial esta situación con la guerra civil española. España precisamente dice haber hecho de África Occidental una prioridad, y prepara una segunda Reunión de Alto Nivel España-CEDEAO. El silencio atronador con el que ha respondido a esta crisis sin embargo, parece dar la razón a aquellos que critican que el Estado español sólo se mueve en la región siguiendo intereses económicos, migratorios o de seguridad.

Los eventos de los últimos días, en los que los partidarios de Ouattara (renombrados Fuerzas Republicanas), han avanzado hacia el sur y controlan la totalidad del país, excepto algunos barrios de Abiyán, han acelerado la resolución del conflicto. Los combates se han sucedido en esta ciudad durante el fin de semana – sin que el coste en vidas civiles esté aún claro. En previsión a un enfrentamiento cruento y prolongado la ONU ha evacuado a sus trabajadores y las tropas francesas han tomado el control del aeropuerto de Abiyán para poder asegurar una posible evacuación de los 12.000 ciudadanos franceses que viven en Costa de Marfil. Estos días se ha conocido también un informe de la Cruz Roja que afirma que la toma de la ciudad de Doukeké por las fuerzas de Ouattara habría dejado 800 víctimas civiles, algo que debe ser esclarecido lo antes posible. La escalada de hostilidades, junto con la presión de organizaciones como International Crisis Group, habían ya puesto en funcionamiento la maquinaria diplomática. Nigeria y Francia presentaron el jueves pasado una nueva resolución al Consejo de Seguridad. La rapidez con la que se han desarrollado los eventos desde entonces, hace aún más imperativo que Europa y el resto de la comunidad internacional trabajen para conseguir una pronta resolución del conflicto que evite el sufrimiento de la población e impida que la inestabilidad se extienda a los países vecinos.

Es un momento clave para África Occidental; no sólo por la situación en Costa de Marfil sino también en vista de las próximas elecciones en Nigeria, cuyo éxito puede dar un impulso importantísimo a la región – algo que se sumaría a las buenas noticias de Guinea y Níger (países que acaban de iniciar su transición democrática tras salir de un Gobierno militar). De la misma manera que Túnez y Egipto han servido de ejemplo a otros países y que Europa no ha aceptado la brutalidad de Gadafi, la resolución del conflicto marfileño debe ser un requerimiento para la comunidad internacional. Las tabletas de chocolate aún no cuestan 10 euros, pero estos meses de combates han generado una grave crisis ante la cual el mundo – especialmente África y sus socios europeos – ha permanecido impasible durante demasiado tiempo, y a la que ahora debe reaccionar.

 

 

 

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