Tercer Índice de respuesta humanitaria 2009

El fin de las misiones humanitarias está cerca. Al peligro creciente que sufren los cooperantes se suman el miedo de los organismos internacionales, la falta de previsión de los países ricos –más preocupados por sus intereses estratégicos– y los obstáculos logísticos. El resultado, según el Índice de Respuesta Humanitaria, es que, como ocurre en un mundo digitalizado, la ayuda acabará dándose con mando a distancia. 


 

Cero. A esta cifra ha quedado reducido el número de expatriados –personal internacional– que presta ayuda y trabaja para organismos humanitarios en Somalia. La crisis en ese país, tras 18 años de guerra y caos, supone todo un reto para la respuesta humanitaria, que tiene como objetivo asistir a más de 3,6 millones de personas –la mitad de la población– de las consecuencias del conflicto, la inseguridad y la sequía. Y mientras los piratas somalíes convierten la ruta del golfo de Adén en un espacio cada vez más intransitable y se convierten en noticia de primera página, la situación en el interior resulta cada vez más opaca. Somalia es, con mucho, la peor catástrofe humana del planeta en este momento, aunque la situación en Afganistán y en el valle del Suat, en Pakistán, donde la ofensiva antitalibán ha tenido como consecuencia que más de dos millones de personas hayan huido o hayan sido desplazadas, no le van a la zaga. Tanto en este país como en Pakistán (el famoso Af-Pak), Naciones Unidas ha retirado a gran parte de su personal a causa del peligro. Pero éstos son sólo tres ejemplos de que, en general, la ayuda humanitaria llega mal o con retraso a las zonas que lo necesitan, según se desprende del Tercer Índice de Respuesta Humanitaria de 2009, elaborado por Development Assistance Research Associates, con sede en Madrid (DARA), que evalúa cada año el comportamiento de 22 países donantes de la OCDE más la Comisión Europea. Según este informe, el año pasado supuso un récord en el número de trabajadores humanitarios (260) que murieron, sufrieron heridas graves o que fueron secuestrados. Tras la guerra de Irak, el mundo parece haberse acostumbrado a situaciones en las que el emblema humanitario –lejos de ser un escudo– se ha convertido en una diana y representa un riesgo real.

Según DARA, el problema del acceso a la población necesitada se ha convertido en el principal reto en demasiadas zonas del planeta. Lo cierto es que hacer llegar la ayuda a quienes lo necesitan presenta cada vez más dificultades, debido a una mayor fragmentación y complejidad de los conflictos armados, ya que en ellos intervienen muchos actores, grupos armados semiorganizados y organizaciones criminales. Pero el problema no se reduce sólo a una cuestión de inseguridad. En muchas ocasiones, son los propios gobiernos de los países afectados los que convierten las catástrofes en un arma política, negándose a aceptar la ayuda humanitaria por cuestiones de soberanía nacional. Por ejemplo, las agencias de ayuda y ONG no consiguieron acceder a las poblaciones afectadas en la crisis en Georgia por simples cuestiones fronterizas entre Rusia y Osetia, y viceversa desde Georgia. En Sri Lanka también ha supuesto todo un desafío para la comunidad internacional acceder y socorrer a las víctimas del conflicto como consecuencia de la ofensiva del Ejército contra los rebeldes tamiles. El acceso a las víctimas es una condición ineludible para la acción y constituye la finalidad de los principios de humanidad, neutralidad, imparcialidad e independencia de la ayuda, y las operaciones de asistencia llevadas a cabo en conformidad con esos principios no pueden ser consideradas, por lo tanto, como una intervención ilícita en los asuntos internos de los Estados.

Las necesidades logísticas también suponen un obstáculo añadido a un camino ya de por sí plagado de dificultades. La impotencia se agrava cuando las ONG no consiguen llegar hasta las víctimas de una crisis, no consiguen evaluar de forma adecuada sus necesidades o realizar y supervisar operaciones de socorro ni hacer un seguimiento fructífero.

En un mundo que se reconoce como cada vez más interconectado, no dista de ser una paradoja que la ayuda y las organizaciones humanitarias se enfrenten cada vez a mayores problemas para alcanzar a los millones de seres humanos que requieren asistencia. Las consecuencias obvias de la falta de acceso son el sufrimiento añadido de las víctimas, cuyas necesidades no son cubiertas en calidad ni en cantidad. La tendencia ha llevado a los organismos a idear operaciones llamadas “de control remoto”, y se pretende definir modalidades para poder dar respuesta y prestar ayuda en estas situaciones, en las cuales ni las ONG ni los donantes consiguen acceder a las poblaciones afectadas y comprobar que la ayuda llega a su destino y cumple con sus objetivos.

La tercera edición del Índice de Respuesta Humanitaria (HRI), hecha a partir de 2.000 encuestas a miembros de ONG receptores de ayuda humanitaria, cubre 13 zonas de conflicto este año, y subraya que el acceso supuso un problema en 10 de éstas. El Índice evalúa cada año la actuación de los países donantes frente a su compromiso de mejorar su acción humanitaria. Ningún país supera la nota de 8 sobre 10 –Noruega es el primero, con 7,49– y la media de la puntuación es ligeramente superior a 6. Los primeros puestos los copan los países escandinavos, mientras España sube del 16 al 15.

Mas allá del ranking, el Índice parte de la premisa de que los países donantes y sus gobiernos tienen un rol importante que desempeñar en la mejora de la respuesta humanitaria global. En algunas de las crisis estudiadas, como Georgia, Palestina, y Somalia, los donantes no consiguieron abogar o intervenir para garantizar el acceso humanitario. En el caso de Afganistán y, en menor medida en Etiopía y en Somalia, los principales donantes no consiguieron separar sus intereses estratégicos de los esfuerzos humanitarios. En otros países, como Birmania, Etiopía y Colombia, los donantes podrían haber empleado mayor presión diplomática para que los respectivos gobiernos no ocultasen las necesidades humanitarias e incluso negasen la existencia del problema.

El acceso se asocia de forma directa con el concepto de “espacio humanitario”, que Rony Brauman, ex miembro de Médicos Sin Fronteras, llegó a definir como un “espacio de libertad en el que somos libres de evaluar necesidades, libres de hacer un seguimiento de la distribución y el uso de bienes, y libres de tener un diálogo con la gente”. La cuestión es que todas estas crisis reflejan el mismo reto y una necesidad imperiosa de mejorar la actuación humanitaria. En muchas ocasiones, la asistencia es lo único que se puede hacer, pero también es lo mínimo que se puede hacer frente a seres humanos que padecen y merecen una respuesta a la altura de su dignidad. Tratar de inventar una especie de mando a distancia que ayude a intervenir en estas crisis para lavar las conciencias no deja de ser un parche.