El país caucásico logra un equilibrio estratégico en la esfera internacional.

 

AFP/Getty Images

 

Una leyenda caucásica, que encarna a la perfección el común temor en estas tierras, habla de un viento que llegará un día y acabará con todo, árboles, ríos, nombres, incluso las montañas. Con este fatalismo como base de fondo, Azerbaiyán da una de cal y otra de arena a la hora de proceder hacia sus deseos y aspiraciones de ganar terreno en el tablero internacional, tambaleándose entre su ex patrón histórico, Rusia, y sus más recientes socios de la Unión Europea.

Véase el caso del gas. El país estaba entre dos proyectos para llevar gas azerí a Europa, el Nabucco y el gasoducto Transadriático (TAP), finalmente, optó en junio pasado por el segundo –que pasará por Grecia, Albania e Italia–, en detrimento del primero que había sido apoyando al principio por la UE, pero que fastidiaba, y mucho, a Rusia. Aunque como admitía semanas antes en sus oficinas de Bakú Murat Heydarov, el consejero jefe de la Compañía Estatal de Petróleo de  Azerbaiyán (SOCAR), –que junto BP, Statoil, Fluxys, Total, E.ON  y AXPO integran el consorcio Shah Deniz II– ambos proyectos cumplían "con los requisitos requeridos".

La explicación está en la historia y en la situación geopolítica de este pequeño país ex soviético de 9,2 millones de habitantes, riquísimo en gas y petróleo, que es una economía pujante y que ahora aspira a más, cortejando mercados ávidos de energía como el europeo, pero que en su frontera norte limita con la poderosa Rusia. Y es que si en algo coinciden los azeríes es que, si bien Rusia ha perdido desde la disolución de la Unión Soviética en 1991 el territorio de esta república caucásica, esto no significa que éstos hayan renunciado a su influencia sobre Azerbaiyán, una zona con importantes implicaciones económicas y geopolíticas, que antaño además hospedaba uno de los puertos más importantes de la URSS, Bakú.

"Lo que en Azerbaiyán tenemos claro es que hay que ser muy cautelosos, para que no nos pase como a Georgia [que mantuvo un conflicto militar con Rusia en 2008]", explica una fuente cercana al Gobierno del presidente Ilham Alíyev. "La demanda mundial de energía se multiplicará en las próximas décadas. Por ello, nuestros proyectos son complementarios (al suministro global de energía por parte de los productores tradicionales) y no le quitaremos clientes a nadie", se esforzaba en repetir, en cambio, Murat, citando informes como los de la Administración de Información de Energía de EE UU (EIA).

De ahí que, según numerosos expertos, la elección por parte de los azeríes de TAP es un ejemplo de cómo la política azerí hace un mayúsculo esfuerzo para perseguir sus intereses, buscando equilibrios entre Rusia, Europa, EE UU e incluso países emergentes como Brasil –al cual recientemente compraron, a través de la empresa brasileña Embraer, seis aviones militares–.  De hecho, Rusia, que es el mayor exportador de gas y petróleo a la UE, no hubiera visto con buenos ojos un proyecto como Nabucco, un gasoducto no propio –de mayor envergadura  y que iba a aliviar la dependencia de Rusia que sufren algunos países centroeuropeos como Austria– tuviera un recorrido similar al proyecto South Stream, que es promovido por Gazprom.

No debe, por tanto, sorprender la visita el pasado 13 de agosto a Bakú del presidente ruso, Vladímir Putin, –quien no iba el país desde 2006–, durante la cual se habló también de energía. "Tenemos interés en que esta región sea una región de paz, estabilidad  y cooperación", afirmó Putin. Un encuentro en el que, de paso, en presencia de los presidentes de ambos países, SOCAR y la petrolera rusa Rosneft firmaron un tratado de cooperación de suministro de crudo, que incluye compartir infraestructuras,  y afirmaron que la colaboración militar –hoy valorada en 4.000 millones de dólares– se mantendrá  y crecerá.

En paralelo, también llama la atención el discurso entre la Unión Europea  y Azerbaiyán, país que acaba de comprar la compañía pública de gas helena DESFA tras que se retirara la rusa Gazprom.

Pero es en Bakú, la vitrina del país, donde se entiende la doble cara de la ambición azerí. Desde el aterrizaje en el aeropuerto Heydar Alíyev, el paisaje se ve teñido por la tozudez de incansables taladros, así como decenas de brazos y piernas que se mueven con la velocidad de las gacelas para acabar la nueva terminal de este aeródromo que, como la estructura principal, es un altivo edificio de espejos de dos pisos que está alzándose en forma de nave espacial.

Bakú refleja los contrastes del Azerbaiyán de hoy: vehículos de herrumbrosa carrocería –entre ellos los míticos Lada 1000 rusos–, taxis londinenses fabricados en China  y ultramodernos automóviles de marcas asiáticas, estadounidenses y europeas que se funden en una carretera en cuyos costados pululan gigantescas urbanizaciones que se levantan en pocos meses y que replican en clave moderna el aspecto de cierta arquitectura renacentista europea combinada al estilo futurista de lo nuevo en Asia. Un escenario que parece obviar las denuncias de las ONG por las carencias en el ámbito de derechos humanos que pesan sobre el país caucásico, incluso ahora cuando Azerbaiyán se apresta a realizar en octubre nuevas elecciones presidenciales.

Así las edificaciones bajas y los edificios estilo soviético, que solían antes caracterizar el corazón de esta urbe, ahora están siendo remplazadas, desde que empezara el boom inmobiliario hace casi 10 años, por un sinfín de palacios que albergan marcas de lujo –Italia es el primer socio comercial, seguido de Rusia–,  y por rascacielos como las tres Torres Llameantes, situadas frente al cementerio de los Mártires. Visibles desde cualquier punto de la ciudad, su construcción, dirigida por el arquitecto británico Barry Hughes, rozó los 300 millones de euros. Además, de noche, estos torreones son iluminados con unas 10.000 lámparas LED que reproducen los colores de un petrofuego que surge de las entrañas de  Azerbaiyán.

Otro es el caso del proyecto Khazar Island: un archipiélago de 77 islas artificiales flotantes, enlazadas como una especie de gigantesca telaraña que, según el empresario que la está construyendo, Ibrahim Ibrahimov, se extenderá en 3.000 hectáreas sobre el mar Caspio y se inspira en The Palm de Dubai. "Una vez acabado en 2030, su coste estimado total sumará 100.000 millones de dólares, de los cuales 1.000 millones ya los he gastado para construir las primeras seis islas, con capitales rusos, estadounidenses y turcos", explicó Ibrahimov.

Así, con faraónicos planes como tarjeta de presentación y una economía que se ha ralentizado pero sigue vigorosa (3,8% de PIB en 2012),  Azerbaiyán alberga cada vez más eventos, como el Festival de Eurovisión en 2012 y el Mundial de Motonaútica este año, y ha multiplicado sus actividades de cabildeo en ambientes internacionales. Además,  es el país petrolero más antiguo del mundo, un recurso que explota desde 1847 y que sigue siendo su principal fuente de riqueza, aunque también podría acabarse, razón por la que la república ve necesario diversificar su modelo económico e implicar en ello a nuevos inversores.

"El país está enfrentando nuevos desafíos y estos eventos pueden atraer a mucha gente", afirmó el subsecretario del ministerio de Deportes de  Azerbaiyán, Ibrahim Nehdalli. "Para nosotros, establecer relaciones bilaterales con un creciente número de países es una prioridad", añadió por su cuenta el portavoz del ministerio de Relaciones Exteriores, Elman Abdullayev. Todo esto siempre que no llegue el niet (no) de Moscú y  haya aval internacional.

 

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