Las próximas elecciones en Chile encuentran a un país mayoritariamente desencantado con el progreso económico, pero hechizado por la ex presidenta y ahora de nuevo candidata Michelle Bachelet.

 

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Las elecciones de este próximo domingo 17 en Chile no tienen ningún suspenso: ganará la centro-izquierdista Michelle Bachelet, y quizá incluso se corone presidenta ya en esta primera vuelta. El misterio está en qué sucederá en su próximo gobierno, el que enfrentará una ciudadanía muy distinta a la de su anterior gobierno (2006-2010).

Los comicios encuentran un Chile aún bajo la sombra de las gigantescas movilizaciones estudiantiles de 2011, y que se han prolongado a 2012 y 2013. Éstas desbordaron en una manifestación nacional de profundo descontento con el modelo económico y social que los gobiernos de centroizquierda (1990-2010) y derecha (2010-2014) heredaron de la dictadura de Pinochet, y que han administrado con cambios menores. Es rara la semana en estos últimos años en que no haya importantes movilizaciones que paralizan carreteras, obligan a suspender proyectos mineros, abortan la construcción de centrales eléctricas muy necesarias, reivindican mejoras salariales o tienen lugar en la zona indígena mapuche contra la ocupación de sus territorios hace 130 años. La propia realización de las elecciones de este domingo está amenazada por una larga huelga nacional de empleados municipales, que tienen una función clave en el proceso electoral.

Michelle Bachelet se enfrenta con una muy disminuida candidata de la derecha Evelyn Matthei, ex ministra del Gobierno actual de Sebastián Piñera, así como con otros siete candidatos, cuya diversidad y posturas de algún modo representan a un Chile insatisfecho con 24 años de gobierno de dos coaliciones que han estado de acuerdo en mantener las cosas básicamente igual.

Pero el país ha cambiado, y es visto globalmente como un modelo de progreso. En estos veintitrés años desde el retorno de la democracia, la tasa de crecimiento económico anual medio es de un 5,2%;  la pobreza se redujo de 38,6% de la población en 1990 a un 14,4% en 2011;  sus estudiantes universitarios pasaron de 245.000 en 1990 a 700.000 en la actualidad; mejoraron las condiciones de vivienda y en parte de atención sanitaria. Chile es calificado hoy por el Banco Mundial como un país de altos ingresos (21.300 dólares de ingreso per cápita de paridad de poder adquisitivo), goza de prácticamente pleno empleo y fue aceptado recientemente en el club de países ricos, la OCDE. Entonces, ¿qué pasa con estos chilenos que se quejan tanto?

La mala onda chilena tiene que ver en buena parte con la frustración de las expectativas que el propio ascenso social provoca, un ascenso aún frágil y que deja a las clases medias emergentes siempre a un paso de caer en la pobreza. A eso se agregan las consecuencias sociales de un modelo cuyo eje es un Estado subsidiario, que no se mete ahí donde los privados pueden hacer un buen negocio. La educación, pensiones, salud, carreteras, cárceles, energía, todo está total o parcialmente en manos privadas y con escasa regulación. En un país pequeño, la libre competencia ha engendrado oligopolios en casi todas la áreas: banca, retail, farmacias, electricidad, gasolineras, alimentos envasados, pollos y cerdos, bebidas y cervezas, y así sigue la larga lista. Existe un profundo rechazo a los abusos que esto engendra. La demanda más exigida por la población es la protección a los consumidores, con un 86% de menciones en un reciente estudio de opinión del Centro de Estudios Públicos, un think tank ligado a medios empresariales

En estos 24 años se han generado expectativas de país desarrollado, pero sólo los promedios como el ingreso per cápita se acercan a pellizcar tales alturas. Aún cuando los salarios han crecido fuertemente en los últimos años, un 50% de los trabajadores de Santiago gana menos de 600 dólares mensuales, el 80% menos de 1.600 dólares y el 90% menos de 2.000 dólares. El camino de progreso de las familias –hay amplio consenso– es la educación. Pero Chile tiene la educación más cara del mundo en relación a su ingreso per cápita, según la OCDE,  y ésta es financiada en un 85% por las familias y sólo un 15% por el Estado. Es archisabido que muchas de las universidades privadas tienen importantes ganancias, y aunque el lucro en las universidades está legalmente prohibido, por 20 años los gobiernos de centroizquierda miraron para otro lado. Las familias que se han endeudado para enviar por primera vez a uno o más de sus hijos a la universidad, constatan cuán difícil es que una educación cara pero mediocre les permita emplearse con sueldos suficientes para pagar las deudas adquiridas. La frustración de ese gran anhelo está detrás de las movilizaciones de 2011, que convocaron repetidamente a centenares de miles de personas,  y cuyas demandas han sido apoyadas por el 82% de la población. La movilización estudiantil ha sido, en realidad, una movilización nacional.

Y es que Chile es uno de los países más desiguales del mundo. Según una investigación de la Universidad de Chile, el 1% se lleva un tercio de los ingresos (32,8% del PIB versus un 21% en el muy desigual EE UU y un 10,4% en España);  el 0,1% se queda con un 19,9%; y el 0,01% –apenas 1.200 individuos– se apropia de un 11,5%  del PIB. Son las cifras más altas conocidas internacionalmente. El índice Gini (donde 0 es igualdad perfecta y 1 desigualdad total) de 0,52 es uno de los más altos en la desigual de América Latina;  pero esa misma investigación de la Universidad de Chile, más rigurosa, lo coloca ahora en un escalofriante 0,63, entre los más desiguales del mundo.

Cuando una encuesta de opinión conducida en 18 países latinoamericanos por Latinbarómetro pregunta si la distribución del ingreso es justa o muy justa en su país, los chilenos dan la respuesta positiva más baja, un 10%. Sin embargo, un 48% piensa que el país está progresando, sólo que de una forma que no es justa. De hecho, menos de la mitad de los chilenos apoya la economía de mercado, uno de los países que muestra menos entusiasmo en la región por este sistema.

Ante esta molestia generalizada y desafección con la clase política, Michelle Bachelet aparece como un milagro. Su coalición tiene apenas un 20% de apoyo en las encuestas, pero ella obtiene un 61% de valoración positiva en plena campaña. Al finalizar su gobierno en 2010, su  popularidad era un asombroso 83%. Ella encarna para muchos la cara amable del Estado, preocupado por las personas. En su pasado gobierno, Bachelet fue pródiga en bonos asistencialistas e hizo una reforma provisional que puso un mínimo a las pensiones. Hoy promete tres reformas para su próximo gobierno de cuatro años: una tributaria, una reforma educacional financiada por la anterior, y una a la Constitución de Pinochet, para democratizar un sistema electoral que da peso asimétrico a la tradicional minoría de derecha y bloquea la entrada de nuevos actores que no sean de las dos coaliciones tradicionales. Estas reformas son graduales y moderadas, y si bien dan cuenta de las preocupaciones de la gente, lo hacen a un ritmo e intensidad que pueden probarse demasiado débiles frente a las expectativas creadas.

Los políticos de ambas coaliciones mayoritarias concuerdan en que Chile es más difícil de gobernar que antes. Por eso, Bachelet es también un milagro para la clase empresarial que, distanciándose de la candidatura de la derecha, ha recibido positivamente su programa y desdramatizado su supuesta radicalidad. El presidente de la organización que reúne a todos los gremios empresariales, Andrés Santa Cruz, afirmó: “Si me dijeran que aquí estamos frente a un programa que nos ha puesto nerviosos, que se nos va a caer el pelo, no, no hay nada más alejado de eso”. Mientras, el presidente de la Asociación de Bancos, Jorge Awad,  proclamaba: “Yo ya voté por [Bachelet] y ahora me voy a repetir el plato”. La candidata Matthei, de la derecha proempresarial, se ha quejado en estos días amargamente de que los recursos de los empresarios hayan ido a financiar desproporcionadamente la candidatura de la socialista.

En su programa y discursos, Bachelet repite insistentemente que ella y su coalición garantizan la gobernabilidad del país. Probablemente con este fin, ella ha incluido en su coalición al Partido Comunista, cuya dirección ya jugó un rol moderador en las movilizaciones estudiantiles de 2011 y 2012.

Es probable que con Bachelet el modelo chileno comience a dar lugar a un nuevo arreglo, donde el Estado juegue un rol mayor en disminuir las desigualdades, en garantizar nuevos derechos sociales y políticos, mientras el mercado sigue siendo el mecanismo económico fundamental y el que pone a su vez límites a la voracidad y torpeza del Estado.

La incógnita, entonces, no es quien será la próxima presidenta de Chile, sino si su segundo gobierno –con (casi) los mismos que gobernaron durante 20 años– podrá generar a tiempo esos cambios que cumplan las expectativas que tanto el progreso desigual del país, como las promesas y el ángel de Bachelet, han encendido en la gente.

 

Chile se reubica

El país se ha beneficiado fuertemente del auge de los precios de las commodities  – específicamente el del cobre– impulsado por el crecimiento de China. Hoy Asia representa la mitad de sus exportaciones. El gigante asiático, con un 24% del total, pesa en 2012 el doble que Estados Unidos en las exportaciones chilenas.

Eso se refleja en la política exterior. Chile fue en 2005 uno de los cuatro fundadores –junto con tres países asiáticos– del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, antecesor del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, en sus siglas en inglés). El programa de la probable presidenta Michelle Bachelet plantea dudas sobre el TPP, pues éste por un lado despierta las sospechas de China –a la que excluye por ahora mientras sí incluye a EE UU– y por el otro podría implicar revisar tratados ya existentes, como el de libre comercio de Chile con América del Norte (Nafta).

El programa de Bachelet sostiene que “El eje de la política internacional del siglo XXI está en el Pacífico”, pero no muestra entusiasmo con la Alianza del Pacífico que incluye a México, Colombia y Perú, y que ha actuado como contrapeso promercado a las alianzas regionales animadas por Venezuela. Este programa afirma que “UNASUR [con fuerte influencia de las populistas Venezuela y Argentina] debe constituirse en un punto de confluencia de las iniciativas de integración de América del Sur”. Pero probablemente eso no pasará de ser una declaración de buenas intenciones, mientras la diplomacia chilena se seguirá concentrando en resolver los temas territoriales pendientes con Perú y Bolivia, en perseguir nuevos espacios comerciales con Asia, y en sostener las relaciones comerciales y de inversión con Estados Unidos y Europa. –Ricardo Zisis

 

 

 

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