No podrán desmantelarse las estructuras de poder vigentes en el país mientras que la comunidad internacional dé más prioridad a la estabilidad que a las reformas.

AFP/Getty Images Yemeníes se manifiestan en Sanaa a favor de la restructuración del Ejército solo una semana después de que el nuevo presidente Adbrabuh Mansur Hadi (en el retrato) asumiera el cargo.

En una carta reciente al entonces vicepresidente yemení, Abed Rabbo Mansour al Hadi,  el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, expresaba su optimismo sobre la posibilidad de que Yemen pudiera convertirse en modelo de cómo llevar a cabo una transición pacífica en Oriente Medio. ¿En serio? ¿Unas elecciones con un candidato único, celebradas gracias a la mediación de unas potencias extranjeras más preocupadas por la estabilidad que por las reformas, e impuestas por la ONU, son un modelo que merece ser imitado? ¿Unos comicios con un solo candidato y un solo partido son algo que la comunidad internacional debe proponer en otros países que están viviendo transiciones democráticas?

A pesar de su falta de democracia, parece que la participación ha sido elevada en las zonas en las que ha sido posible votar. Sin embargo, en vez de interpretar los comicios como un respaldo al acuerdo político que buscaban los Gobiernos europeos y Estados Unidos, seguramente hay que considerarlos un voto para que termine la era de Saleh, una despedida aliviada y definitiva de la población al dictador. Aunque el pacto impulsado por el Consejo de Cooperación del Golfo, con el apoyo europeo y estadounidense, no cumple todas las expectativas, los yemeníes estaban tan deseosos de deshacerse de Saleh que le dieron el visto bueno.

Dada la naturaleza del acuerdo, es comprensible que los yemeníes se sientan inquietos sobre su futuro. La salida del presidente Saleh, probablemente, no va a desmantelar las estructuras de poder ni tiene por qué producir cambios en el Gobierno y sus instituciones. Lo normal es que siga habiendo una autocracia militar que supervise un sistema de reparto de poder tribal y clientelar, plagado de corrupción y nepotismo. Saleh sigue siendo presidente del Congreso General del Pueblo (CGP), sus hijos y su sobrino dirigen varios brazos del Ejército, y las principales fuerzas del Parlamento, el CGP y el Partido Islah, tienen profundas raíces en la oligarquía tribal. Por otra parte, el presidente recién elegido, Abdo Rabu Mansur Hadi, no posee ninguna base independiente de poder, lo cual hará que le sea muy difícil, por no decir imposible, sustituir a los aliados y familiares de su antecesor.

Por el momento, no se ha hecho hueco en las negociaciones ni al movimiento juvenil que ha protagonizado las acampadas del último año, ni a los agraviados habitantes del sur, ni a los rebeldes houthis. Se les excluyó a la hora de firmar el acuerdo y se han ignorado sus demandas de un consejo de transición formado por tecnócratas; por el contrario, se ha dado más poder a las fuerzas políticas tradicionales que constituían el problema. Ahora bien, si se les sigue dejando al margen del proceso, tendrán todos los incentivos para sabotearlo. Ya están indignados por un pacto que, de forma ilegal, concede inmunidad al presidente y su círculo más íntimo. No va a haber procesamiento, ni congelación de fondos robados ni embargos ni exilio para Saleh.

El plan prevé que el presidente recién elegido forme un comité constituyente que elabore una nueva constitución y la someta a referéndum, pero se conocen pocos detalles y quedan por concretar muchos aspectos importantes. ¿La forma de gobierno debe ser presidencial o parlamentaria? ¿Es necesario cambiar el sistema electoral parlamentario a uno proporcional? ¿Hay que adoptar un sistema de participación femenina por cuotas? También habrá que abordar detalles técnicos que se han ignorado en estos comicios, como la actualización del censo de votantes, los cambios necesarios en la ley electoral, los límites de las circunscripciones y los procedimientos electorales. Pero lo más importante será la necesaria reestructuración del Ejército.

Se espera que una Conferencia de Diálogo Nacional se ocupe de este tipo de cosas. Con suerte, será una oportunidad para que quienes han quedado excluidos del proceso de transición puedan participar activamente, y tal vez de ahí salgan todos los cambios necesarios. El objetivo debe ser un Gobierno de amplio espectro, en el que ninguna facción domine y las instituciones sean fuertes y no estén sometidas a unas personalidades poderosas. Para ello quizá sea necesaria más descentralización, porque es posible que un Yemen post Saleh tenga que ser más federal para mantenerse unido. Lo más sostenible, a largo plazo, será un Estado flexible y un sistema político en el que el poder se distribuya de forma horizontal y vertical.

Quienes desean un cambio genuino tienen las de perder. Todo está a favor -con la ayuda de la UE y Estados Unidos- de una reforma puramente nominal. No obstante, si los yemeníes logran controlar el poder que les ha ayudado a librarse de Saleh y, de esa forma, consiguen construir su propio futuro, entonces hay esperanza. Además, la comunidad internacional tendrá la responsabilidad de no defraudar a Yemen y exigir para ellos los mismos derechos democráticos y garantías que se piden para otros países: transparencia, obligación de rendir cuentas, libertad de prensa. En el caso de Yemen, las lecciones de la Primavera Árabe no se han aprendido aún y se sigue dando prioridad a la estabilidad por encima de las reformas. Confiemos en que, a pesar de la contemporización política de la comunidad internacional, el fin del mandato de Saleh signifique verdaderos cambios cuyos beneficios reviertan a todos los yemeníes.

 

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