Munir Uz Zaman/AFP/Getty Images
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La tensión no resuelta entre secularismo e islamismo radicaliza a la sociedad bangladesí.

Las principales noticias sobre Bangladesh que recogen los medios de comunicación occidentales siguen lidiando con el cierre, las compensaciones económicas de las multinacionales y las inspecciones del Rana Plaza, el edificio que acogía una fábrica textil y cuyo derrumbe acabó con la vida de más de 1.100 trabajadores. Pero la realidad política del país del Sur de Asia es tan turbulenta como la situación de su industria textil. La historia en muchos casos se escribe en círculos concéntricos y la tensión nunca resuelta entre secularismo e islamismo desde el nacimiento de Bangladesh ha vuelto a resurgir a raíz de los juicios del Tribunal Internacional de Guerra (TIG) y el movimiento Shahbagh.

Más de 40 años después de la Guerra de Liberación de Pakistán Occidental –el actual Pakistán–, el Gobierno de la Liga Awami dirigido por Sheikh Hasina, la única hija del fundador del partido y líder independentista Sheikh Mujibur Rehman, estableció en marzo de 2010 un tribunal para juzgar a ciudadanos bangladesíes que hubieran cometido crímenes de guerra en colaboración con el Ejército paquistaní durante la Guerra de la Independencia. Bangladesh proclamó la victoria en 1971 tras nueve meses de conflicto con la otra mitad del país, el llamado Pakistán Occidental, alrededor de diez millones de refugiados, entre uno y tres millones de muertos y 250.000 mujeres violadas por soldados paquistaníes.

La sociedad bangladesí había anhelado durante largo tiempo justicia para uno de los peores genocidios cometidos después de la Segunda Guerra Mundial, que además pasó desapercibido en la comunidad internacional en plena Guerra Fría por miedo a la expansión del socialismo en Asia. Tanto el presidente estadounidense Richard Nixon como su secretario de Estado, Henry A. Kissinger, apoyaron a Pakistán y su brutal matanza de millones de bangladesíes. Sin embargo, el procedimiento del Tribunal ha sido cuestionado y criticado tanto por Naciones Unidas como por organizaciones de derechos humanos por no ofrecer la oportunidad de una verdadera defensa para los acusados y de estar politizado.

La mayoría de los ocho condenados por el TIG pertenecen o han pertenecido al partido islamista Jamaat eIslami (JI), acusado de participar en el genocidio junto con el Ejército pakistaní. Esta formación no pudo presentarse a las elecciones del pasado enero, aunque en los anteriores comicios de 2008 sólo obtuvo un 4,6% de los votos. La Liga Awami repitió su victoria con el boicot del principal partido de la oposición de orientación conservadora y liberal en el plano económico, el Bangladesh National Party (BNP), dirigido por la viuda del presidente Ziaur Rahman y archienemiga de la actual primera ministra Sheikh Hasina, Khaleda Zia. Las dos mujeres se han alternado en el poder durante los últimos 22 años y no se dignan ni a ponerse al teléfono en la agria enemistad que dura décadas.

Jamaat e Islami apoyó al BNP durante su legislatura en el poder entre 2001 y 2006, de modo que los juicios han sido interpretados como una manera de debilitar a la oposición y acentuar las tensiones entre el secularismo defendido por la Liga Awami y el islamismo más conservador del Bangladesh National Party, que cuenta con el apoyo del integrista Jamaat e Islami.

La sociedad bangladeshí no se ha quedado al margen de estas luchas políticas. Centenares de miles de habitantes de la capital del país, Dacca, en su mayoría jóvenes movilizados por las redes sociales y los blogs, salieron a manifestarse a la plaza Shahbahg, en lo que después se llamaría el movimiento Shahbagh, que fue comparado con la Primavera Árabe. Este movimiento reclama una sociedad más secular y exigió la pena de muerte para Abdul Quader Mullah, un dirigente de JI de 65 años, que había sido condenado a cadena perpetua por el TIG. Finalmente, Mullah fue ahorcado en diciembre del año pasado tras la revisión de la condena por el Tribunal Supremo del país. El movimiento Shahbagh tiene un liderazgo civil, se nutre principalmente de jóvenes liberales y de izquierda que no se sienten representados por los partidos y demandan reformas políticas y luchar contra la corrupción.

Durante 2013 alrededor de 500 personas murieron en las violentas manifestaciones y hartals –las frecuentes huelgas que bloquean el funcionamiento de la capital– convocadas tanto por los militantes de Jamaat e Islami como por los estudiantes universitarios. Las hartals han vuelto a ser tan comunes en Bangladesh que hasta los hoteles informan a los huéspedes con regularidad de cuándo tienen lugar y afectan seriamente a la inversión extranjera en el país. A raíz de los juicios también ha existido un aumento de la violencia contra las minorías religiosas del país: hindúes, budistas y la secta musulmana ahmadiya. Ambos bandos también han incrementado los ataques a periodistas y cuatro blogueros defensores del ateísmo resultaron encarcelados en 2013 con posibles penas de hasta 14 años, aunque dos de ellos al final obtuvieron la libertad bajo fianza. Al Qaeda también se ha inmiscuido en las tensiones que sacuden al país y exigió “la resistencia en Bangladesh”, según informó el diario bangladeshí Daily Star.

Unos pocos años después de la independencia en 1971, el principio de secularismo quedó en entredicho con el cambio constitucional de 1975, que estableció el islam como la religión de Estado. Bangladesh es el tercer país musulmán más poblado del mundo con 160 millones de habitantes. Con la dictadura del general Ershad (1983-1990) la islamización se acentuó y en los 90 siguió su curso con la expansión de madrasas en las zonas rurales, financiadas principalmente por Arabia Saudí y Kuwait. Según un informe del Instituto de Estudios de la Commonwealth de la Universidad de Londres, unos cuatro millones de menores reciben actualmente su educación en una de las 19.000 madrasas, a las que asisten por igual tanto niños como niñas. Los yihadistas que retornaron de Afganistán en los 80 también han influido en el resurgir religioso del país, además del uso de las nuevas tecnologías e Internet.

Pakistán Occidental y Oriental obtuvieron su independencia del Imperio Británico en 1947 tras la Partición con India debido a motivos religiosos, las zonas con mayoría hindú se convertirían en India y las regiones con mayoría musulmana en Pakistán. Pero la parte Oriental, lo que después sería Bangladesh, a diferencia de un Pakistán Occidental con diferentes regiones sólo unidas por el pegamento de la religión, era una nación con una identidad cultural e intelectual homogénea y rica, con el bengalí como lengua común y con una concepción del islam abierta y tolerante, cuyos principios se habían entremezclado también con el hinduísmo y el budismo a través de sus santones sufíes y bauls. Los principios de esta joven nación, según su padre fundador Sheikh Mujibur Rehman, recogidos en la Constitución fueron nacionalismo, democracia, secularismo y socialismo.

La lucha entre la identidad secular e islamista de Bangladesh ha vuelto surgir al reabrirse las heridas del pasado, y está polarizando las esferas política y social. Quizá Bangladesh tenga que mirar atrás para poder seguir hacia delante, pero la justicia se está convirtiendo en un arma arrojadiza entre partidos políticos anegados de corrupción y nepotismo, mientras la ciudadanía se radicaliza.