La barrera de hormigón entre Arabia Saudí y Yemen simboliza la frontera entre la opulencia y la pobreza extrema, la estabilidad y la guerra. Refleja la relación entre dos Estados vecinos, que a la vez que desconfían el uno del otro se necesitan para combatir la inseguridad y el yihadismo.

 

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A comienzos de 2004, Arabia Saudí empezó a construir un muro en su frontera meridional con Yemen. Riad quería protegerse de los peligros procedentes se su vecino más pobre, como el contrabando de armas o la infiltración de miembros de Al Qaeda. En aquel entonces, la red de Bin Laden había emprendido una campaña de violencia contra el régimen saudí, que comenzó en 2003 y terminó en 2006 tras las enérgicas medidas contraterroristas tomadas en todo el país. Incluso se lanzaron acusaciones contra el Gobierno yemení de complicidad con los traficantes de armas, pese a que no podía, ni puede aún, controlar sus casi 1.800 kilómetros de frontera con sus escasos recursos. La construcción del muro demostró que la tensión y la desconfianza eran muy grandes.

La controversia desapareció rápidamente entre los dos países mediante la mejora de la cooperación y coordinación en materia de seguridad, con arreglo a un acuerdo bilateral que exigía que cada uno de ellos extraditase a cualquier persona buscada en el otro país, y se tomaron estrictas medidas contra las tiendas de armamento en Yemen. Este clima de colaboración ha mejorado aún más desde que las organizaciones de Al Qaeda en Yemen y Arabia Saudí se fusionaron, en enero de este año, para formar lo que denominaron Al Qaeda de la Península Arábiga (AQPA). El saudí Said al Shehri se convirtió en el segundo hombre de AQPA, detrás del jefe yemení Naser al Wahayshi, y se cree que ambos se ocultan en las remotas provincias orientales y tribales de Mareb y Al Yawf.

Riad no quiere que Yemen se convierta en una plataforma de lanzamiento de Al Qaeda, que resucitó su campaña contra el reino en agosto de 2009, tras un atentado contra el príncipe Bin Naif, responsable de seguridad antiterrorista. El autor del ataque, que sólo se mató a sí mismo, procedía del país vecino.

La cooperación y la coordinación en materia de seguridad entre Yemen y Arabia Saudí se encuentran ahora en su mejor momento. ¿Pero quiere eso decir que no va a volver a suscitarse el problema del muro? “Arabia Saudí seguramente completará el muro para prevenir que alguien pueda retractarse del tratado de Yedda en el futuro; quiere garantizar los límites actuales”, señala el analista político y experto en las relaciones entre los dos países Yamal Amer.

Se considera que la construcción del muro es una violación del tratado, que puso fin a 66 años de conflicto entre el reino petrolero de Arabia Saudí y la empobrecida República de Yemen en junio de 2000. “Las autoridades saudíes quieren que el muro sea un hecho consumado, y eso viola los derechos yemeníes”, opina Amer.

Arabia Saudí está preocupada por las incipientes transformaciones democráticas en Yemen

Antes de convertirse en república, en 1962, el reino de Yemen había firmado un tratado similar en la ciudad saudí de Taif en 1943, después de una guerra por las provincias fronterizas de Nayrán, Yaizán y Asir. Pese a que el tratado de Taif estipulaba que estos territorios pertenecían a Arabia Saudí, muchos yemeníes consideran que históricamente les pertenecen e insisten en que los dos acuerdos se firmaron con arreglo a la lógica del rico y el pobre, el fuerte y el débil.

Aunque el tratado de Yedda establece que no debe haber ninguna edificación en la tierra de nadie de 20 kilómetros, ni fortificaciones que impidan ver o que permitan a un país llevar a cabo actividades militares, el muro se construyó en esa franja común, que debería estar dedicada al pastoreo por parte de ambos Estados. Sin embargo, las autoridades saudíes dicen que está dentro de su territorio y que no es un muro de seguridad, sino sólo “una estructura de cemento” para impedir la infiltración y el contrabando.

Arabia Saudí, cuyo régimen monárquico y clerical se basa en las interpretaciones wahabíes del islam suní más extremista, está preocupada por las incipientes transformaciones democráticas en Yemen. Hablar de sistema de partidos, derechos humanos y participación de las mujeres resulta embarazoso para Riad, en el que esos términos están prácticamente prohibidos. Por consiguiente, sus autoridades y medios de comunicación hacen todos los esfuerzos posibles para dar una mala imagen de la experiencia democrática de 20 años en Yemen y lo describen como un país caótico, tribal e inestable.

Arabia Saudí posee dos instrumentos eficaces para lograr ese objetivo, que afecta de una u otra forma al proceso de toma de decisiones en un país muy pobre y con una población de 22 millones de personas: los miembros de las tribus, que constituyen los principales actores políticos y sociales, así como los eruditos religiosos titulados de las universidades y los institutos wahabíes de Arabia Saudí. Varios de los jefes tribales más importantes reciben sueldos mensuales de Riad. Así lo hacía el difunto jeque Abdulá bin Husein al Ahmar y ahora lo hacen sus hijos, jefes de la tribu Haced, la más influyente del país.

 

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