Una joven con una pancarta del candidato demócrata, Bernie Sanders (Jessica Kourkounis/Getty Images)
Una joven con una pancarta del candidato demócrata, Bernie Sanders (Jessica Kourkounis/Getty Images)

¿Podrá desencadenar la revolución el candidato demócrata, Bernie Sanders?

Si hay algo que han demostrado las primarias de 2016 para elegir a los candidatos presidenciales en Estados Unidos, es lo abierto que está nuestro sistema de partidos políticos a la gente nueva. La vía para alcanzar un cargo electo —incluso la presidencia— no consiste necesariamente en años y años de servicio al partido. Consiste más en tener un nombre reconocible, fondos disponibles, un mensaje convincente y las dotes de comunicación necesarias para que los medios lo amplifiquen.

Si bien Donald Trump es el rey de los titulares, el senador Bernie Sanders ha cautivado a un gran número de fervientes seguidores y ha despertado enorme fascinación porque propugna un "socialismo de estilo europeo". No es ningún secreto que, para los estadounidenses de más edad, la palabra socialismo ha sido siempre venenosa, porque asocian el término con la Unión Soviética. Pero la cosa está cambiando, sobre todo entre los jóvenes, que la identifican cada vez más con Europa.

Sanders parece haber puesto en marcha un movimiento dentro del Partido Demócrata. Quizá no sea la revolución que él reclama, pero constituye un serio reto al statu quo. Los demócratas no atraviesan una crisis total como los republicanos, pero la campaña de Sanders ha dejado al descubierto una brecha importante dentro del partido.

Los demócratas (progresistas) odian a sus propios presidentes

Voy a emplear aquí el término "progresista" para indicar lo que en Estados Unidos calificamos de "liberal", porque esta última palabra quiere decir algo totalmente contrario en Europa. Al decir "progresista", me refiero a la extrema izquierda del Partido Demócrata. Y voy a utilizar este término a pesar de que Sanders se ha dedicado a blandirlo para dividir al partido durante su campaña, cuando ha decidido quién es progresista (él) y quién no lo es (Clinton y el aparato).

Aunque a los demócratas progresistas les encanta dejarse seducir por sus candidatos, en cuanto salen elegidos, se les pasa el enamoramiento. Esto se debe, en parte, a lo que algunos denominan la poesía de las campañas frente a la prosa de gobernar. En 2008, los progresistas enloquecieron con el práctico y cerebral Obama. Era evidente que acabaría por desilusionarlos, porque es y siempre ha sido un político más pragmático que ideológico.

En 2011, la decepción respecto a Obama era palpable, y Jonathan Chait escribió sobre el fenómeno; su explicación era que los demócratas progresistas son incapaces de sentirse satisfechos con ningún presidente de su partido, porque lo comparan con la idea imaginaria que se han forjado. Y continuaba con el relato de cómo, a lo largo de la historia, los progresistas se han vuelto contra sus propios presidentes.

¿Quién compone este movimiento?

Y esos, los llamados progresistas, los que se desesperaban cuando Obama empezó a tomar decisiones difíciles y a hacer las concesiones necesarias para poder gobernar, son los mismos que ahora recurren a Sanders con nuevas esperanzas de cambio.

El hecho de que Hillary Clinton sea la favorita para obtener la nominación es prueba de que la mayoría de los demócratas, en general, están satisfechos con la presidencia de Obama, y les gustaría cierta continuidad. Pero Sanders ha logrado unos resultados mucho mejores de los que nadie esperaba, porque ha sabido explotar una veta profunda de frustración de esos progresistas, algunos de ellos demócratas de toda la vida, otros que suelen votar al partido Verde y otros que no se identifican con ningún partido y se califican como independientes.

Sabemos que Sanders ha plantado cara a Clinton entre los millennials, los varones, los blancos y los de rentas más altas, pero lo que llama la atención es el apoyo que ha recibido de independientes que se inclinan hacia el Partido Demócrata, que han votado en las primarias y que, según cálculos de The Washington Post, han supuesto casi la mitad de sus votos. Los periodistas de datos de Fivethirtyeight también han analizado con más detalle esas cifras y han llegado a la conclusión de que el principal motivo de ese apoyo es la aversión a la política partidista, además de la demografía: ese grupo, como el resto de sus votantes, está formado sobre todo por varones blancos y de rentas altas.

En el fondo, el movimiento de Sanders no ha atraído a mucha gente nueva al partido, sino que está dando voz a los progresistas dentro del partido o a quienes se identifican como independientes pero solían votar ya al Partido Demócrata o incluso a algún otro más a la izquierda. En cualquier caso, sus votantes son decididamente más progresistas que los de Clinton.

¿Adónde va este movimiento?

Como expliqué en un vídeo reciente, la campaña de Sanders ha elevado el listón de la movilización de las bases con el uso de herramientas como Slack, que permite colaborar a los voluntarios y tiene la ventaja de no ser exclusivo de la campaña. Los grupos de Sanders en Slack pueden seguir movilizando incluso aunque la campaña se interrumpa en un momento dado, pero los movimientos necesitan líderes y a muchos demócratas —incluso a muchos partidarios de Clinton— les gustaría que Sanders siguiera adelante con lo que ha empezado.

No existe ningún contrapeso progresista real al llamado Tea Party, que ha tenido mucho éxito en la elección de republicanos del ala más conservadora para el Congreso. Debido a la existencia del Tea Party, los republicanos moderados tienen que andarse con cuidado para que no les organicen unas primarias. ¿Qué quiere decir esto? Que la red de organizaciones conservadoras que forman el Tea Party ha sabido identificar los distritos de la Cámara de Representantes en los que es posible desplazar a un republicano moderado con un candidato más conservador. De esa forma han conseguido arrastrar hacia la extrema derecha al grupo republicano de la Cámara y, en menor medida, en el Senado.

Las repercusiones políticas han sido inmensas, lo cual nos lleva de nuevo a las propuestas que enardecen no sólo a los partidarios de Sanders sino al Partido Demócrata en general. Por ejemplo, la sanidad universal. En el plan original de Obama se incluía una opción pública, pero, además de los republicanos, que se negaban en redondo a apoyarla, estaban los demócratas de estados o distritos más conservadores, que no se atrevían a hacerlo por miedo a la ira de los votantes en la siguiente elección. El sistema estadounidense de gobierno dispone de unos controles y equilibrios muy claros y el presidente necesita contar con la cooperación del Congreso para poder aprobar leyes.

El movimiento del Tea Party dispone ya de un grupo numeroso en el Partido Republicano (aproximadamente 60 congresistas), y eso les ha permitido bloquear muchas leyes que otros republicanos podrían haber estado dispuestos a negociar con los demócratas. El grupo del Tea Party fue responsable del cierre de la Administración en 2013 y de la dimisión del presidente de la Cámara, John Boehner, en otoño de 2015. Sanders y sus amigos en el Partido Demócrata quieren que las leyes se aprueben y no se queden bloqueadas y, para eso, un grupo pequeño de demócratas muy progresistas no es suficiente. Lo que necesitan es que en el Congreso haya más demócratas en general, para recuperar la mayoría en el Senado y la Cámara.

Sanders y los adorados millennials de su movimiento podrían cumplir mejor sus objetivos si respaldan a candidatos progresistas y afines al Senado y la Cámara, mediante donaciones y la movilización de base. El grupo progresista del Congreso cuenta con 71 miembros, entre ellos Bernie Sanders, que es senador. Si logra hacer que se elija a más demócratas, sobre todo demócratas de izquierdas, entonces será posible elaborar leyes más progresistas y remitirlas a la Casa Blanca.

Además, este movimiento podría organizarse en cada estado y luchar contra la comprobada toma republicana de las legislaturas estatales, cuyo resultado es un desfile de leyes de derechas. En Estados Unidos, aunque toda la atención se centra en la política nacional, casi todas las normas que rigen las vidas cotidianas de los ciudadanos se elaboran en las asambleas estatales. Una ofensiva progresista a ese nivel sería una auténtica revolución.

El único inconveniente es quizá que las elecciones al Congreso y a las asambleas estatales son mucho menos atractivas que las presidenciales y, por consiguiente, resulta más difícil congregar ejércitos de activistas para ellas. La ventaja es que, si no llega a presidente, Sanders se ahorrará la gran desilusión de los votantes progresistas con otros presidentes demócratas. Podrá conservar su pureza ideológica y seguir siendo el líder incansable, ahora con un altavoz mayor que el que tenía antes de su campaña. La posición ideal desde la que encabezar una revolución.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

 

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