
Hace algo más de un año, cuando parecía que el cielo se hundía sobre nuestras cabezas –Brexit, Trump, Le Pen, Daesh…– un movimiento global comenzó a tomar forma. En realidad, lo que hacían las marchas de las mujeres, convocadas en Estados Unidos tras la toma de posesión del nuevo presidente, era dar una nueva visibilidad a reivindicaciones que llevaban décadas sobre la mesa. Pero ya el 8 de marzo de 2017 tuvo un aire distinto y una dimensión mucho mayor.
Sin esas marchas, y sin el clima que generaron, es difícil concebir el movimiento #MeToo, que ha dado una nueva vuelta de tuerca al debate sobre la igualdad y sobre el machismo, y que ha traspasado con mucho las fronteras estadounidenses.
Algo está empezando realmente a cambiar, aunque en cada lugar se vive de un modo diferente. En el propio Estados Unidos, por ejemplo, más de 34.000 mujeres se han registrado en la organización Emily’s List con el fin de presentar sus candidaturas (demócratas) a diferentes puestos de representación política; en un país en donde la presencia femenina en el Congreso no llega al 20%, ya es todo un avance. Como también lo es que casi 1.000 mujeres se presenten en Líbano como candidatas en las próximas legislativas de mayo. O, mucho más profundo en su esencia: los pequeños pasos –para ellas de gigante– que están dando las mujeres en Arabia Saudí, desde poder hacer deporte en la calle hasta poder llegar a conducir.
En una sociedad como la española que, tras décadas de retraso, alcanzó altas cotas de igualdad en un plazo muy rápido, hoy también se respira un aire diferente; la sensación de que algo se está empezando a mover en la transformación de unas mentalidades que, en lo más profundo, no solo no habían avanzado sino que habían ido hacia atrás. Es alarmantemente palpable en las encuestas de opinión entre jóvenes, que revelan, por ejemplo, que uno de cada cuatro considera “normal” la violencia en las relaciones de pareja. Un dato más que significativo en un entorno en donde las diferentes medidas contra la violencia de género no logran disminuir esta lacra.
Frente a ello, el hecho de que el 82% de la población española considere que hay motivos para apoyar la huelga de mujeres es esperanzador. El reconocimiento de la desigualdad es el primer paso para poder combatirla y la desigualdad, ya (casi) nadie la pone en duda, afecta a todos los aspectos de la vida, a los salarios, a las oportunidades, a la visibilidad, al reconocimiento, al hogar, a la seguridad…
Desde que las islandesas convocaran la primera huelga de este tipo, en 1975, es la primera vez que se organiza en España. Y es apabullante el respaldo que está teniendo desde todo tipo de colectivos, desde las periodistas hasta las académicas, desde las abogadas hasta las deportistas. Es una pena que la polarización del debate político haya llegado también a este ...
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