La próxima generación de la energía está en camino.


La crisis financiera se queda con la mayor parte del oxígeno en los medios de comunicación, pero las repercusiones de otras dos crisis agudas, la de la energía y la de los precios de los alimentos, siguen resonando. La consecuencia es que la energía y la agricultura se han convertido en cuestiones inseparables.

Puede parecer ilógico, porque la bajada de los precios del petróleo está haciendo que los combustibles de tierras de cultivo y bosques sean menos competitivos. Es así, pero sólo a corto plazo. La crisis ha despertado la conciencia de que es preciso evitar como sea la dependencia de una sola serie de recursos, incluidos los productos financieros. La mejor solución es la diversificación, y los biocombustibles serán grandes beneficiarios de esta tendencia incipiente.

Los biocombustibles actuales parten del etanol o el gasóleo; los del primer tipo constituyen más o menos el 90% del mercado. Brasil, Estados Unidos y China son los mayores productores. Más de la mitad del bioetanol del mundo procede de la caña de azúcar; el resto, en medio de una gran polémica, sobre todo del maíz. El biogasóleo deriva principalmente de la semilla de colza y del girasol. La jatrofa y otros cultivos silvestres están en su infancia. En conjunto, los cultivos para biocombustibles como herramienta que permita a los pequeños campesinos salir de la pobreza siguen siendo un sueño incumplido.

La perspectiva más prometedora reside no en los cultivos destinados a consumo humano o alimento para animales, sino en el material orgánico no alimenticio como la hierba, la madera, los residuos orgánicos (que puede incluir la parte no comestible de los cultivos, como los tallos) y las algas. La reserva puede ser inmensa: casi la mitad de toda la biomasa de la Tierra está formada por lignocelulosa, un material estructural de las plantas que puede procesarse y convertirse en combustible.

¿Sustituirán al petróleo? Es dudoso. En el mejor de los casos, el combustible procedente de plantas, producido y empleado de manera responsable, será una parte pequeña, aunque cada vez mayor, de una cartera más amplia de energías renovables, en la que entran también la eólica y la solar. Sin embargo, aunque los coches eléctricos se generalicen y aumente enormemente el rendimiento del combustible, la necesidad de combustibles líquidos seguirá subiendo en el próximo decenio en muchas zonas. En algunos países, añadir los biocombustibles servirá para ahorrar divisas extranjeras e impulsar al sector agrario. Y tienen además la ventaja de que permiten seguir utilizando la infraestructura de los combustibles fósiles, que, nos guste o no, es una gran cosa que seguirá acompañándonos durante mucho tiempo.