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Una mujer camina al lado de uno de los fragmentos del Muro de Berlín, ODD ANDERSEN/AFP/Getty Images

Una obra que aborda la historia del continente, utilizando el papel de Alemania como hilo conductor, hasta llegar a los dilemas del presente y las incertidumbres del futuro europeo.


Portada_Europe_IanKershaw_miniRoller-Coaster: Europe, 1950-2017

Ian Kershaw

Allen Lane, 2018


El autor de esta obra, un trabajo bastante pesimista, dice que es el “libro más difícil” que ha escrito jamás. Después de su volumen anterior, To Hell and Back: Europe 1914-1945, dominado por la guerra, en este afirma que “no existe un desarrollo lineal que corresponda como es debido a la complejidad de la historia europea desde 1950”. Por supuesto, el periodo no es tan dramático como la primera mitad del siglo XX, pero el profundo conocimiento que tiene Kershaw del tema y su estilo elegante y sin jergas especializadas hacen que este sea un libro fácil y que merece la pena leer.

Esta es la historia —la biografía, podríamos decir— de un continente que dominó el mundo durante tres siglos y estuvo a punto de suicidarse en dos grandes guerras mundiales. No es una gran historia global, ni el opus magnum de Hegel, sino una serie de relatos minuciosamente investigados que pueden consultarse uno a uno. La estructura del libro es sencilla: ante los retos de la geografía, la identidad, los sistemas políticos y la globalización, Kershaw prefiere relatar la historia en orden cronológico, si bien existe un hilo central que es el papel crucial de Alemania.

Este énfasis en Alemania obliga inevitablemente a apartarse de la historia habitual de la posguerra, en la que el centro lo ocupa la alianza anglo-norteamericana. La creación de la OTAN y la relación entre la británica Margaret Thatcher y el estadounidense Ronald Reagan fueron factores esenciales para ganar la Guerra Fría, mucho más que nada de lo que hizo Alemania Federal. Sin embargo, Kershaw se muestra cáustico a propósito del comportamiento “triunfalista” de Thatcher y da mucha más importancia al canciller alemán Helmut Schmidt, cuya “experiencia y cuya capacidad de decisión tuvieron un valor incalculable, y no solo para su propio país”.

La descripción que hace el autor de la complicada trayectoria de Gran Bretaña, a medida que fue perdiendo su imperio y empezó a buscar su lugar —como dijo el mordaz secretario de Estado estadounidense Dean Acheson—, es brillante. Al principio, Reino Unido se negó a unirse a lo que hoy es la UE. Luego, en 1963, llamó a la puerta, pero se vio rechazado por su rival en el continente, Francia. Teniendo en cuenta que ahora está en el camino de salida, es evidente que su rumbo ha sido una perfecta montaña rusa.

Ian Kersaw nos cuenta cómo los regímenes autoritarios de España y Portugal cedieron el paso a la democracia y por qué cayó el imperio soviético junto con la URSS, después de tantas revueltas contra el poder de Moscú en Praga, Budapest y Varsovia. Hace un buen relato de la revolución de 1968 en toda Europa, así como del terrorismo importado de los años 2000. Ahora, Rusia ha revivido sus ambiciones imperiales y Europa y Estados Unidos han despilfarrado su capital en empeños absurdos como Irak y Oriente Medio, y no se ha abordado el conflicto entre Israel y Palestina con seriedad y al margen de EE UU. Las migraciones de masas desde Oriente Medio y África han alimentado el populismo, que quiere cerrar Europa y aislarla del mundo. El autor opina que este fenómeno marcará el destino del Viejo Conteniente durante lo que queda de siglo, y no es el único que lo piensa.

Kershaw afirma que Alemania se ha convertido en el “pilar fundamental de la democracia liberal estable” y que ha asumido, muy a su pesar, el manto del liderazgo europeo. De ahí que sea tan preocupante el ascenso actual del populismo en ese país. Más en general, el autor entreteje con habilidad diversas historias nacionales en un mismo tapiz europeo que se extiende de Portugal a Rusia. Del libro destacan tres temas: ¿Qué es esta Europa? ¿Existe verdaderamente? ¿Fue prematuro proclamar la muerte de la nación-Estado? El Reino Unido no es el único país que está apartándose, le siguen de cerca muchos otros.

Un aspecto al que Kershaw no hace verdaderamente justicia es el papel crucial que tuvo EE UU después de 1945, cuando se transformó en elemento unificador de un continente desgarrado por la guerra. Si no hubiera sido por la aparición de un actor mucho más poderoso —Estados Unidos—, Francia y Alemania nunca se habrían dado la mano de una orilla a otra del Rin. Al llegar a la década de 1960, el paraguas nuclear estadounidense había hecho que Europa estuviera muy desmilitarizada y que solo sobrevivieran vestigios de su vieja cultura de guerra en Francia y Gran Bretaña (con las desastrosas consecuencias que, como sabemos, tuvo esa situación en Irak y Libia).

El retroceso estadounidense no comenzó con Donald Trump, pero los europeos no prestaron atención a las señales de alarma. En su libro Empires, publicado en 2007, Herfried Münkler avisaba, pero nadie le hizo caso. En el Mediterráneo y frente a Rusia, Europa se comportaba como un solo país, con una sola política exterior y un ejército. Pero nunca fue así. Mientras tanto, la Rusia neoimperial y el terrorismo islámico están atacando un continente que siempre ha reivindicado su papel de potencia civil. Y ahora, Estados Unidos ataca a su aliado por cuestiones comerciales. Una potencia civil no puede defenderse, pero tampoco puede apartarse del mundo. La respuesta debería ser más Europa, pero da la impresión de que la historia ha decidido que no se recurra a esta solución tan lógica. Kershaw no critica nunca a las instituciones europeas. ¿Es que acaso no tienen ninguna responsabilidad por el deterioro de las ideas de democracia que afirman defender? Esta es una pregunta que queda sin responder en un libro, por lo demás, admirable.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.