El peso de unos y otros varía según los países, sus estructuras internas, sociales y políticas.

Un cambio como el iniciado hace un año en los países árabes requiere un tiempo para consolidarse. Tiempo que no se mide con fórmulas matemáticas o estacionales sino políticamente, ya que depende de factores internos y externos que impiden predeterminar su resultados. El peso de unos y otros varía según los países, sus estructuras internas, sociales y políticas, así como de su lugar en el tablero internacional. Los diferentes desarrollos de Túnez, Egipto, Libia o Siria y los que, de forma menos explícita, se están dando en Jordania o Palestina, son prueba de ello.

En cuanto al triunfo islamista en las elecciones celebradas y, posiblemente, en las que habrán de celebrarse, hay que enmarcarlo en su contexto ya que la competición electoral enfrenta a una pluralidad de partidos y formaciones políticas frente a unos bloques islamistas, disciplinados y con fuerte asentamiento social, lo que, frente a los primeros, garantiza la no dispersión del voto y el triunfo electoral. A ello hay que añadir el elemento de indignación ante la corrupción y la desigualdad que está en la base de gran parte de las movilizaciones, frente a la imagen de honestidad que presentan los islamistas.

No obstante, aparte de la necesaria diferenciación entre el islamismo moderado, dispuesto a establecer gobiernos de unidad con otras formaciones, y la corriente salafista, cuyo estandarte es el rechazo, es preciso ver cómo van a actuar los islamistas una vez en el gobierno. Porque si las elecciones se ganan es, en una gran medida, porque los que han gobernado las pierden.
En este proceso el papel de los actores internacionales es fundamental ya que su acción, o inacción, puede estimular o bloquear los procesos de desarrollo internos y democráticos

Carmen López Alonso, profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.