La estructura compleja e ineficaz del Estado Bosnio no puede ser transformada por la élite del país, puesto que se beneficia económicamente de ella, ni por una comunidad internacional inmersa en múltiples desafíos en otras parte del mundo. Entonces, ¿quién debe enfrentarse a este reto? Los ciudadanos bosnios.

Protesta ciudadana contra el Gobierno bosnio en Sarajevo. Elvis Barukcic/AFP/Getty Images
Protesta ciudadana contra el Gobierno bosnio en Sarajevo. Elvis Barukcic/AFP/Getty Images

El Estado bosnio es considerado como algo que no resulta ni efectivo ni eficiente: un Estado federal débil fragmentado en cantones, entidades y una federación que causa enormes costes, comparados con los recursos económicos del país. A pesar de su dimensión, el Estado no es capaz de satisfacer siquiera las necesidades más básicas de su población. A causa de la gran complejidad de su estructura política y administrativa, el país tiene tres presidentes y alrededor de 120 ministros. Y no solo hay presidente y ministros, sino también chóferes, asesores, jefes de gabinete, secretarias, abogados y muchos más.

Esta estructura política y administrativa tan compleja es el resultado del proceso de paz, con el cual la comunidad internacional quiso conceder a todos los grupos étnicos del país una amplia autonomía mientras que a la vez conseguía que los serbobosnios, considerados como el grupo étnico con más responsabilidad en la guerra, no tuvieran su propio Estado. Hay motivos para dudar de si este arreglo ha sido un éxito político, ya que no creó una entidad política viable. Pero este mismo arreglo tiene también una lógica económica que según la opinión general es una lógica distorsionada pero que, para los beneficiarios de estas estructuras -los presidentes, ministros y sus innumerables partidarios-, presenta multitud de ventajas.

Como sucede en todos los Estados balcánicos, la economía bosnia cuenta con un sector privado débil. El sector público no solo ofrece muchos puestos de trabajo sino que también están mejor remunerados, son más estables y además pueden ser usados como plataformas para obtener ingresos extra por canales informales (hablando en plata: corrupción). En las regiones en las que la industria se hundió siempre habrá policías, empleados de correos, maestros y enfermeros. En los Balcanes, aquellos que quieren triunfar económicamente elegirán con más probabilidad un empleo en el sector público que uno en el privado. Estos empleos públicos, así como otros recursos públicos (ventajas fiscales, inversiones públicas, etcétera), están distribuidos según criterios políticos o étnicos (lo que con frecuencia viene a ser lo mismo). Este fue uno de los motivos que impulsó los movimientos de independencia de la ex Yugoslavia: la independencia conllevaba sistemáticamente un trato preferente al grupo étnico dominante que considera el Estado como su propiedad. En Croacia, por ejemplo, inmediatamente tras producirse la independencia, los policías serbios fueron despedidos y sustituidos por croatas leales.

La gran pregunta es: ¿quién debería reformar las estructuras del Estado bosnio cuando las élites políticas y administrativas definidas por fronteras étnicas se benefician de estas estructuras sobredimensionadas y excesivamente complejas? La comunidad internacional ya no puede seguir ocupándose de esta tarea (como intentó hacer en los 90). Para esta, 20 años después del final de la guerra de Bosnia (y enfrentada a multitud de conflictos en otras partes del mundo), el país balcánico ya no es un punto caliente urgente que justifique los altos costes y el derroche de energía. La única fuerza para la reforma es la población bosnia que sufre la inefectividad y la ineficiencia de su propio Estado.