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Dos carteles de los partidos SDP y HDZ en Livno, al este de Bosnia. (Elvis Barukcic/AFP/Getty Images)

 

¿Cuál es la realidad tras las elecciones del país?

Conocer el sistema político de Bosnia y Herzegovina no es nada sencillo y, sin embargo, la parálisis del país durante más de dos décadas hace creer a cualquiera que predecir los resultados es un asunto fácil. Hay un ansia de cambio sin saber en qué dirección ir, porque no termina de haber más margen para la política que el que establece el armisticio de paz de 1995, la paz de Dayton. Muchas veces la retranca local cargada de negativismo tiene algo de fatalismo balcánico. Lo explicó el nobel Ivo Andrić en su tesis sobre Bosnia: "la herencia pesada de una vida en la que todo se mueve más despacio, se consigue más difícilmente y se paga más caro que en otras partes del mundo". Una profecía autocumplida.

Estas eran las elecciones más relevantes desde el fin de la guerra, porque la política bosnia se había alterado más de lo frecuente, porque el clima político estaba más enrarecido de lo frecuente, porque las advertencias de potenciales irregularidades eran vox populi y porque los Balcanes vivían su particular estado de ebullición geopolítica, tras el referéndum del cambio de nombre en Macedonia, y el anuncio de los presidentes de Serbia y Kosovo de buscar una solución a su litigio, valorando incluso el cambio de fronteras. La región no es una caja de pandora, pero sí tiene ese punto de patio de vivienda donde los vecinos miran las grietas cada vez que uno de ellos hace obras. En este caso son tres comunidades: serbios, bosníacos y croatas.

Durante la campaña electoral en la Republika Srpska, el movimiento "Justicia para David" se había hecho valer. Desde febrero de 2014, no se había dado un movimiento popular que amenazara el stus quo bosnio. El padre de David Dragičević desde hacía meses había comenzado una protesta popular, que había gradualmente reunido a, cada vez más, manifestantes por la situación en Republika Srpska. Dragičević había aparecido muerto en un río, y con síntomas de haber sido asesinado. Las autoridades intentaron ocultar el caso como un "ahogamiento" –el río tiene un par de palmos de profundidad–, la maquinaria institucional sobreseyó el caso y los medios afines al Gobierno hicieron correr el rumor de que eran un "drogadicto" y un "ladrón". Las declaraciones e imágenes del presidente serbobosnio Milorad Dodik enfrentándose al padre, daban cuenta de que este perdía los nervios y de que el movimiento le comprometía políticamente. Tanto la muerte de Dragičević como de Dženan Memić, otro caso envuelto en las sospechas de encubrimiento institucional, han creado una ola de indignación.

Sin embargo, la política bosnia tiene otros códigos que no se circunscriben a lo moral. Durante la campaña, Dodik incluso llegó a amenazar a todo aquel que votara al rival de su candidata a la Republika Srpska: Željka Cvijanović. Sin pudor ninguno, dijo que se encargaría de dejar sin trabajo a todo aquel que votara a Vukota Govedarica. Nada que no se pudiera inferir de la vida local, rendida al nacionalismo de la élite y secuestrada por la partitocracia y el clientelismo. Ahora, simplemente, la novedad es que se diga a los cuatro vientos en un auditorio lleno de cámaras.

Una vez conseguida la victoria, no tardó en señalar que intentaría desde la presidencia terminar con el Alto Representante con la ayuda de Trump, que no se plegaría a Sarajevo, que situaría su oficina en el Sarajevo oriental –donde vive una mayoría de población serbia–, anunció que intentará que Bosnia y Herzegovina reconozca a Crimea como parte de Rusia y que seguiría luchando por lograr una Republika Srpska independiente. Esta victoria a nivel estatal le permitirá repetir mandato en la Republika Srpska en el futuro o, si no, hacer las maletas e irse a Moscú, que no compra su separatismo, pero sí su voluntad y el clima de tensión política que genera en un país de difíciles equilibrios.

Desde el lado bosníaco, a nivel de la presidencia, se presumían posibles cambios. El anterior presidente no podía repetir mandato y el SDA vivía divisiones internas desde hacía un tiempo que amenazaban su victoria. Šefik Džaferović se ajustaba al perfil que interesaba al líder nacionalista Bakir Izetbegović, como hombre de partido y por su pasado como militar bosníaco. Una carta de presentación atractiva para un electorado bosníaco, al igual que el electorado en la Republika Srpksa, que sigue prefiriendo instalarse en la cohesión étnica y el nacionalismo. La frustración en la élite del SDA es que los bosníacos son la mitad del país, pero solo ostentan un tercio del poder. Frente al socialdemócrata Denis Bećirović, el candidato del SDA ganó por cuatro puntos más. Por su pasado y perfil parece difícil que llegue a ningún tipo de acuerdo con Dodik.

En el lado croata, la victoria ha sido para el candidato Željko Komšić –su tercer mandato– que ofrece una opción política con varias aristas. El candidato tiene un pasado militar vinculado al bando bosníaco -tiene la condecoración militar del Lirio Dorado – y encuentra su caladero de votos en dos frentes: croatas y bosníacos defensores de la unidad de Bosnia, y enfrentados al talante desestabilizador de Dragan Čović, que durante la última legislatura ha buscado con ahínco una tercera entidad croata –traducido en el bloqueo del Parlamento de la Federación– y que tiene más apoyos croatas que Komšić. Según la ley actual, para las presidenciales, los votantes de todos los cantones de la Federación de Bosnia y Herzegovina pueden elegir a un bosníaco o a un croata para la presidencia, y los bosníacos son mayoría. En cualquier caso, la opción de Komšić es la única no étnica y comprometida con la cohesión civil, algo que enerva tanto al nacionalismo serbio como al croata. No en vano, en sus primeras declaraciones amenazó a Croacia con demandarla por violar la soberanía bosnia, una vez las obras para construir el puente de Pelješac ya han comenzado. Zagreb ha mostrado su descontento por esta elección.

La realidad tras las elecciones en Bosnia y Herzegovina, es que la masa crítica no se impone a las élites. No por crítica, sino por la incapacidad del electorado de asociarse más allá de lo étnico. A las elecciones apenas acudieron poco más de la mitad del electorado. Los acuerdos de Dayton siguen proyectando los nacionalismos que firmaron el final de la guerra, pero no la paz. No es necesario que unos y otros se acusen de perseguir sus propios objetivos étnicos, porque el propio armisticio ya lo canaliza sobre la arena política. Lo preocupante de estos resultados es que más allá del modelo, la psicología política bosnia sigue instalada en la división étnica y la desconfianza entre grupos nacionales. Decía Andrić que la esperanza se encuentra en la otra orilla del río. El problema no solo es que no haya puente, sino que de tres políticos, solo uno lo quiere cruzar.