Falcão. Meninos do Tráfico
(Halcón: niños del narcotráfico)

MV Bill y Celso Athayde
251 páginas, Editorial Objetiva (Central Única das Favelas),
Río de Janeiro, Brasil,
2006 (en portugués)

Hay al menos dos Brasiles dentro del país más grande de América
Latina. Uno es el alegre y pujante que tan buena imagen tiene de sí mismo
y proyecta hacia el exterior: el de la samba, los carnavales y la sonrisa de
Ronaldinho; el que aspira a ser Primer Mundo, con un crecimiento económico
constante, que quiere liderar a las economías emergentes, ocupar un
asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y conquistar la Copa
del Mundo de fútbol de este año. Es el Brasil que piensa y afirma
sin pudor y sin cesar que, a pesar de todo, no hay nada mejor que ser brasileño.

¿El mañana de los falcões?: varios jóvenes son detenidos por narcotráfico en la favela Providencia (Río de Janeiro) en marzo.
¿El mañana de
los falcões?:
varios jóvenes
son detenidos por narcotráfico en la favela Providencia (Río
de Janeiro) en marzo.

Éste es también el mismo país que no quiere saber nada
del otro Brasil, por más que se lo encuentre a diario —y muchas
veces de forma violenta— en las calles y alrededor de todas sus ciudades
en forma de gigantescas favelas. Es una sociedad que se mueve entre la compasión
sensiblera hacia los pobres, que suman millones, y mira hacia otro lado o justifica
el terror cuando la corrupta policía asalta sus villas
miseria
para
asesinar a cientos de personas cada año.

Para hacer saltar por los aires ese ejercicio diario de amnesia e hipocresía
y colocar un espejo demoledor frente a ese país que se quiere ver tan
guapo, MV Bill, un rapero negro nacido y criado en la enorme favela Ciudad
de Dios, en Río de Janeiro, y su productor Celso Athayde, que fue morador
da rua
(vagabundo) y que se crió también en la pobreza— han
trabajado durante ocho años entrevistando en los barrios más
desfavorecidos de todo Brasil a los falcões (halcones), niños
que trabajan día y noche vendiendo cocaína para el Brasil rico
o vigilando —fusil en mano— los puntos de venta ante las esporádicas
actuaciones de la policía.

Al fin y al cabo, en la
favela, el jefe de los narcotraficantes es quien ayuda a pagar las cuentas.
Por eso la comunidad se enluta cuando es asesinado

El resultado de esas entrevistas —plasmado, además de esta obra,
en un documental de televisión que lleva el mismo nombre y en otro libro
aparecido en 2005 bajo el nombre Cabeça de porco (expresión que
indica barullo, caos o desorden)— es demoledor. Falcão no es,
ni pretende ser, un estudio sociológico o antropológico de las
condiciones de vida de los niños del narcotráfico. "Ya
ha habido demasiados académicos, antropólogos y sociólogos
hablando de las favelas en televisión sin haber pisado jamás
una de ellas", comentaba el rapero MV Bill en la presentación
del libro en Brasilia.

Para Bill tocaba dar voz por vez primera a las principales víctimas
del horror social al que Brasil intenta desesperadamente dar la espalda, unos
niños a los que no les está permitida la infancia. Y la voz de
esos meninos, distorsionada por las drogas, el culto al dinero y las armas,
es sobrecogedora. Sorprende e intimida porque, al contrario de lo que ocurre
cuando los que hablan sobre ello son políticos, artistas, académicos
o supuestos expertos, la voz de los falcões no se va por las ramas.
Llama a las cosas por su nombre y denuncia incansablemente que se les ha privado
de la que es su única aspiración social: la igualdad en la capacidad
de consumo con el resto del país. En resumidas cuentas: tener dinero.
Y así, niños de 10 años sin padre ni escuela ni casa muchas
veces proclaman a los cuatro vientos que si el país no es capaz de garantizarles
un futuro están dispuestos a arriesgar su vida y la de quien haga falta
por conseguirlo. Muchos de ellos recuerdan que, al fin y al cabo, en la favela,
el jefe de los narcotraficantes es el tipo que ayuda a pagar las cuentas. Por
eso, la comunidad se enluta con banderas y crespones negros cuando el hombre
fuerte
es asesinado por la policía.

De los cientos de chavales entrevistados, MV Bill y Athayde siguieron a 17
a lo largo del proceso de investigación. En 2005, sólo uno de
los 17 niños (ninguno pasaba de los 18 años) seguía vivo.
El superviviente estaba en prisión. El resto había sido asesinado
por la policía, por sus propios jefes o por facciones rivales del tráfico
de drogas. No es que el rapero eligiera a los chicos con más problemas
para lograr un mayor dramatismo en su trabajo. Es que la vida en la favela
es así.

No hay nada en todo el libro que permita imaginar una salida fácil
a la miseria económica y moral de Brasil. Falcão no es un libro
político en el sentido de que no elabora un discurso específico
de aspiraciones de justicia social y no quiere ni puede aportar soluciones
concretas, pero sí lo es en cuanto aterradora y necesaria denuncia de
cuanto sucede día a día en las calles, pese a que sus ciudadanos
no quieran verlo.

Parece como si los brasileños ‘de
bien’ jamás hubieran sabido de los monstruos que genera
el sistema
social del que quieren sentirse tan orgullosos

La reacción de la sociedad biempensante brasileña tras la publicación
del libro y la emisión del documental en la cadena de televisión
Globo ha sido inmediata y ha degenerado en una especie de histeria colectiva.
De pronto parece como si los brasileños de bien jamás hubieran
sabido de los monstruos que genera el sistema social del que quieren sentirse
tan orgullosos. Aún es pronto para adivinar si el Brasil oficial volverá a
quedarse en la lágrima fácil a la hora de afrontar el problema,
pero lo cierto es que esta primavera no se ha hablado de otra cosa en el país.
Las televisiones se disputan al rapero que le cantó las verdades a Brasil
y el propio presidente Lula le ha recibido en dos ocasiones en el palacio de
Planalto, ha obligado a sus ministros a ver el documental y ha prometido ayudas
para hacer cambiar la situación de los falcões y sus familias.
En esas reuniones, MV Bill aseguró haberle dicho al presidente que ningún
proyecto funcionará en las favelas a no ser que se cuente con las voces,
aspiraciones y deseos del otro Brasil, ese que todos hasta hoy intentaban ocultar
desesperadamente.

Brasil ante el espejo.
Íñigo García

Falcão. Meninos do Tráfico
(Halcón: niños del narcotráfico)

MV Bill y Celso Athayde
251 páginas, Editorial Objetiva (Central Única das Favelas),
Río de Janeiro, Brasil,
2006 (en portugués)

Hay al menos dos Brasiles dentro del país más grande de América
Latina. Uno es el alegre y pujante que tan buena imagen tiene de sí mismo
y proyecta hacia el exterior: el de la samba, los carnavales y la sonrisa de
Ronaldinho; el que aspira a ser Primer Mundo, con un crecimiento económico
constante, que quiere liderar a las economías emergentes, ocupar un
asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y conquistar la Copa
del Mundo de fútbol de este año. Es el Brasil que piensa y afirma
sin pudor y sin cesar que, a pesar de todo, no hay nada mejor que ser brasileño.

¿El mañana de los falcões?: varios jóvenes son detenidos por narcotráfico en la favela Providencia (Río de Janeiro) en marzo.
¿El mañana de
los falcões?:
varios jóvenes
son detenidos por narcotráfico en la favela Providencia (Río
de Janeiro) en marzo.

Éste es también el mismo país que no quiere saber nada
del otro Brasil, por más que se lo encuentre a diario —y muchas
veces de forma violenta— en las calles y alrededor de todas sus ciudades
en forma de gigantescas favelas. Es una sociedad que se mueve entre la compasión
sensiblera hacia los pobres, que suman millones, y mira hacia otro lado o justifica
el terror cuando la corrupta policía asalta sus villas
miseria
para
asesinar a cientos de personas cada año.

Para hacer saltar por los aires ese ejercicio diario de amnesia e hipocresía
y colocar un espejo demoledor frente a ese país que se quiere ver tan
guapo, MV Bill, un rapero negro nacido y criado en la enorme favela Ciudad
de Dios, en Río de Janeiro, y su productor Celso Athayde, que fue morador
da rua
(vagabundo) y que se crió también en la pobreza— han
trabajado durante ocho años entrevistando en los barrios más
desfavorecidos de todo Brasil a los falcões (halcones), niños
que trabajan día y noche vendiendo cocaína para el Brasil rico
o vigilando —fusil en mano— los puntos de venta ante las esporádicas
actuaciones de la policía.

Al fin y al cabo, en la
favela, el jefe de los narcotraficantes es quien ayuda a pagar las cuentas.
Por eso la comunidad se enluta cuando es asesinado

El resultado de esas entrevistas —plasmado, además de esta obra,
en un documental de televisión que lleva el mismo nombre y en otro libro
aparecido en 2005 bajo el nombre Cabeça de porco (expresión que
indica barullo, caos o desorden)— es demoledor. Falcão no es,
ni pretende ser, un estudio sociológico o antropológico de las
condiciones de vida de los niños del narcotráfico. "Ya
ha habido demasiados académicos, antropólogos y sociólogos
hablando de las favelas en televisión sin haber pisado jamás
una de ellas", comentaba el rapero MV Bill en la presentación
del libro en Brasilia.

Para Bill tocaba dar voz por vez primera a las principales víctimas
del horror social al que Brasil intenta desesperadamente dar la espalda, unos
niños a los que no les está permitida la infancia. Y la voz de
esos meninos, distorsionada por las drogas, el culto al dinero y las armas,
es sobrecogedora. Sorprende e intimida porque, al contrario de lo que ocurre
cuando los que hablan sobre ello son políticos, artistas, académicos
o supuestos expertos, la voz de los falcões no se va por las ramas.
Llama a las cosas por su nombre y denuncia incansablemente que se les ha privado
de la que es su única aspiración social: la igualdad en la capacidad
de consumo con el resto del país. En resumidas cuentas: tener dinero.
Y así, niños de 10 años sin padre ni escuela ni casa muchas
veces proclaman a los cuatro vientos que si el país no es capaz de garantizarles
un futuro están dispuestos a arriesgar su vida y la de quien haga falta
por conseguirlo. Muchos de ellos recuerdan que, al fin y al cabo, en la favela,
el jefe de los narcotraficantes es el tipo que ayuda a pagar las cuentas. Por
eso, la comunidad se enluta con banderas y crespones negros cuando el hombre
fuerte
es asesinado por la policía.

De los cientos de chavales entrevistados, MV Bill y Athayde siguieron a 17
a lo largo del proceso de investigación. En 2005, sólo uno de
los 17 niños (ninguno pasaba de los 18 años) seguía vivo.
El superviviente estaba en prisión. El resto había sido asesinado
por la policía, por sus propios jefes o por facciones rivales del tráfico
de drogas. No es que el rapero eligiera a los chicos con más problemas
para lograr un mayor dramatismo en su trabajo. Es que la vida en la favela
es así.

No hay nada en todo el libro que permita imaginar una salida fácil
a la miseria económica y moral de Brasil. Falcão no es un libro
político en el sentido de que no elabora un discurso específico
de aspiraciones de justicia social y no quiere ni puede aportar soluciones
concretas, pero sí lo es en cuanto aterradora y necesaria denuncia de
cuanto sucede día a día en las calles, pese a que sus ciudadanos
no quieran verlo.

Parece como si los brasileños ‘de
bien’ jamás hubieran sabido de los monstruos que genera
el sistema
social del que quieren sentirse tan orgullosos

La reacción de la sociedad biempensante brasileña tras la publicación
del libro y la emisión del documental en la cadena de televisión
Globo ha sido inmediata y ha degenerado en una especie de histeria colectiva.
De pronto parece como si los brasileños de bien jamás hubieran
sabido de los monstruos que genera el sistema social del que quieren sentirse
tan orgullosos. Aún es pronto para adivinar si el Brasil oficial volverá a
quedarse en la lágrima fácil a la hora de afrontar el problema,
pero lo cierto es que esta primavera no se ha hablado de otra cosa en el país.
Las televisiones se disputan al rapero que le cantó las verdades a Brasil
y el propio presidente Lula le ha recibido en dos ocasiones en el palacio de
Planalto, ha obligado a sus ministros a ver el documental y ha prometido ayudas
para hacer cambiar la situación de los falcões y sus familias.
En esas reuniones, MV Bill aseguró haberle dicho al presidente que ningún
proyecto funcionará en las favelas a no ser que se cuente con las voces,
aspiraciones y deseos del otro Brasil, ese que todos hasta hoy intentaban ocultar
desesperadamente.

Iñigo García es
periodista español, especializado en información internacional
y trabaja en Brasil.