Dilma Rousseff, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, y el secretario general de UNASUR, Hernesto Samper, durante la inauguración de UNASUR en Quito  (Juan Cevallos/AFP/Getty Images).
Dilma Rousseff, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, y el secretario general de UNASUR, Hernesto Samper, durante la inauguración de UNASUR en Quito (Juan Cevallos/AFP/Getty Images).

¿Un nuevo capítulo en su política exterior?  

La política exterior nunca ha tenido un impacto sustancial en las campañas electorales en Brasil. Desde el retorno de la democracia en 1985, las relaciones internacionales han sido principalmente el terreno de diplomáticos competentes, en lugar de un asunto de debate público. No sorprende, entonces, que las recientes elecciones presidenciales y legislativas hayan girado en torno a asuntos internos, y no sobre la agenda internacional. No obstante, el debate intenso durante la campaña sobre el lugar de Brasil en el mundo tendrá consecuencias para su vecindario más cercano: América Latina.

Las relaciones brasileras con América Latina han seguido los principios generales de su política exterior. Primero, el énfasis ha sido puesto en el poder suave y el multilateralismo, entendido principalmente como un creciente involucramiento del país en operaciones humanitarias y otras formas directas o indirectas de influencia, ejemplificadas en la fuerte presencia de tropas brasileras en la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH). Segundo, ha cumplido el papel de balanza en la influencia de otras potencias en América Latina, en particular a través de una relación ambivalente con Estados Unidos.

A esta aproximación clásica, el ex presidente Lula da Silva (2003-2011) agregó dos dimensiones personales: incrementar las conexiones sur-sur e intensificar el componente presidencial en la diplomacia. La búsqueda de un lugar más prominente en  los asuntos internacionales – uno que tradujera los logros impresionantes de Brasil en el terreno social y económico, en un rol global creciente – condujo al establecimiento de los BRIC como una asociación internacional, la expansión de la presencia del país en África y en Oriente Medio y, en América Latina, al apoyo activo de nuevas redes y organizaciones regionales y sub-regionales.

Las políticas de Lula en la región se expresaron en el fortalecimiento del Mercado Común del Sur (MERCOSUR, 1994) como el bloque comercial primario, y en el lanzamiento de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR, 2008) como el paraguas político. Este último ha jugado un rol creciente en crisis políticas, reemplazando virtualmente a la Organización de Estados Americanos (OEA). Sin embargo, Lula mantuvo relaciones razonablemente buenas con el resto del mundo, incluyendo a Estados Unidos. En la región, Brasil desempeñó un papel decisivo en la condena (y la búsqueda de reversión) de un golpe de Estado en Honduras en 2009, permaneció comprometido con el multilateralismo y expandió su ayuda financiera a países como Cuba y Haití.

Los intereses ideológicos, económicos y políticos han sido razonablemente compatibles. Los defensores de este conjunto de ideas argumentan que los cambios fueron positivos en tanto hicieron evidente la debilidad del sistema político global actual, el fracaso de otras regiones para construir una paz internacional creíble y el “carácter único” de la contribución latinoamericana a la participación social y a un nuevo concepto de democracia. Sin embargo, las contradicciones han surgido en algunos casos cuando se trata de traducir la teoría en la práctica. La relación con Venezuela es probablemente la más significativa de ellas.

El ex presidente Lula y la presidenta Dilma Rousseff no han ocultado sus simpatías por la Revolución Bolivariana liderada por el ex presidente Hugo Chávez y por su sucesor, Nicolás Maduro. Brasil ha presionado fuertemente para admitir a Venezuela como miembro de MERCOSUR, en una maniobra que tuvo poco que ver con cálculos económicos. Después de la muerte de Chávez y de la aún irresuelta crisis desatada el pasado febrero en las calles de Caracas y otras ciudades venezolanas, Brasil – aun cuando fue reacio a ello – desempeñó un rol facilitador (conjuntamente con Colombia y Ecuador) en un intento de UNASUR por ofrecer una forma de mediación. Pero se negó a emitir llamadas más convincentes para la solución de la crisis, que aún amenaza la estabilidad de este importante aliado. El diálogo incipiente se rompió rápidamente y la inercia ha dominado la escena desde ese momento en Venezuela.

Brasil ha apoyado misiones humanitarias en Colombia, enviando personal militar desarmado y helicópteros para cooperar en el rescate de rehenes en manos de las FARC. La presidenta Rousseff ha apoyado las conversaciones de paz en La Habana; y Brasil es uno de los cinco países facilitadores de las conversaciones preliminares con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Sin embargo, su papel en este histórico proceso de paz podría ser mucho más activo y central. Una posible razón para su falta de entusiasmo fue la desconfianza entre los presidentes Uribe y Lula, quién sospechaba abiertamente del despliegue de instalaciones militares de Estados Unidos en Colombia.

El multilateralismo está presente en el discurso de Brasil en los foros de Naciones Unidas y en su importante papel en MINUSTAH. Sin embargo, hay debate sobre la importancia de la democracia y los derechos humanos en la formación de la política exterior brasilera. La posición de Brasil sobre el sistema interamericano de derechos humanos varía de la sospecha a la hostilidad abierta y la Carta Democrática Interamericana, suscrita por Brasil en 2001, es apenas mencionada.

Algunos críticos cuestionan abiertamente la influencia del Partido de los Trabajadores sobre ciertas áreas de política exterior, en especial en las relaciones con Cuba y Venezuela. Estos críticos argumentan que las consideraciones políticas dañan las oportunidades comerciales en tiempos de desaceleración económica. Por ejemplo, dicen que Brasil no ha sido capaz de negociar un acuerdo comercial con la Unión Europea debido a las restricciones impuestas por su membrecía a MERCOSUR y la abierta hostilidad de sus socios hacia los acuerdos de libre comercio. También hay que añadir las tensas relaciones con Estados Unidos, después de las revelaciones sobre el espionaje político realizado por las agencias de inteligencia directamente orientadas a la presidenta Rousseff. Desde este punto de vista, la supuesta falta de liderazgo de Brasil en la crisis venezolana solo serviría para confirmar el efecto tóxico de las consideraciones políticas e ideológicas sobre opciones más racionales.

No obstante, se podría argumentar que la diplomacia sutil ha prevalecido a menudo sobre intervenciones más ruidosas. De hecho, Brasil está preocupada por Venezuela y con buenas razones. Ha maniobrado detrás de las cortinas para presionar a Maduro a que abra conversaciones con la oposición, aún cuando se ha resistido activamente a cualquier involucramiento de la OEA y de otros actores externos en el drama venezolano. Las señales han sido contradictorias, hasta ahora, sobre la voluntad de Brasil de intervenir en la prevención de una crisis más grande en su región circundante.

La estrecha victoria de Dilma Rousseff sobre Aecio Neves puede reducir aún más el margen de maniobra para el tipo de diplomacia activa que Lula favorecía. Si eso ocurre, esto representaría meramente la restauración de las corrientes principales de la política exterior de Brasil. Las restricciones internas, en su mayoría económicas, podrían sin embargo empujar al Gobierno a ser más pragmático y abrir conversaciones comerciales con otros socios, independientemente de la resistencia de sus socios en MERCOSUR y UNASUR. Esto podría también llevar a una revisión de la posición de Brasil sobre Venezuela y a un recálculo de los riesgos asociados con la dejación de pagos y el colapso económico del país vecino. Esta evaluación podría llevar al Ejecutivo a una mediación más directa en esa crisis política. Esto también podría provocar cierto tipo de acercamiento con Estados Unidos y las instituciones hemisféricas, además de una participación más activa en el proceso de paz en Colombia.

No deberían ocurrir cambios radicales en una política exterior que ha permanecido vinculada a guías básicas durante tanto tiempo, independientemente del inquilino temporal de Planalto. Sin embargo, la aspiración de Brasil a un lugar permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, su deseo de incrementar el comercio y la inversión, así como la probable necesidad de medidas de austeridad pueden provocar una revisión detallada de su actual papel en América Latina. El proceso de toma de decisiones será de manera indudable más complejo en los próximos años, pero hay una expectativa razonable de que el aspecto positivo de su política exterior prevalecerá, brindando oportunidades a la región para reforzar la paz, la democracia y los derechos humanos, así como impulsar la inclusión popular y social en la política, antes que sacrificar los valores en el altar de la ideología.

 

El artículo original ha sido publicado en el blog de International Crisis Group: In Pursuit of Peace.