
¿Un nuevo capítulo en su política exterior?
La política exterior nunca ha tenido un impacto sustancial en las campañas electorales en Brasil. Desde el retorno de la democracia en 1985, las relaciones internacionales han sido principalmente el terreno de diplomáticos competentes, en lugar de un asunto de debate público. No sorprende, entonces, que las recientes elecciones presidenciales y legislativas hayan girado en torno a asuntos internos, y no sobre la agenda internacional. No obstante, el debate intenso durante la campaña sobre el lugar de Brasil en el mundo tendrá consecuencias para su vecindario más cercano: América Latina.
Las relaciones brasileras con América Latina han seguido los principios generales de su política exterior. Primero, el énfasis ha sido puesto en el poder suave y el multilateralismo, entendido principalmente como un creciente involucramiento del país en operaciones humanitarias y otras formas directas o indirectas de influencia, ejemplificadas en la fuerte presencia de tropas brasileras en la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH). Segundo, ha cumplido el papel de balanza en la influencia de otras potencias en América Latina, en particular a través de una relación ambivalente con Estados Unidos.
A esta aproximación clásica, el ex presidente Lula da Silva (2003-2011) agregó dos dimensiones personales: incrementar las conexiones sur-sur e intensificar el componente presidencial en la diplomacia. La búsqueda de un lugar más prominente en los asuntos internacionales – uno que tradujera los logros impresionantes de Brasil en el terreno social y económico, en un rol global creciente – condujo al establecimiento de los BRIC como una asociación internacional, la expansión de la presencia del país en África y en Oriente Medio y, en América Latina, al apoyo activo de nuevas redes y organizaciones regionales y sub-regionales.
Las políticas de Lula en la región se expresaron en el fortalecimiento del Mercado Común del Sur (MERCOSUR, 1994) como el bloque comercial primario, y en el lanzamiento de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR, 2008) como el paraguas político. Este último ha jugado un rol creciente en crisis políticas, reemplazando virtualmente a la Organización de Estados Americanos (OEA). Sin embargo, Lula mantuvo relaciones razonablemente buenas con el resto del mundo, incluyendo a Estados Unidos. En la región, Brasil desempeñó un papel decisivo en la condena (y la búsqueda de reversión) de un golpe de Estado en Honduras en 2009, permaneció comprometido con el multilateralismo y expandió su ayuda financiera a países como Cuba y Haití.
Los intereses ideológicos, económicos y políticos han sido razonablemente compatibles. Los defensores de este conjunto de ideas argumentan que los cambios fueron positivos en tanto hicieron evidente la debilidad del sistema político global actual, el fracaso de otras regiones para construir una paz internacional creíble y el “carácter único” de la contribución latinoamericana a la participación social y a un nuevo concepto de democracia. Sin embargo, las contradicciones han surgido ...
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