Portadas del periódico London Evening Standard donde aparece el primer ministro británico, David Cameron, y su esposa. Daniel Sorabj/AFP/Getty
Portadas del periódico London Evening Standard donde aparece el primer ministro británico, David Cameron, y su esposa. Daniel Sorabj/AFP/Getty

Cómo la crisis interna del partido conservador británico comprometió el futuro de Reino Unido –y a causa de la incapacidad de los líderes europeos de plantarse frente al chantaje Brexit– también el futuro de la UE.

En la vida hay ocasiones en que uno debe plantarse. Claro que no siempre es fácil saber cuándo hacerlo. Un gesto definitivo suele tener costes, pero a veces éstos pueden ser menores que un mal acuerdo. Los líderes europeos se enfrentaron a este dilema cuando el primer ministro británico, David Cameron, llamó a las puertas de El Consejo a principios de este año para negociar un nuevo acuerdo para su país con  la UE.

El trato que ofrecía Cameron era el siguiente: si el resto de líderes aceptaba sus pretensiones, haría campaña a favor del referéndum que él mismo se había comprometido a convocar. Los europeos aceptaron la mayoría de peticiones de Cameron –sentando un peligroso precedente– y ni siquiera se ha evitado la salida del Reino Unido de la UE. Visto en perspectiva, en sólo cuatro meses la Unión Europea se dejó su esencia por el camino y además perdió un Estado miembro.

David Cameron pidió demasiado. Presionado por el debate a menudo xenófobo que culpaba a la inmigración de todos los males que los años de austeridad ha dejado en el país se presentó en Bruselas para pedir algo insólito: que se le permitiera a su gobierno discriminar a los no nacionales británicos para que no pudieran beneficiarse de ciertos beneficios sociales. Los 27 líderes aceptaron, a pesar de que Cameron no justificó sus pretensiones con sólidos argumentos económicos que justificaran las cargas para las finanzas públicas que representa la inmigración en su país. Fue la primera vez en que en la mesa del Consejo Europeo se dio legitimidad a argumentos populistas para cambiar además la naturaleza de la UE.

Merece la pena recordar una anécdota contada en la London School of Economics (LSE) por Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, unas semanas antes del acuerdo. El propio Schulz hacía esta reflexión: “Claudia es alemana. En 2017 viene a trabajar a la LSE. No le conceden beneficios sociales. Y le dicen que sólo recibirá esos beneficios de manera completa en 2021. Su compañero británico John, que también trabaja en la universidad haciendo el mismo trabajo, recibe todos los beneficios. Incluso a pesar de que las leyes de la Unión Europea le dan derecho a Claudia a un trato igual”. No es difícil imaginar por qué aceptar este tipo de situaciones era un gravísimo precedente para la UE.

Los líderes cayeron en la trampa de Cameron, un líder que venía calibrando la celebración del referéndum desde hacía años  y se  había comprometido a ello en un discurso de enero de 2013. Lo hizo porque era preso del gran debate en el seno de su partido, una gran lucha de poder interna entre sus dos almas, ...