Barack Obama ha llegado a la Casa Blanca con un programa ambicioso. Pero, con la economía mundial en medio de un brutal desapalancamiento financiero –en el que prácticamente todos los activos del mundo están viendo disminuir su valor–, a él y a sus homólogos internacionales les esperan enormes sufrimientos.

Empecemos por la política interna de Estados Unidos. El primer déficit presupuestario de Obama podría muy bien ser superior a 1,5 billones de dólares. Varios paquetes de rescate y planes de estímulos fiscales aumentarán el gasto, y la contracción económica hará que los ingresos fiscales disminuyan. Los gobiernos de los Estados están ya haciendo cola para pedir ayudas federales. Los fondos privados de pensiones serán los próximos. La Corporación Federal de Seguros de Depósitos (FDIC), que está ocupándose del lío de las hipotecas, necesitará una saludable inyección de capital del tío Sam. Y eso, antes de sumar las promesas de Obama sobre gastos y recortes fiscales.

La factura de toda esta deuda llegará seguramente antes de 2012. Los tipos de interés de las hipotecas se apresuraron a subir cuando el Tesoro estadounidense presentó su plan de rescate, y los pasivos de la balanza de pagos de la Reserva Federal han aumentado un 100%. Los mercados financieros prevén que, de aquí a tres o cuatro años, los bancos centrales de todo el mundo, tras un periodo de desinflación, se verán obligados a afrontar este incremento masivo de la deuda. Obama tal vez tendrá que enfrentarse a una pesadilla bancaria con reminiscencias de la que sacudió a Japón en los 90. Hoy, los bancos estado?unidenses están llenos de capital (400.000 millones de dólares suplementarios, según las últimas cuentas, en gran parte proporcionados por los contribuyentes), pero no conceden préstamos. Es un problema como el del huevo y la gallina. Los bancos no prestan dinero debido al debilitamiento de la economía estadounidense. La economía se debilita porque los bancos no prestan. Aparte de nacionalizarlos, hay poco que Obama pueda hacer para obligarles.

 

El tamaño de los mercados financieros se ha vuelto tan gigantesco que no hay más medios para mantener la estabilidad que crear una psicología de confianza. Los gobiernos, por sí solos, no pueden más que proyectar en los mercados una sensación de que saben lo que hacen” David Smick (marzo, 2008)

En el resto del mundo, el breve periodo de alegría por el mal ajeno ante los problemas económicos de Washington se ha terminado. Resulta que Europa estaba seis veces más expuesta a la deuda comercial de riesgo de los mercados emergentes que a las hipotecas basura estadounidenses. En algunas economías, entre ellas la de Gran Bretaña, el peligro en el que han incurrido los bancos deja pequeño el PIB nacional.

¿Por qué eso es un problema inmenso? Porque las economías en vías de desarrollo se han permitido depender peligrosamente de las exportaciones, al tiempo que vinculaban sus divisas al dólar estadounidense y acumulaban montañas de excedentes de ahorro. Ese modelo de crecimiento está viniéndose abajo a toda velocidad, a medida que cae la demanda mundial. Pero, si se desmoronan muchos de esos mercados emergentes, el FMI carecerá de los recursos necesarios para organizar operaciones de rescate. Para poner las cosas en perspectiva, los bancos austriacos tienen un contacto financiero con los mercados emergentes que supera los 290.000 millones de dólares. El PIB de Austria asciende a 370.000 millones. El único motivo para el optimismo es que al mundo no le falta capital. Simplemente, está a la espera, incluidos seis billones de dólares sólo en fondos del mercado de dinero mundial.

Cuanto antes puedan Obama y sus homólogos elaborar unas reformas financieras creíbles que incrementen la transparencia al tiempo que protegen los flujos comerciales y de capital, antes volverá a circular el capital apartado. Al final, los mercados desean certezas; en este caso, la certeza de que nuestros líderes tengan un plan de acción en el que se pueda confiar. Ese plan no existe todavía.