Por qué las crisis estimulan el ingenio.


Cuando Nikolai Kondratiev se estremecía de frío ante sus verdugos en una mañana de invierno en Siberia, en 1938, no podía imaginar que, 71 años después, su nombre sería resucitado por una nueva generación de teóricos de la empresa y especialistas en gestión con el propósito de comprender la primera Gran Recesión del siglo XXI.

Kondratiev, uno de los principales impulsores de la Nueva Política Económica de Lenin en 1921, que rehabilitó durante un breve periodo el capitalismo para salvar a una joven Unión Soviética de la quiebra inminente, fue un rebelde intelectual en una época y en un lugar en los que la herejía podía ser causa de muerte. Teorizó que la actividad económica se producía en largas oleadas: periodos de 50 o 60 años de creatividad y de crecimiento seguidos de contracciones más breves, tras las que el ciclo volvía a empezar. A Joseph Schumpeter, el economista de Harvard que acuñó el término “destrucción creativa”, le atrajo tanto la idea de las largas oleadas que dio al concepto el nombre de Kondratiev. Schumpeter decía que la innovación suele llegar en bloques: “Arrebatos independientes que están separados por periodos de tranquilidad relativa”. Esos estallidos de creatividad, escribió, “transforman periódicamente la estructura de la industria mediante la introducción de nuevos métodos” de producción, organización y suministro. En cuanto a los efectos negativos de las depresiones –desempleo, pérdida de riqueza, trastorno económico–, no eran más que la destrucción creativa en pleno funcionamiento.

Hoy, mientras los pilares del capitalismo se desmoronan, puede parecer extraño preguntarse qué cambios trascendentales nacerán de esta Gran Recesión, qué gran cosa está a la vuelta de la esquina. Pero los momentos de ruptura así son los que tratan de aprovechar los verdaderos innovadores, que crean nuevos paradigmas y dejan un rastro de ganadores y de perdedores en su estela. Las empresas, las tecnologías y las ideas que sobrevivan a esta nueva ola de destrucción creativa saldrán reforzadas, perfeccionadas y más resistentes. La historia lo garantiza. La Larga Recesión que comenzó en 1873 preparó el terreno para los nuevos titanes de la industria y de las finanzas. La Gran Depresión anterior a la Segunda Guerra Mundial nos dio la goma sintética, la televisión y el New Deal. El estallido de la burbuja tecnológica de los 90 abrió paso a Google.
¿Qué puede traer la próxima ola? No hay duda de que se avecinan inmensos cambios estructurales en el capitalismo; el sector financiero, otrora tan poderoso, está de rodillas, y el fundamentalismo de mercado está en retirada. En política mundial, el poder quizá está fragmentándose, pero un EE UU humillado está en posición de ser, aunque parezca increíble, el beneficiario de la crisis creada por sus brujos financieros. La conciencia de la vulnerabilidad de la Tierra está cada vez más extendida, pero tal vez no con la rapidez suficiente como para combatir la decadencia ambiental. Y en el nuevo campo de la ingeniería genética, los científicos no dejan de perfeccionar tecnologías que podrían alterar definitivamente lo que significa ser humano.

La innovación puede ser un arma de doble filo. Los avances en ingeniería de los 30 del siglo pasado contribuyeron a que la Segunda Guerra Mundial fuera un baño de sangre. Y los canjes de deuda y las obligaciones de deuda avalada de los primeros años de este siglo se convirtieron en armas financieras de destrucción masiva en 2008. Lo que venga tendrá también su lado oscuro. No podemos predecir el futuro. Pero será muy distinto a hoy. Preparémonos para un mundo de cambios. Preparémonos para lo que se avecina.