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Desde el vertido de petróleo en el Golfo de México hasta la incapacidad de EE UU para aprobar una ley sobre el clima, pasando por la riada tóxica en Hungría, casi todas las noticias relacionadas con el medio ambiente en 2010 fueron desalentadoras e incluso aterradoras. Pero en la Amazonia brasileña están produciéndose acontecimientos que pueden ser un pequeño motivo para el optimismo. Las imágenes de satélite del Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil muestran que el ritmo de deforestación de la selva brasileña se redujo casi a la mitad en los últimos 12 meses, hasta ser un 85% inferior que en 2004. Esto significa que Brasil ha cumplido su compromiso de reducir la deforestación en un 80% una década antes de lo acordado.

Es cierto que es necesaria cierta perspectiva. Este año, el país latinoamericano todavía quemó una franja del tamaño de Luxemburgo de un bosque tropical que produce el 20% del oxígeno mundial. Pero, como destacó la página web de la revista Nature en septiembre, la reducción de la deforestación de Brasil supone una disminución de producción carbono equivalente, más o menos, a la cantidad de carbono que EE UU prevé ahorrar de aquí a 2020. La tendencia puede ser además prueba de que las nuevas iniciativas brasileñas -como Arco Verde, que ofrece incentivos económicos a los habitantes locales que antes vivían de la madera- y una aplicación más estricta de las normas están empezando a producir resultados. Los escépticos señalan que la reducción ha ocurrido sobre todo durante la crisis económica mundial -la producción industrial del país cayó un 5,5% en 2009-, aunque la tendencia ha continuado después de que la economía empezara a recuperarse.

El legado ambiental del presidente saliente, Luiz Inácio Lula da Silva, no es perfecto. Incluye también la controvertida presa de Belo Monte en el Amazonas, que será la tercera del mundo cuando esté terminada, inundará más de 400 kilómetros cuadrados de bosque y desplazará a decenas de miles de miembros de la población indígena.

No obstante, los brasileños tienen una preocupación extraordinaria por el medio ambiente. El 80% dice que las cuestiones ambientales deben ser una prioridad, aunque eso ralentice la economía. Y los sorprendentes buenos resultados del Partido Verde en las últimas elecciones pueden ser un indicio de que esta superpotencia emergente no está dispuesta a repetir los errores de sus predecesoras.