Una mujer en un mercado en Uagadugú, Burkina Faso. (Ahmed Ouoba/AFP/Getty Images)
Una mujer en un mercado en Uagadugú, Burkina Faso. (Ahmed Ouoba/AFP/Getty Images)

En una región conflictiva, Burkina Faso es un ejemplo poco frecuente de diversidad y tolerancia religiosa. Sin embargo, la percepción de que hay una discrepancia entre la inmensa población musulmana y su escasa representación pública ha creado tensiones. Para proteger el modelo de coexistencia pacífica del país, el Gobierno debe abordar este problema tan delicado con reformas meditadas, en particular del sistema educativo.

La gran diversidad religiosa y el grado de tolerancia de Burkina Faso hacen del país una excepción en la región africana del Sahel. Su modelo de coexistencia religiosa es sólido, pero corre peligro de deteriorarse. Desde hace varios años, los líderes musulmanes se quejan de que su confesión está infrarrepresentada en la administración civil y que esta no siempre trata de la misma manera el cristianismo y el islam. Al mismo tiempo, la ola creciente de violencia de origen religioso en África Occidental y el Sahel ha creado un nuevo contexto regional. Ahora que el país está recuperándose de un periodo de inestabilidad, tras la caída del expresidente Blaise Compaoré en octubre de 2014, con el urgente problema de la seguridad y dadas las fuertes presiones sociales, el Gobierno puede tener la tentación de pasar por alto esos hechos: sería arriesgado agitar la delicada cuestión de la religión en un lugar en el que la identidad religiosa tiene una importancia secundaria. Pero las autoridades deben tomar medidas cuanto antes para mitigar las frustraciones y regular el discurso religioso, con el fin de proteger el modelo de coexistencia pacífica nacional.

Burkina está en el punto de encuentro de dos grandes regiones de África Occidental: el Sahel, donde parece estar ganando terreno una forma fundamentalista del islam y actúan grupos armados y terroristas, y la región costera, donde las nuevas iglesias protestantes, a veces, adoptan un discurso intolerante hacia otras religiones. Con la porosidad de las fronteras y la velocidad a la que circulan las ideas, el país no puede permanecer al margen de los cambios que están afectando a sus vecinos.

No ha padecido jamás una guerra civil ni religiosa. Musulmanes, cristianos y animistas conviven y se casan entre sí. Sin embargo, los atentados de enero de 2016 en Uagadugú conmocionaron tanto a la población como a la clase dirigente. En las semanas posteriores se denunciaron varios incidentes aislados de agresiones verbales contra los musulmanes, reveladores de cierta estigmatización y de unas preocupaciones que hasta entonces no habían estado presentes. En Burkina, los temas religiosos son tabú. La coexistencia pacífica se basa en el pluralismo y el hecho de que la identidad religiosa es secundaria. Sacar la cuestión a la palestra pública y política entraña peligros como la agudización de las diferencias religiosas y la manipulación política de las identidades. A pesar de ello, en una situación regional preocupante y ante la aparición de nuevas tensiones internas, ha llegado la hora de romper ese tabú.

Los musulmanes se sienten frustrados desde hace mucho tiempo por la discrepancia entre su número —según un censo que no todos aceptan, son alrededor del 60% de la población, mientras que los cristianos son el 25%, y los animistas el 15%— y la escasa representación que tienen en los círculos políticos y la administración del Estado. Además, tienen la impresión de que los funcionarios suelen mostrar cierta parcialidad en favor del cristianismo y no tienen suficientemente en cuenta sus intereses. Las quejas, a veces, son exageradas, pero las percepciones son más importantes que la realidad. En un país tradicionalmente gobernado por una élite en su mayoría cristiana, el desequilibrio no es consecuencia de una discriminación intencionada, sino el legado de la colonización y de un sistema educativo estratificado. Las autoridades de Burkina deben rectificar esa situación y, al mismo tiempo, evitar el sectarismo. Deben mejorar la educación franco-árabe, que atiende a parte de la población infantil musulmana y pretende compaginar la educación general con la islámica. Si no lo hacen, ciertos sectores de la población quizá dejen de considerar al Estado como interlocutor válido y recurran a otras formas de expresar sus sentimientos.

La necesidad de mantener ese equilibrio entre comunidades es todavía más importante porque los comportamientos religiosos individuales han evolucionado, aunque es difícil juzgar hasta qué punto. Parte de la población musulmana se siente atraída por una variante fundamentalista del islam, inspirada en el wahabismo. A algunos dirigentes musulmanes les preocupa la influencia extranjera, sobre todo la de los países del Golfo, y ese es un motivo, aunque difícil de medir, para reforzar el desarrollo de prácticas religiosas más estrictas. Por su parte, ciertos protestantes prefieren el discurso de las nuevas iglesias, varias de las cuales predican unos valores que tienen poco que ver con la tolerancia.

Ahora bien, el aumento de la religiosidad no significa un mayor riesgo de violencia: una distinción que no siempre está clara en el debate actual sobre extremismo violento y radicalización religiosa. El regreso a un islam más fundamentalista no tiene por qué suponer una mayor propensión a la violencia, como demuestra la existencia de corrientes fundamentalistas quietistas. Los actos violentos que parecen tener una motivación religiosa pueden deberse, en realidad, a otras razones, como la criminalidad, la codicia y los agravios locales, étnicos o socioeconómicos. No obstante, los cambios en el comportamiento religioso pueden ser peligrosos cuando perturban las relaciones sociales. Despreciar o rechazar el diálogo con otras confesiones puede hacer que las comunidades se encierren en sí mismas. Las autoridades deben comprender la importancia de ese riesgo y esforzarse más en regular el discurso religioso.

Los socios técnicos y económicos de Burkina pueden desempeñar un papel clave asesorando y apoyando las reformas necesarias, por ejemplo a la hora de construir las capacidades del Ministerio de Administraciones Locales, Descentralización y Seguridad Interna (MATDSI), encargado de supervisar los asuntos religiosos, y el Observatorio Nacional de Asuntos Religiosos (ONAFAR), adjunto al Ministerio. Burkina es un país pequeño y muy pobre, con pocos recursos naturales. Pero su situación en el corazón del Sahel —una región cada vez más problemática— y su capacidad de resistir frente a la inestabilidad política lo han convertido en un cortafuegos frente a la radicalización religiosa y el terrorismo en África Occidental. Su pluralismo religioso y su tolerancia son un buen ejemplo. Por todo ello, el Gobierno y sus socios internacionales deben abordar las tensiones que empiezan a asomar entre unas comunidades religiosas y otras y entre ellas y el Estado.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

 

El original está publicado en International Crisis Group

 

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