La guerra entre la ciencia y el diseño inteligente, uno
de los mejores ejemplos de cómo la Administración Bush pone prejuicios
religiosos por delante de certezas científicas, es un asunto grave.
El movimiento sufrió un revés político en diciembre pasado
cuando un juez prohibió que esta teoría se enseñara en
las escuelas de Pennsylvania, pero persiste como idea. La batalla está abierta.


Al diseño inteligente, la controvertida descripción religiosa
de los orígenes de la vida, le ha beneficiado que los republicanos tengan
el control de la Casa Blanca y ambas cámaras del Congreso americano.
El Partido Republicano, guiado por la Administración Bush, recibe cada
vez más críticas de científicos y otros colectivos por
anteponer la ideología a la ciencia en cuestiones como el cambio climático,
la investigación sobre células madre, la normativa ambiental
y la reproducción. En opinión de esos grupos, se ha creado una
cultura anticientífica que favorece el populismo por encima de las pruebas
tangibles.

Como cuenta el periodista Chris Mooney en su best seller,
The Republican War on Science (La guerra de los republicanos contra la ciencia)
, el Gobierno Bush
ha ignorado, tergiversado o suprimido pruebas científicas para sacar
adelante políticas basadas en sus creencias religiosas. Este problema
se abordó en las últimas elecciones presidenciales cuando la
Unión de Científicos Preocupados hizo pública una declaración
en la que condenaba la trayectoria de la Administración republicana
en este campo. Respaldada por 49 premios Nobel y 175 miembros de la Academia
Nacional de Ciencias, el comunicado dice: "Cuando ha visto que los datos
científicos estaban en contradicción con sus objetivos políticos,
el Gobierno ha manipulado muchas veces el proceso de incorporación de
la ciencia a sus decisiones (…) Otras administraciones han hecho lo
mismo en alguna ocasión, pero nunca de forma tan sistemática
ni tan generalizada (…) Es preciso poner fin a la distorsión
del conocimiento científico con fines políticos partidistas para
que el público esté debidamente informado sobre unos temas fundamentales
para su bienestar y la nación se beneficie de sus grandes inversiones
en investigación científica y educación".

Con todo, la ofensiva anticiencia pareció perder una de sus batallas
más importantes en diciembre de 2005, cuando el juez federal del distrito
John Jones III falló que el denominado "diseño inteligente" se
basaba en la religión y no en la ciencia y que, por tanto, no tenía
lugar en la escuela pública. En el caso Kitzmiller
vs el distrito escolar de Dover
, unos padres se habían querellado contra la resolución
aprobada en 2004 por la junta escolar de su distrito (en Pennsylvania) que
obligaba a leer a los alumnos, en clase de ciencias, un documento en el que
se afirmaba que la evolución es una teoría y no una realidad.
El texto decía que el diseño inteligente (DI) era una explicación
alternativa de los orígenes de la vida con credibilidad científica
y que los estudiantes que quisieran más información podían
acudir a un manual sobre el tema disponible en la biblioteca del centro.

En Estados Unidos, donde casi todas las normas sobre lo que se debe enseñar
en la escuela se elaboran en las instancias estatales y locales, el caso
Dover
no era sino un ejemplo más de los esfuerzos de los cristianos conservadores
en todo el país para introducir el DI en las aulas. En Kansas, en noviembre
de 2005, la junta escolar del Estado aprobó, por 6 a 4, incluir el mandato
de que a todos los alumnos de bachillerato se les informara de que la teoría
de la evolución es objeto de polémica y contiene muchos puntos
controvertidos. En 2002, la junta escolar de Ohio fue la primera que autorizó la
enseñanza del DI en las escuelas públicas. En un tercer ejemplo,
en el condado de Cobb, en Atlanta (Georgia), se aprobó ese mismo año
que en los libros de texto de ciencias se incluyeran pegatinas en las que se
destacara que la evolución era "una teoría, no una realidad".

Los votos de la junta escolar aprovecharon una campaña de relaciones
públicas encabezada por un gabinete de estudios de Seattle, el Discovery
Institute. Financiado con donaciones de cristianos conservadores adinerados,
este organismo ha creado, a través de libros en ediciones populares,
artículos de opinión, conferencias, páginas web y giras
explicativas por diversas ciudades, la falsa impresión de que la teoría
de la evolución se apoya en pruebas inciertas y que el DI es una alternativa
con credibilidad científica.

A esa interpretación de incertidumbre científica, el Discovery
Institute añade el argumento de que es necesario enseñar a los
alumnos a tener un pensamiento crítico y a conocer "todos los
lados" del debate. En el verano de 2005, el presidente Bush y el líder
de la mayoría en el Senado estadounidense, Bill Frist, se hicieron eco
de ello en sendas declaraciones públicas en las que respaldaron la enseñanza
del diseño inteligente. Su razonamiento era que los alumnos deben entrar
en contacto con distintas ideas y que hay que dejarles que saquen sus propias
conclusiones.

 

Sin embargo, el fallo del caso Dover pareció invertir la tendencia
ascendente del DI en política, al menos de forma temporal. Su decisión
redefinía la controversia como un asunto relacionado con el deseo de
un influyente grupo de intereses de hacerse con el poder y promover sus objetivos
religiosos. Según la interpretación del juez, lo que ocurrió en
Dover fue que eligieron para la junta escolar a un pequeño grupo de
cristianos conservadores que lograron que se aprobara la modificación
de los planes de estudio para imponer sus ideas creacionistas al resto. "Triste
servicio rindieron a los ciudadanos los miembros de la junta que votaron por
la política de DI", escribió Jones. Aunque este caso apartó el
diseño inteligente de las portadas, el Centro Nacional de Educación
Científica de EE UU ha informado de que siguen estudiándose leyes
o políticas relacionadas con el DI, al menos, en una docena de Estados.
Mientras tanto, los sondeos muestran que la mayoría de los estadounidenses
está a favor de que en las escuelas públicas haya alternativas
a la enseñanza de la evolución. Y, desde Dover, se ha oído
hablar de diseño inteligente también en Canadá, Reino
Unido, México, Australia y partes de Europa. Si este movimiento se internacionaliza,
se utilizarán las mismas estrategias de relaciones públicas para
promover el DI en todos esos países, si bien los mensajes contradictorios
que no dejan de emitir las autoridades de la Iglesia católica hacen
que su futuro en el mundo sea más incierto.

LA FE QUE NO DICE SU NOMBRE
La teoría de la evolución de Charles Darwin parte de la premisa
de que las diversas formas de vida que existen hoy proceden de un antepasado
común, pero que han cambiado a lo largo del tiempo. La evolución
se produce mediante la selección natural, que postula que algunos organismos
poseen características que les hacen estar mejor equipados que otros
para su entorno y que dichas características son hereditarias. Como
consecuencia, unos organismos tienen más probabilidades de sobrevivir
y, por consiguiente, transmiten esas ventajas a sus descendientes.

A lo largo del siglo pasado, la idea original de Darwin sirvió de base
a grandes avances en las ciencias de la vida, unos adelantos que no hicieron
más que reafirmar las pruebas a favor de la evolución. La investigación
genética ha revelado el funcionamiento de la herencia y la mutación,
y las últimas investigaciones en genómica han trazado la pista
del antepasado común mediante los elementos comunes en el ADN. Basándose
en estos avances, corroborados por otras pruebas obtenidas, por ejemplo, del
registro de fósiles y la anatomía comparada de los organismos,
la Academia de Ciencias estadounidense afirma que la teoría de la evolución
es "el concepto unificador fundamental de la biología".
Todavía existen interrogantes sobre aspectos concretos de la evolución,
pero la gran mayoría de los biólogos sostiene que sigue siendo
la mejor herramienta para interpretar las incertidumbres y que no hay ninguna
alternativa con credibilidad científica.

A pesar de las abrumadoras pruebas en apoyo de la evolución, los cristianos
conservadores de Estados Unidos se oponen desde hace mucho tiempo a que se
enseñe la teoría en los colegios. En su lugar propusieron, hace
decenios, la ciencia de la creación, una doctrina que afirmaba que había
pruebas arqueológicas del diluvio de Noé y otros pasajes bíblicos.
Amparándose en la libertad de expresión, los creacionistas exigieron "igualdad
de tiempo" en las escuelas públicas. Sin embargo, en una serie
de juicios celebrados en los 70 y los 80, varios magistrados dictaron que dicho
planteamiento era una explicación religiosa y que, por tanto, su inclusión
en los programas de la escuela pública violaba la separación
constitucional entre Iglesia y Estado.

Siguen estudiándose
leyes o políticas
relacionadas con el diseño inteligente
al menos en una docena de Estados de EE UU

No obstante, el creacionismo, a finales de los 80, evolucionó, por
así decirlo, y reapareció con nuevos y hábiles envoltorios.
Como detallan Barbara Forrest y Paul Gross en su libro Creationism’s
Trojan Horse (El caballo de Troya del creacionismo)
, los intelectuales conservadores
unieron sus fuerzas para elaborar una nueva alternativa a la evolución;
en esta ocasión, el diseño inteligente iba a tener un aspecto
más científico y acabaría despojado, más adelante,
de toda referencia abierta a la teología cristiana. Según la
definición que ofrece el Discovery Institute en su página web,
este concepto sostiene que "la mejor explicación para ciertos
rasgos del universo y de las cosas vivas es una causa inteligente, no un proceso
autónomo como la selección natural". Como prueba, toman
prestados argumentos de Tomás de Aquino y William Paley y afirman que,
al observar la naturaleza, resulta evidente que ha intervenido la mano de un
diseñador. En concreto, el DI se apoya en los razonamientos de Michael
Behe, un bioquímico de la Universidad de Lehigh que afirma, en su popular
libro Darwin’s Black Box (La caja negra de Darwin), que algunas características
de los organismos son "irreductiblemente complejas". Según
Behe, estructuras como el ojo, los flagelos o las bacterias, o como la mezcla
de proteínas que permite la coagulación, son tan eficientes que
sería imposible explicarlos sólo por la selección natural.
Al contrario, tiene que haber intervenido en su creación alguna forma
de inteligencia sobrenatural. Insiste, con cierto toque sofista, en que deja
abierto el interrogante sobre si esa fuerza sobrenatural es Dios, un ser supremo
o un extraterrestre.

Los partidarios del diseño inteligente señalan además
los enigmas que no explica la teoría de la evolución, como la
explosión del Cámbrico —la aparición repentina,
hace 500 millones de años, de numerosos organismos multicelulares—,
un hecho que, según ellos, sólo pudo producirse gracias a la
intervención de un creador inteligente. Si la evolución, dicen,
no puede explicar ésta ni la irreductible complejidad de los organismos,
es que debe de haber un diseñador sobrenatural. Sus detractores, en
cambio, responden que ese razonamiento no es más que "un argumento
nacido de la ignorancia" y hablan de cuando una supuesta falta de pruebas
a favor de una opinión (en este caso, la evolución) se considera,
equivocadamente, prueba de que otra opinión es la acertada (el diseño
inteligente). La verdad es que, por definición, el DI carece de las
cualidades esenciales de una teoría científica. No ofrece predicciones
positivas, sino que defiende su veracidad diciendo que es la alternativa inevitable
a Darwin. Además, como incluso Michael Behe reconoció en el caso
Dover, nunca se han publicado estudios en defensa del DI en revistas especializadas
de prestigio, el paso habitual para que se acepte una nueva idea en la ciencia,
sobre todo cuando desafía una teoría universalmente aceptada
como la evolución. Quizá más problemático todavía,
para dar categoría científica al planteamiento, es el hecho de
que, en esencia, es imposible de comprobar empíricamente. Como decían
los 38 premios Nobel: "El diseño inteligente es fundamentalmente
acientífico; no se puede comprobar como teoría científica
porque su conclusión central se basa en la fe en la intervención
de un agente sobrenatural".

Con todos estos fallos, ¿cómo es posible que creciera hasta
ser un movimiento político tan extendido? Barbara Forrest y Paul Gross
cuentan que el origen del movimiento está en The
Wedge Document (El documento cuña)
, un memorándum del Discovery Institute sobre
obtención
de fondos que después se publicó en Internet. Con unos motivos
declaradamente cristianos, el documento expone una triple estrategia para sustituir
la teoría de la evolución por "la interpretación
teísta de que la naturaleza y los seres humanos están creados
por Dios". En un plan de varios años, la primera fase consistía
en publicar en revistas especializadas; la segunda, en "publicidad y
creación de opinión", y la tercera detallaba una "confrontación
y renovación cultural", una estrategia compuesta por conferencias
académicas, acciones legales y formación del profesorado. Por
lo visto, el movimiento del DI se saltó la primera fase y pasó directamente
a las otras dos.

La expansión de
los misioneros evangélicos también puede ayudar a introducir
el debate ‘creacionista’ en países donde no estaba
presente

La principal herramienta del movimiento ha sido la contextualización
selectiva, es decir, redefinir la cuestión para movilizar a determinados
sectores del electorado y convencer a segmentos concretos del público.
Cuando hablan con los medios de comunicación de masas y los estadounidenses
en general, insisten en la incertidumbre científica de la evolución
y alegan que, por tanto, el diseño inteligente tiene que ser verdad.
Para apoyar esta interpretación dicen que lo que quieren es fomentar
el pensamiento crítico de acuerdo con la tradición occidental.
Esta formulación aprovecha el desconocimiento del público sobre
el DI y las bases científicas de la evolución, y hace pensar,
erróneamente, que "enseñar la controversia" encaja
con la herencia de una educación liberal. Desde luego, los expertos
contraatacan con la afirmación de que no existe una alternativa creíble
a la evolución ni, por tanto, controversia alguna.

Sin embargo, este aspecto de los dos lados cobra más importancia gracias
a muchos periodistas políticos. A diferencia de sus colegas especializados
en ciencia, estos informadores, al aplicar equivocadamente las normas de equilibrio
e imparcialidad, suelen escribir sobre el tema como si estuvieran hablando
de unas elecciones presidenciales y ponen especial cuidado en atribuir la misma
credibilidad y el mismo espacio a los partidarios del DI, a pesar de que sus
argumentos discrepan del consenso general de la comunidad científica
y se oponen a una larga historia de decisiones legales sobre la enseñanza
de las alternativas a la evolución en las escuelas.

Pero el movimiento se aprovecha además de la fuerza política
de los cristianos evangélicos, que, en los últimos 20 años,
se las han arreglado para que muchos de sus representantes sean elegidos para
las juntas escolares locales. Con el fin de movilizar a este sector, subrayan
que la evolución es responsable de la decadencia moral de la sociedad.
Afirman que enseñarla en las aulas va en contra de lo que se inculca
a los alumnos cristianos en casa y en la iglesia, y, como las escuelas se financian
con fondos locales, deberían contar con una alternativa viable de inspiración
religiosa. La capacidad del movimiento para lograr que los medios legitimen
sus afirmaciones y la influencia electoral local de los cristianos conservadores
hacen pensar que es poco probable que la movilización política
en apoyo al DI vaya a desvanecerse a corto plazo en Estados Unidos.


¿FENÓMENO MUNDIAL?
En general, el escepticismo público sobre la evolución es un
fenómeno específico de EE UU. En un sondeo oficial realizado
en 2004, al pedir que se respondiera "verdadero o falso" a la afirmación
de que "los seres humanos, tal como hoy los conocemos, evolucionaron
a partir de especies animales anteriores", sólo el 44% de los
estadounidenses respondió "verdadero". Esta respuesta contrastaba
con las de los sondeos realizados en otros países. Por ejemplo, el 78%
de los japoneses respondió "verdadero", igual que el 70%
de los chinos, el 70% de los europeos y más del 60% de los surcoreanos
y los malayos. Sólo en Rusia hubo menos de la mitad (44%) que respondiera "verdadero".

Con todo, el diseño inteligente es capaz de ejercer su influencia en
el ámbito internacional. En política, como ha hecho en EE UU,
tratará de implantarse a través de los dirigentes conservadores
nacionales y locales. Por ejemplo, con el telón de fondo del recién
elegido Gobierno conservador de Canadá, los científicos de ese
país se alarmaron cuando, en marzo pasado, el Consejo de Investigaciones
en Ciencias Sociales y Humanidades rechazó una solicitud de ayuda de
la Universidad McGill porque no proporcionaba "suficiente justificación
para la hipótesis, presente en la propuesta, de que la razón
estaba de parte de la teoría de la evolución, y no de la teoría
del diseño inteligente". Otro ejemplo, en el Reino Unido, es el
de una escuela privada subvencionada por Sir Peter Vardy, un millonario evangélico,
que ocupó los titulares cuando decidió enseñar el diseño
inteligente además de la evolución, lo que suscitó duras
críticas por parte de la British Royal Society, la principal organización
científica del país. La expansión de los misioneros evangélicos
estadounidenses también puede ayudar a introducir elementos del debate
sobre el DI en países en los que antes no estaba presente. Por ejemplo,
en la revista Science, el profesor de biología mexicano Antonio Lazcano
contaba en 2005 que, en sus 30 años de impartir biología evolutiva,
sólo en dos ocasiones se ha encontrado con una oposición religiosa. "En
ambos casos, de la mano de fanáticos evangélicos procedentes
de EE UU y que habían venido a México a predicar", escribe. "Una
de las importaciones estadounidenses menos conocidas es la discreta llegada
de creacionistas que, a través de la religión, tratan de imponer
sus convicciones fundamentalistas e impedir la enseñanza de la evolución
darwinista".

A escala internacional, la campaña de relaciones públicas en
defensa del diseño inteligente será parecida a la de EE UU, dirigida
a públicos específicos y con mensajes dirigidos a convencer y
movilizar. Los periodistas amplificarán tal vez ese mensaje por su interés
en guardar un falso equilibrio en las informaciones, que les hará contraponer
los comentarios de los partidarios del DI a los de los científicos reputados
en un formato de pros y contras. En cambio, ante su base potencial de cristianos
y católicos conservadores, los defensores del DI tendrán un mensaje
distinto en el que culparán a la evolución de la decadencia moral
de la sociedad y la erosión de los valores tradicionales y las enseñanzas
cristianas. Aunque, en los sondeos de opinión, los europeos apoyan la
teoría de la evolución en mayor porcentaje que los estadounidenses,
y pese a que suelen ser mucho menos religiosos, la ambivalencia cultural generalizada
puede dejar a muchos a merced de la campaña de relaciones públicas
sobre la "enseñanza de la controversia". Es más,
algunos datos de encuestas señalan ya en esta dirección, como
un sondeo realizado este año por la BBC en el que se vio que el 41%
de los británicos pensaba que el DI debería estar incluido en
los programas escolares, y el 44% decía que habría que enseñar
el creacionismo.

 

En los países católicos de Europa y Latinoamérica, el
mensaje contradictorio de la jerarquía eclesiástica también
puede dejar campo libre a sus partidarios. En enero pasado, el periódico
oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, declaraba que el diseño
inteligente no es ciencia y que no debería impartirse como tal en las
escuelas. Igualmente, en noviembre, el reverendo George Coyne, el jesuita que
dirige el Observatorio Vaticano, dijo que no debía entrar en los cursos
científicos. Pero por otro lado, varios arzobispos católicos
siguen apoyándolo. George Pell, arzobispo de Sydney (Australia) ha dicho
que, aunque la teoría de la evolución es compatible con las enseñanzas
de la Iglesia, a veces se imparte "de forma contraria a Dios",
y que le "gustaría que [los profesores de ciencias] hablaran del
diseño inteligente". Donald Wuerl, nuevo arzobispo de Washington,
ha defendido, por lo visto, lo "razonable" que es el DI y ha animado
a que se enseñen las alternativas a la evolución.

Si el fenómeno consigue abrirse paso en otros países, es fácil
predecir qué métodos de persuasión utilizará, con
argumentos a su favor en los medios populares, dirigidos al gran público,
mediante el acceso político a los líderes conservadores y el
respaldo público más firme por parte de evangélicos y
católicos conservadores. Los científicos, los profesores de ciencias
y los secularistas de otros países pueden aprender de los errores cometidos
por la comunidad científica en EE UU, que tardó demasiado en
tomarse en serio la amenaza del movimiento. Será fundamental contar
con estrategias específicas para poder contrarrestar las tácticas
del DI. En un documental sobre este fenómeno estrenado hace poco en
Estados Unidos, Flock of Dodos (Panda de tontos), el director, un antiguo catedrático
de biología evolutiva, explica que la comunidad científica tiene
que aprender a manejar mejor las relaciones públicas. En otras palabras,
tiene que aplicar más "interpretación científica" para
que el público saque sus propias conclusiones sobre el tema.

Mis estudios sobre las actitudes de la población a propósito
de temas científicos que son objeto de controversia política
muestran que el público, en general, se fía de fórmulas
como los valores religiosos o la ideología a la hora de formarse una
opinión. Utiliza esos valores como filtros de percepción y no
presta atención más que a las definiciones o los mensajes más
accesibles en la prensa y que tienen que ver con su sistema de valores. El
conocimiento, salvo en un mínimo segmento, influye muy poco en la opinión.
La mayor parte de la gente no considera que el debate sobre el DI sea científico,
sino que se trata de una polémica sobre valores, imparcialidad y comunidad.
Esto quiere decir que es importante crear un nuevo contexto en el que el debate
sobre la evolución se exprese en un lenguaje que se haga eco de los
valores comunes. Una estrategia que ha funcionado bien en EE UU es la de redefinir
la cuestión al margen del debate científico y hablar del posible
perjuicio para la economía de la comunidad, el Estado o el país
si se añade el DI a los programas escolares.

Otra interpretación convincente es la derivada del fallo del tribunal
de Dover, en el que el juez definió el DI como un movimiento impulsado
por los intereses políticos de un pequeño número de cristianos
conservadores que pretendían imponer sus interpretaciones religiosas
a la comunidad. En una inteligente decisión, el magistrado no aceptó que
se tratara de un debate entre ciencia y religión, sino que lo enmarcó como
un conflicto entre unos conservadores culturales desconectados de todo y la
sociedad actual, una interpretación que coincide bastante con la realidad.

 

¿Algo más?
El autor ha coescrito, en colaboración
con distintos especialistas, numerosos artículos en la prensa
de EE UU sobre el diseño inteligente y la influencia de
la religión en la política. Entre ellos, destacan ‘When
coverage of evolution shifts to the political and opinion pages,
the scientific context falls away, unraveling Darwin’ , coescrito
junto al periodista de investigación Chris Mooney, y publicado
en Columbia Journalism Review, 31-39 (2005, sept./oct.)
y que puede conseguirse en inglés en http://www.cjr.org/issues/2005/5/mooney.asp.
En ‘Evolution and intelligent design: Understanding public
opinion’ (Geotimes, 50, 2005), en colaboración
con Eric Nisbett, y disponible en http://www.geotimes.org/sept05/feature_evolutionpolls.html,
examina las tendencias en los sondeos estadounidenses sobre la
evolución
y el diseño inteligente.Para una crítica seria, historia y análisis del
movimiento hay que remitirse a Creationism’s Trojan
Horse: The Wedge of Intelligent Design,
de Barbara
Forrest y Paul R. Gross (Oxford University Press, Londres, 2004).
Desde un punto de vista religioso, el científico Kenneth
Miller, testigo clave en el caso Dover, hace una defensa
de la evolución en Finding Darwin’s God:
A Scientist’s Search for Common Ground Between God and Evolution
(Harper,
Nueva York, 2002). Chris Mooney pone al descubierto los esfuerzos
republicanos para trastocar o suprimir el componente científico
en diversos temas y dar prioridad a la ideología en el excelente The
Republican War on Science
(Basic Books, Nueva York,
2005). La web del Centro Nacional para la Educación Científica
( http://www.natcenscied.org/)
controla y vigila los últimos movimientos del DI y del creacionismo. La
Academia Nacional de Ciencias (http://www.nationalacademies.
org/evolution/
) suministra materiales sobre la importancia
de la evolución en las ciencias de la vida y Comunicados
sobre el creacionismo y el diseño inteligente.
Entre los blogs, destaca el popular Pharyngula (scienceblogs.com/pharyngula),
escrito por el biológo P. Z. Meyers.

 

 

La guerra entre la ciencia y el diseño inteligente, uno
de los mejores ejemplos de cómo la Administración Bush pone prejuicios
religiosos por delante de certezas científicas, es un asunto grave.
El movimiento sufrió un revés político en diciembre pasado
cuando un juez prohibió que esta teoría se enseñara en
las escuelas de Pennsylvania, pero persiste como idea. La batalla está abierta.
Matthew Nisbet


Al diseño inteligente, la controvertida descripción religiosa
de los orígenes de la vida, le ha beneficiado que los republicanos tengan
el control de la Casa Blanca y ambas cámaras del Congreso americano.
El Partido Republicano, guiado por la Administración Bush, recibe cada
vez más críticas de científicos y otros colectivos por
anteponer la ideología a la ciencia en cuestiones como el cambio climático,
la investigación sobre células madre, la normativa ambiental
y la reproducción. En opinión de esos grupos, se ha creado una
cultura anticientífica que favorece el populismo por encima de las pruebas
tangibles.

Como cuenta el periodista Chris Mooney en su best seller,
The Republican War on Science (La guerra de los republicanos contra la ciencia)
, el Gobierno Bush
ha ignorado, tergiversado o suprimido pruebas científicas para sacar
adelante políticas basadas en sus creencias religiosas. Este problema
se abordó en las últimas elecciones presidenciales cuando la
Unión de Científicos Preocupados hizo pública una declaración
en la que condenaba la trayectoria de la Administración republicana
en este campo. Respaldada por 49 premios Nobel y 175 miembros de la Academia
Nacional de Ciencias, el comunicado dice: "Cuando ha visto que los datos
científicos estaban en contradicción con sus objetivos políticos,
el Gobierno ha manipulado muchas veces el proceso de incorporación de
la ciencia a sus decisiones (…) Otras administraciones han hecho lo
mismo en alguna ocasión, pero nunca de forma tan sistemática
ni tan generalizada (…) Es preciso poner fin a la distorsión
del conocimiento científico con fines políticos partidistas para
que el público esté debidamente informado sobre unos temas fundamentales
para su bienestar y la nación se beneficie de sus grandes inversiones
en investigación científica y educación".

Con todo, la ofensiva anticiencia pareció perder una de sus batallas
más importantes en diciembre de 2005, cuando el juez federal del distrito
John Jones III falló que el denominado "diseño inteligente" se
basaba en la religión y no en la ciencia y que, por tanto, no tenía
lugar en la escuela pública. En el caso Kitzmiller
vs el distrito escolar de Dover
, unos padres se habían querellado contra la resolución
aprobada en 2004 por la junta escolar de su distrito (en Pennsylvania) que
obligaba a leer a los alumnos, en clase de ciencias, un documento en el que
se afirmaba que la evolución es una teoría y no una realidad.
El texto decía que el diseño inteligente (DI) era una explicación
alternativa de los orígenes de la vida con credibilidad científica
y que los estudiantes que quisieran más información podían
acudir a un manual sobre el tema disponible en la biblioteca del centro.

En Estados Unidos, donde casi todas las normas sobre lo que se debe enseñar
en la escuela se elaboran en las instancias estatales y locales, el caso
Dover
no era sino un ejemplo más de los esfuerzos de los cristianos conservadores
en todo el país para introducir el DI en las aulas. En Kansas, en noviembre
de 2005, la junta escolar del Estado aprobó, por 6 a 4, incluir el mandato
de que a todos los alumnos de bachillerato se les informara de que la teoría
de la evolución es objeto de polémica y contiene muchos puntos
controvertidos. En 2002, la junta escolar de Ohio fue la primera que autorizó la
enseñanza del DI en las escuelas públicas. En un tercer ejemplo,
en el condado de Cobb, en Atlanta (Georgia), se aprobó ese mismo año
que en los libros de texto de ciencias se incluyeran pegatinas en las que se
destacara que la evolución era "una teoría, no una realidad".

Los votos de la junta escolar aprovecharon una campaña de relaciones
públicas encabezada por un gabinete de estudios de Seattle, el Discovery
Institute. Financiado con donaciones de cristianos conservadores adinerados,
este organismo ha creado, a través de libros en ediciones populares,
artículos de opinión, conferencias, páginas web y giras
explicativas por diversas ciudades, la falsa impresión de que la teoría
de la evolución se apoya en pruebas inciertas y que el DI es una alternativa
con credibilidad científica.

A esa interpretación de incertidumbre científica, el Discovery
Institute añade el argumento de que es necesario enseñar a los
alumnos a tener un pensamiento crítico y a conocer "todos los
lados" del debate. En el verano de 2005, el presidente Bush y el líder
de la mayoría en el Senado estadounidense, Bill Frist, se hicieron eco
de ello en sendas declaraciones públicas en las que respaldaron la enseñanza
del diseño inteligente. Su razonamiento era que los alumnos deben entrar
en contacto con distintas ideas y que hay que dejarles que saquen sus propias
conclusiones.

 

Sin embargo, el fallo del caso Dover pareció invertir la tendencia
ascendente del DI en política, al menos de forma temporal. Su decisión
redefinía la controversia como un asunto relacionado con el deseo de
un influyente grupo de intereses de hacerse con el poder y promover sus objetivos
religiosos. Según la interpretación del juez, lo que ocurrió en
Dover fue que eligieron para la junta escolar a un pequeño grupo de
cristianos conservadores que lograron que se aprobara la modificación
de los planes de estudio para imponer sus ideas creacionistas al resto. "Triste
servicio rindieron a los ciudadanos los miembros de la junta que votaron por
la política de DI", escribió Jones. Aunque este caso apartó el
diseño inteligente de las portadas, el Centro Nacional de Educación
Científica de EE UU ha informado de que siguen estudiándose leyes
o políticas relacionadas con el DI, al menos, en una docena de Estados.
Mientras tanto, los sondeos muestran que la mayoría de los estadounidenses
está a favor de que en las escuelas públicas haya alternativas
a la enseñanza de la evolución. Y, desde Dover, se ha oído
hablar de diseño inteligente también en Canadá, Reino
Unido, México, Australia y partes de Europa. Si este movimiento se internacionaliza,
se utilizarán las mismas estrategias de relaciones públicas para
promover el DI en todos esos países, si bien los mensajes contradictorios
que no dejan de emitir las autoridades de la Iglesia católica hacen
que su futuro en el mundo sea más incierto.

LA FE QUE NO DICE SU NOMBRE
La teoría de la evolución de Charles Darwin parte de la premisa
de que las diversas formas de vida que existen hoy proceden de un antepasado
común, pero que han cambiado a lo largo del tiempo. La evolución
se produce mediante la selección natural, que postula que algunos organismos
poseen características que les hacen estar mejor equipados que otros
para su entorno y que dichas características son hereditarias. Como
consecuencia, unos organismos tienen más probabilidades de sobrevivir
y, por consiguiente, transmiten esas ventajas a sus descendientes.

A lo largo del siglo pasado, la idea original de Darwin sirvió de base
a grandes avances en las ciencias de la vida, unos adelantos que no hicieron
más que reafirmar las pruebas a favor de la evolución. La investigación
genética ha revelado el funcionamiento de la herencia y la mutación,
y las últimas investigaciones en genómica han trazado la pista
del antepasado común mediante los elementos comunes en el ADN. Basándose
en estos avances, corroborados por otras pruebas obtenidas, por ejemplo, del
registro de fósiles y la anatomía comparada de los organismos,
la Academia de Ciencias estadounidense afirma que la teoría de la evolución
es "el concepto unificador fundamental de la biología".
Todavía existen interrogantes sobre aspectos concretos de la evolución,
pero la gran mayoría de los biólogos sostiene que sigue siendo
la mejor herramienta para interpretar las incertidumbres y que no hay ninguna
alternativa con credibilidad científica.

A pesar de las abrumadoras pruebas en apoyo de la evolución, los cristianos
conservadores de Estados Unidos se oponen desde hace mucho tiempo a que se
enseñe la teoría en los colegios. En su lugar propusieron, hace
decenios, la ciencia de la creación, una doctrina que afirmaba que había
pruebas arqueológicas del diluvio de Noé y otros pasajes bíblicos.
Amparándose en la libertad de expresión, los creacionistas exigieron "igualdad
de tiempo" en las escuelas públicas. Sin embargo, en una serie
de juicios celebrados en los 70 y los 80, varios magistrados dictaron que dicho
planteamiento era una explicación religiosa y que, por tanto, su inclusión
en los programas de la escuela pública violaba la separación
constitucional entre Iglesia y Estado.

Siguen estudiándose
leyes o políticas
relacionadas con el diseño inteligente
al menos en una docena de Estados de EE UU

No obstante, el creacionismo, a finales de los 80, evolucionó, por
así decirlo, y reapareció con nuevos y hábiles envoltorios.
Como detallan Barbara Forrest y Paul Gross en su libro Creationism’s
Trojan Horse (El caballo de Troya del creacionismo)
, los intelectuales conservadores
unieron sus fuerzas para elaborar una nueva alternativa a la evolución;
en esta ocasión, el diseño inteligente iba a tener un aspecto
más científico y acabaría despojado, más adelante,
de toda referencia abierta a la teología cristiana. Según la
definición que ofrece el Discovery Institute en su página web,
este concepto sostiene que "la mejor explicación para ciertos
rasgos del universo y de las cosas vivas es una causa inteligente, no un proceso
autónomo como la selección natural". Como prueba, toman
prestados argumentos de Tomás de Aquino y William Paley y afirman que,
al observar la naturaleza, resulta evidente que ha intervenido la mano de un
diseñador. En concreto, el DI se apoya en los razonamientos de Michael
Behe, un bioquímico de la Universidad de Lehigh que afirma, en su popular
libro Darwin’s Black Box (La caja negra de Darwin), que algunas características
de los organismos son "irreductiblemente complejas". Según
Behe, estructuras como el ojo, los flagelos o las bacterias, o como la mezcla
de proteínas que permite la coagulación, son tan eficientes que
sería imposible explicarlos sólo por la selección natural.
Al contrario, tiene que haber intervenido en su creación alguna forma
de inteligencia sobrenatural. Insiste, con cierto toque sofista, en que deja
abierto el interrogante sobre si esa fuerza sobrenatural es Dios, un ser supremo
o un extraterrestre.

Los partidarios del diseño inteligente señalan además
los enigmas que no explica la teoría de la evolución, como la
explosión del Cámbrico —la aparición repentina,
hace 500 millones de años, de numerosos organismos multicelulares—,
un hecho que, según ellos, sólo pudo producirse gracias a la
intervención de un creador inteligente. Si la evolución, dicen,
no puede explicar ésta ni la irreductible complejidad de los organismos,
es que debe de haber un diseñador sobrenatural. Sus detractores, en
cambio, responden que ese razonamiento no es más que "un argumento
nacido de la ignorancia" y hablan de cuando una supuesta falta de pruebas
a favor de una opinión (en este caso, la evolución) se considera,
equivocadamente, prueba de que otra opinión es la acertada (el diseño
inteligente). La verdad es que, por definición, el DI carece de las
cualidades esenciales de una teoría científica. No ofrece predicciones
positivas, sino que defiende su veracidad diciendo que es la alternativa inevitable
a Darwin. Además, como incluso Michael Behe reconoció en el caso
Dover, nunca se han publicado estudios en defensa del DI en revistas especializadas
de prestigio, el paso habitual para que se acepte una nueva idea en la ciencia,
sobre todo cuando desafía una teoría universalmente aceptada
como la evolución. Quizá más problemático todavía,
para dar categoría científica al planteamiento, es el hecho de
que, en esencia, es imposible de comprobar empíricamente. Como decían
los 38 premios Nobel: "El diseño inteligente es fundamentalmente
acientífico; no se puede comprobar como teoría científica
porque su conclusión central se basa en la fe en la intervención
de un agente sobrenatural".

Con todos estos fallos, ¿cómo es posible que creciera hasta
ser un movimiento político tan extendido? Barbara Forrest y Paul Gross
cuentan que el origen del movimiento está en The
Wedge Document (El documento cuña)
, un memorándum del Discovery Institute sobre
obtención
de fondos que después se publicó en Internet. Con unos motivos
declaradamente cristianos, el documento expone una triple estrategia para sustituir
la teoría de la evolución por "la interpretación
teísta de que la naturaleza y los seres humanos están creados
por Dios". En un plan de varios años, la primera fase consistía
en publicar en revistas especializadas; la segunda, en "publicidad y
creación de opinión", y la tercera detallaba una "confrontación
y renovación cultural", una estrategia compuesta por conferencias
académicas, acciones legales y formación del profesorado. Por
lo visto, el movimiento del DI se saltó la primera fase y pasó directamente
a las otras dos.

La expansión de
los misioneros evangélicos también puede ayudar a introducir
el debate ‘creacionista’ en países donde no estaba
presente

La principal herramienta del movimiento ha sido la contextualización
selectiva, es decir, redefinir la cuestión para movilizar a determinados
sectores del electorado y convencer a segmentos concretos del público.
Cuando hablan con los medios de comunicación de masas y los estadounidenses
en general, insisten en la incertidumbre científica de la evolución
y alegan que, por tanto, el diseño inteligente tiene que ser verdad.
Para apoyar esta interpretación dicen que lo que quieren es fomentar
el pensamiento crítico de acuerdo con la tradición occidental.
Esta formulación aprovecha el desconocimiento del público sobre
el DI y las bases científicas de la evolución, y hace pensar,
erróneamente, que "enseñar la controversia" encaja
con la herencia de una educación liberal. Desde luego, los expertos
contraatacan con la afirmación de que no existe una alternativa creíble
a la evolución ni, por tanto, controversia alguna.

Sin embargo, este aspecto de los dos lados cobra más importancia gracias
a muchos periodistas políticos. A diferencia de sus colegas especializados
en ciencia, estos informadores, al aplicar equivocadamente las normas de equilibrio
e imparcialidad, suelen escribir sobre el tema como si estuvieran hablando
de unas elecciones presidenciales y ponen especial cuidado en atribuir la misma
credibilidad y el mismo espacio a los partidarios del DI, a pesar de que sus
argumentos discrepan del consenso general de la comunidad científica
y se oponen a una larga historia de decisiones legales sobre la enseñanza
de las alternativas a la evolución en las escuelas.

Pero el movimiento se aprovecha además de la fuerza política
de los cristianos evangélicos, que, en los últimos 20 años,
se las han arreglado para que muchos de sus representantes sean elegidos para
las juntas escolares locales. Con el fin de movilizar a este sector, subrayan
que la evolución es responsable de la decadencia moral de la sociedad.
Afirman que enseñarla en las aulas va en contra de lo que se inculca
a los alumnos cristianos en casa y en la iglesia, y, como las escuelas se financian
con fondos locales, deberían contar con una alternativa viable de inspiración
religiosa. La capacidad del movimiento para lograr que los medios legitimen
sus afirmaciones y la influencia electoral local de los cristianos conservadores
hacen pensar que es poco probable que la movilización política
en apoyo al DI vaya a desvanecerse a corto plazo en Estados Unidos.


¿FENÓMENO MUNDIAL?
En general, el escepticismo público sobre la evolución es un
fenómeno específico de EE UU. En un sondeo oficial realizado
en 2004, al pedir que se respondiera "verdadero o falso" a la afirmación
de que "los seres humanos, tal como hoy los conocemos, evolucionaron
a partir de especies animales anteriores", sólo el 44% de los
estadounidenses respondió "verdadero". Esta respuesta contrastaba
con las de los sondeos realizados en otros países. Por ejemplo, el 78%
de los japoneses respondió "verdadero", igual que el 70%
de los chinos, el 70% de los europeos y más del 60% de los surcoreanos
y los malayos. Sólo en Rusia hubo menos de la mitad (44%) que respondiera "verdadero".

Con todo, el diseño inteligente es capaz de ejercer su influencia en
el ámbito internacional. En política, como ha hecho en EE UU,
tratará de implantarse a través de los dirigentes conservadores
nacionales y locales. Por ejemplo, con el telón de fondo del recién
elegido Gobierno conservador de Canadá, los científicos de ese
país se alarmaron cuando, en marzo pasado, el Consejo de Investigaciones
en Ciencias Sociales y Humanidades rechazó una solicitud de ayuda de
la Universidad McGill porque no proporcionaba "suficiente justificación
para la hipótesis, presente en la propuesta, de que la razón
estaba de parte de la teoría de la evolución, y no de la teoría
del diseño inteligente". Otro ejemplo, en el Reino Unido, es el
de una escuela privada subvencionada por Sir Peter Vardy, un millonario evangélico,
que ocupó los titulares cuando decidió enseñar el diseño
inteligente además de la evolución, lo que suscitó duras
críticas por parte de la British Royal Society, la principal organización
científica del país. La expansión de los misioneros evangélicos
estadounidenses también puede ayudar a introducir elementos del debate
sobre el DI en países en los que antes no estaba presente. Por ejemplo,
en la revista Science, el profesor de biología mexicano Antonio Lazcano
contaba en 2005 que, en sus 30 años de impartir biología evolutiva,
sólo en dos ocasiones se ha encontrado con una oposición religiosa. "En
ambos casos, de la mano de fanáticos evangélicos procedentes
de EE UU y que habían venido a México a predicar", escribe. "Una
de las importaciones estadounidenses menos conocidas es la discreta llegada
de creacionistas que, a través de la religión, tratan de imponer
sus convicciones fundamentalistas e impedir la enseñanza de la evolución
darwinista".

A escala internacional, la campaña de relaciones públicas en
defensa del diseño inteligente será parecida a la de EE UU, dirigida
a públicos específicos y con mensajes dirigidos a convencer y
movilizar. Los periodistas amplificarán tal vez ese mensaje por su interés
en guardar un falso equilibrio en las informaciones, que les hará contraponer
los comentarios de los partidarios del DI a los de los científicos reputados
en un formato de pros y contras. En cambio, ante su base potencial de cristianos
y católicos conservadores, los defensores del DI tendrán un mensaje
distinto en el que culparán a la evolución de la decadencia moral
de la sociedad y la erosión de los valores tradicionales y las enseñanzas
cristianas. Aunque, en los sondeos de opinión, los europeos apoyan la
teoría de la evolución en mayor porcentaje que los estadounidenses,
y pese a que suelen ser mucho menos religiosos, la ambivalencia cultural generalizada
puede dejar a muchos a merced de la campaña de relaciones públicas
sobre la "enseñanza de la controversia". Es más,
algunos datos de encuestas señalan ya en esta dirección, como
un sondeo realizado este año por la BBC en el que se vio que el 41%
de los británicos pensaba que el DI debería estar incluido en
los programas escolares, y el 44% decía que habría que enseñar
el creacionismo.

 

En los países católicos de Europa y Latinoamérica, el
mensaje contradictorio de la jerarquía eclesiástica también
puede dejar campo libre a sus partidarios. En enero pasado, el periódico
oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, declaraba que el diseño
inteligente no es ciencia y que no debería impartirse como tal en las
escuelas. Igualmente, en noviembre, el reverendo George Coyne, el jesuita que
dirige el Observatorio Vaticano, dijo que no debía entrar en los cursos
científicos. Pero por otro lado, varios arzobispos católicos
siguen apoyándolo. George Pell, arzobispo de Sydney (Australia) ha dicho
que, aunque la teoría de la evolución es compatible con las enseñanzas
de la Iglesia, a veces se imparte "de forma contraria a Dios",
y que le "gustaría que [los profesores de ciencias] hablaran del
diseño inteligente". Donald Wuerl, nuevo arzobispo de Washington,
ha defendido, por lo visto, lo "razonable" que es el DI y ha animado
a que se enseñen las alternativas a la evolución.

Si el fenómeno consigue abrirse paso en otros países, es fácil
predecir qué métodos de persuasión utilizará, con
argumentos a su favor en los medios populares, dirigidos al gran público,
mediante el acceso político a los líderes conservadores y el
respaldo público más firme por parte de evangélicos y
católicos conservadores. Los científicos, los profesores de ciencias
y los secularistas de otros países pueden aprender de los errores cometidos
por la comunidad científica en EE UU, que tardó demasiado en
tomarse en serio la amenaza del movimiento. Será fundamental contar
con estrategias específicas para poder contrarrestar las tácticas
del DI. En un documental sobre este fenómeno estrenado hace poco en
Estados Unidos, Flock of Dodos (Panda de tontos), el director, un antiguo catedrático
de biología evolutiva, explica que la comunidad científica tiene
que aprender a manejar mejor las relaciones públicas. En otras palabras,
tiene que aplicar más "interpretación científica" para
que el público saque sus propias conclusiones sobre el tema.

Mis estudios sobre las actitudes de la población a propósito
de temas científicos que son objeto de controversia política
muestran que el público, en general, se fía de fórmulas
como los valores religiosos o la ideología a la hora de formarse una
opinión. Utiliza esos valores como filtros de percepción y no
presta atención más que a las definiciones o los mensajes más
accesibles en la prensa y que tienen que ver con su sistema de valores. El
conocimiento, salvo en un mínimo segmento, influye muy poco en la opinión.
La mayor parte de la gente no considera que el debate sobre el DI sea científico,
sino que se trata de una polémica sobre valores, imparcialidad y comunidad.
Esto quiere decir que es importante crear un nuevo contexto en el que el debate
sobre la evolución se exprese en un lenguaje que se haga eco de los
valores comunes. Una estrategia que ha funcionado bien en EE UU es la de redefinir
la cuestión al margen del debate científico y hablar del posible
perjuicio para la economía de la comunidad, el Estado o el país
si se añade el DI a los programas escolares.

Otra interpretación convincente es la derivada del fallo del tribunal
de Dover, en el que el juez definió el DI como un movimiento impulsado
por los intereses políticos de un pequeño número de cristianos
conservadores que pretendían imponer sus interpretaciones religiosas
a la comunidad. En una inteligente decisión, el magistrado no aceptó que
se tratara de un debate entre ciencia y religión, sino que lo enmarcó como
un conflicto entre unos conservadores culturales desconectados de todo y la
sociedad actual, una interpretación que coincide bastante con la realidad.

 

¿Algo más?
El autor ha coescrito, en colaboración
con distintos especialistas, numerosos artículos en la prensa
de EE UU sobre el diseño inteligente y la influencia de
la religión en la política. Entre ellos, destacan ‘When
coverage of evolution shifts to the political and opinion pages,
the scientific context falls away, unraveling Darwin’ , coescrito
junto al periodista de investigación Chris Mooney, y publicado
en Columbia Journalism Review, 31-39 (2005, sept./oct.)
y que puede conseguirse en inglés en http://www.cjr.org/issues/2005/5/mooney.asp.
En ‘Evolution and intelligent design: Understanding public
opinion’ (Geotimes, 50, 2005), en colaboración
con Eric Nisbett, y disponible en http://www.geotimes.org/sept05/feature_evolutionpolls.html,
examina las tendencias en los sondeos estadounidenses sobre la
evolución
y el diseño inteligente.Para una crítica seria, historia y análisis del
movimiento hay que remitirse a Creationism’s Trojan
Horse: The Wedge of Intelligent Design,
de Barbara
Forrest y Paul R. Gross (Oxford University Press, Londres, 2004).
Desde un punto de vista religioso, el científico Kenneth
Miller, testigo clave en el caso Dover, hace una defensa
de la evolución en Finding Darwin’s God:
A Scientist’s Search for Common Ground Between God and Evolution
(Harper,
Nueva York, 2002). Chris Mooney pone al descubierto los esfuerzos
republicanos para trastocar o suprimir el componente científico
en diversos temas y dar prioridad a la ideología en el excelente The
Republican War on Science
(Basic Books, Nueva York,
2005). La web del Centro Nacional para la Educación Científica
( http://www.natcenscied.org/)
controla y vigila los últimos movimientos del DI y del creacionismo. La
Academia Nacional de Ciencias (http://www.nationalacademies.
org/evolution/
) suministra materiales sobre la importancia
de la evolución en las ciencias de la vida y Comunicados
sobre el creacionismo y el diseño inteligente.
Entre los blogs, destaca el popular Pharyngula (scienceblogs.com/pharyngula),
escrito por el biológo P. Z. Meyers.

 

 

Matthew Nisbet es profesor adjunto
en la Escuela de Comunicaciones de la American University (Washington, EE UU),
donde investiga las relaciones entre ciencia, medios de comunicación
y política. Escribe sobre estos temas en el blog Framing Science (scienceblogs.com/framing-science).