La palabra "califato" en árabe. Abbas Momani/AFP/GettyImages
La palabra "califato" en árabe. Abbas Momani/AFP/GettyImages

Dos libros para entender un poco mejor los orígenes y evolución del Estado Islámico.

ISIS. El retorno de la yihad

Patrick Cockburn

Ariel, 2015, 136 páginas


The Islamist Phoenix: The Islamic State and the Redrawing of the Middle East

Loretta Napoleoni

Seven Stories, New York, 2014, 160 páginas

 

El padre de Patrick Cockburn, conocido colaborador del diario del Partido Comunista inglés Daily Worker, escribió que una de las primeras cosas que debe hacer el periodista que se ocupa de información internacional cuando se enfrenta a la desinformación de los portavoces militares y a las declaraciones de distracción emitidas por la diplomacia es preguntarse “¿por qué me están mintiendo estos bastardos?”. También se le atribuye otra famosa frase: “Nunca te creas nada hasta que sea negado oficialmente”.

Patrick Cockburn lleva más de quince años ocupándose de Irak desde las páginas del diario británico The Independent sin olvidarse de los consejos de su padre. Testigo directo de la historia reciente del país, ofrece en su último libro una breve guía para entender un poco mejor los orígenes y evolución del Estado Islámico (EI) o Daesh (su acrónimo en árabe), el grupo armado que controla –en mayor o menor medida– un territorio con un extensión superior a la del Reino Unido, en el que viven unas seis millones de personas.

La economista y analista política italiana Loretta Napoleoni, que ya se ha ocupado en anteriores libros de las finanzas internacionales de los grupos yihadistas y de la insurgencia suní en Irak liderada por el jordano Al Zarqawi, ha publicado un libro similar en intenciones al de Cockburn: hacer memoria y deslindar lo más posible los hechos de las declaraciones oficiales amplificadas por algunos medios, no siempre precisas y veraces.

La insurgencia yihadista suní en Irak había ido perdiendo fuerza desde 2007. Tanto Cockburn como Napoleoni coinciden al señalar que la insurgencia yihadista suní –de la que formaba parte el Estado Islámico– no atravesaba precisamente su mejor momento cuando comenzaron en 2011 las primeras protestas pacíficas en Siria reprimidas con gran violencia por el régimen de Bachar al Assad. La alianza entre tropas estadounidenses y líderes tribales suníes para combatir la insurgencia yihadista, sumada al envío de miles de soldados estadounidenses al denominado triángulo suní –sobre todo a la provincia de Anbar (operación Surge del año 2007)– había permitido rebajar sustancialmente el poder de grupos como el Estado Islámico de Irak y la rama local de Al Qaeda. No habían desaparecido pero estaban muy debilitados. El inicio del conflicto sirio –que implicó un flujo sustancial de armas y de combatientes pagados por las monarquías del Golfo–, junto a un incremento de la represión sectaria llevada a cabo por el gobierno de Nouri al Maliki, y sus milicias paramilitares, favorecieron un reavivamiento del malestar suní.

Los líderes del Estado Islámico aprovecharon su oportunidad: combatirían en Siria y luego regresarían a Irak a cumplir su misión inicial fracasada aprovechando tanto las armas como la experiencia adquirida en la lucha contra el Ejército de sirio (y contra otros grupos yihadistas de paso). Facilitó mucho esa misión que una parte de la población civil suní, y desde luego muchos de los líderes de esta rama del islam, hubieran sufrido la represión de las sectarias fuerzas del orden iraquíes (sin que Estados Unidos ni Irán, por cierto, hiciesen mucho por evitarlo). Escribe Cockburn: “Precisamente cuando la violencia en Irak estaba menguando, la guerra fue revivida por los árabes suníes en Siria. Los medios y el gobierno en Occidente concuerdan en que la guerra civil en Irak se reavivó debido a las políticas sectarias del primer ministro iraquí Al Maliki en Bagdad. En realidad, fue la guerra en Siria lo que desestabilizó a Irak”. Cuesta imaginar qué deben estar pensando muchos iraquíes y muchos sirios: además de estar viviendo un presente de pesadilla, se enfrentan a un futuro desesperanzador, entre la espada del Estado Islámico y la pared de los regímenes dictatoriales y los intereses de potencias extranjeras. Desolador. En el caso de Irak, hay que sumar más de una década de ocupación extranjera desastrosa –que incluyó masacres de civiles por parte de las tropas de ocupación–, incapaz de gestionar un país que ni mucho menos eran un Estado fallido, y favoreciendo por acción y omisión la violencia sectaria.

El Estado Islámico ha ido consiguiendo formas de financiación –sobre todo petróleo e impuestos– conforme se afianzaba, pero… No conviene olvidar, recuerda Cockburn, que la fuerza de ignición que resucitó al EI a partir del 2011 dependió de sus patrocinadores: “Los padres adoptivos del Estado Islámico y otros movimientos yihadistas suníes en Irak y Siria fueron Arabia Saudí, las monarquías del Golfo y Turquía”. Esto no quiere decir, recuerdan Cockburn y Napoleoni, que los yihadistas no tuvieran fuertes raíces autóctonas, sino que su surgimiento fue apoyado de manera determinante por potencias suníes externas. “La ayuda saudí y qatarí fue, primordialmente, financiera”, escribe Cockburn, “por lo regular a través de donativos privados, los mismos (sic.) que, dice el exjefe de MI6 Richard Dearlove, fueron decisivos para la toma de poder del Estado Islámico en las provincias suníes en el norte de Irak”. La paradoja de este patrocinio de las monarquías árabes a grupos como el EI o el Frente Al Nusra es que estamos ante grupos que odian profundamente a las monarquías del Golfo: representan para ellos un enemigo tan detestable como las potencias extranjeras que llevan siglos entrometiéndose en los asuntos de la región. Tampoco conviene olvidar el papel de Turquía. El territorio turco es imprescindible para la entrada de material y combatientes en el norte de Siria, y la permisividad de las autoridades de Ankara con esos tráficos ha sido y sigue siendo manifiesta. Cabe plantearse algunas preguntas. Una: ¿por qué difiere tanto el grado de tolerancia de Estados Unidos y Europa con el EI del que se ha tenido en las últimas décadas con los responsables de su creación, las monarquías del Golfo que han desembolsado ingentes sumas de dinero para financiar a grupos yihadistas en todo el mundo? Otra: si, con toda razón, nos producen escalofríos la violencia sectaria y la crueldad del EI hasta el punto de emprender acciones militares, ¿no producen iguales escalofríos en las cancillerías occidentales el trato a las mujeres y las decapitaciones y flagelaciones en Arabia Saudí y la brutal represión por parte del Ejército saudí contra la mayoría chií en Bahréin?

Loretta Napoleoni dedica muchas páginas de su libro a comentar que la estrategia de los líderes del EI pasa por ampliar la independencia económica de sus patrocinadores financiándose con impuestos y con la venta de petróleo. Para conseguirlo tratan de forjar alianzas con las tribus locales de Irak –repartiendo dividendos, por ejemplo, que permitan a la organización yihadista una radicación local con una proyección futura de permanencia. Para la analista italiana, con esta estrategia los líderes del EI tratarían de evitar al mismo tiempo que los flujos de dinero enviados por los patrocinadores terminen corrompiendo a los cuadros dirigentes del movimiento, como ocurrió por ejemplo con la OLP Palestina en los 70 y los 80 (corrupción que se mantiene aún vigente).

Sin embargo, sólo el dinero no explica el gran contingente de combatientes que se ha alistado en el Estado Islámico. Napoleoni cita un documento contable incautado al EI en el que se detallan con toda precisión los costes y gastos –incluidos atentados suicidas– de la organización. Según este documento, los sueldos de los combatientes no son muy altos: menos de 50 dólares al mes para un soldado raso. En otros medios de comunicación, se han manejado otras cifras superiores, aunque tampoco mucho mayores que los salarios medios de Irak: en torno a los 150 dólares. Para Napoleoni el nivel de estos salarios implica que “si los militantes del Estado Islámico no están incentivados por el dinero, les atrae una causa superior: la realización del moderno Califato, un Estado musulmán ideal que trasciende cualquier otra cosa, incluido el bienestar personal”. Algunas informaciones llegadas desde Irak –no siempre fáciles de verificar, por otra parte– afirman que suele registrarse un elevado número de voluntarios civiles para enrolarse en el EI tras la conquista de una nueva ciudad por parte del grupo armado. Mientras que el atractivo de esta organización en Siria, para los miembros de otros grupos yihadistas y para los nuevos combatientes, parece estribar sobre todo en que están mejor equipados, pagan mejor y consiguen más victorias. Las últimas noticias que se tienen sobre la operación de la CIA para entrenar y entregar armas a los rebeldes sirios “moderados” resultan bastante preocupantes, por la escasez de armas y de munición que estarían siendo facilitadas.

El Califato. La potencia simbólica del califato es inmensa. Los diversos califatos de la Historia evocan en la memoria de muchos musulmanes tiempos pasados gloriosos para la civilización islámica, en los que se alcanzaron cotas de desarrollo y de independencia de los poderes extranjeros rara vez alcanzadas tras la caída de ellos. Es una visión mítica y, como todos los mitos históricos de las civilizaciones, tiene algo de verdad y algo de falseamiento. Pero conviene insistir en la triple dimensión del califato: proyecto religioso pero también, y no en menor medida, proyecto político-social (limitado, eso sí, a la comunidad de creyentes o Ummah) y proyecto militar. Mahoma fue al mismo un líder religioso, líder político y líder militar.

El portavoz del Estado Islámico que hizo pública la instauración del califato en junio de 2014 afirmó en su llamamiento a los seguidores, presentes y potenciales: “Ha llegado la hora de que la Ummah [comunidad de creyentes] de Mahoma (la paz sea con él) despierte de su sueño, se quite las prendas de deshonra y se sacuda el polvo de la humillación y la desgracia”. Humillación y desgracia son términos no muy alejados de la realidad histórica de los pueblos árabes en el último siglo: no son, por tanto, simples abstracciones de fanáticos psicópatas. En otras palabras, deslindar lo teológico de lo histórico-material es muy complicado. De ahí, en parte, el éxito de un discurso totalizador, que por otra parte podrían hacer otros muchos grupos políticos de Oriente Medio mucho menos integristas que el EI: pensemos en los Hermanos Musulmanes o en la arcaica versión del islam político turco procedente de la región de Anatolia, que ha conseguido acumular un poder nada despreciable a través de los gobiernos de Recep Tayyip Erdogan.

Al día siguiente de esta proclamación, EI emitía un vídeo en el que uno de sus combatientes, de origen chileno, mostraba un puesto fronterizo entre Irak y Siria destruido por el grupo yihadista. Un mensaje claro, según Napoleoni, de que el Califato tenía y sigue teniendo entre sus prioridades nada más y nada menos que hacer saltar por los aires los disparatados y asfixiantes corsés fronterizos establecidos en 1916 por las entonces potencias coloniales, Francia e Inglaterra, mediante el Acuerdo Sykes-Picot. El Acuerdo, como es sabido, configuró un Oriente Medio a la medida de los intereses de las potencias coloniales sin tener en cuenta ni la historia ni la distribución confesional y comunitaria de la región (los kurdos, por ejemplo, fueron uno de los pueblos damnificados por aquel acuerdo: no sería la última traición de las potencias occidentales a los kurdos).

Actuar como un Estado. En Siria y en Irak, escribe Napoleoni, el EI actúa como un verdadero Estado. Proporciona servicios sanitarios y asistenciales, y trata de asegurar también la continuidad en los suministros de luz y agua. En Siria, por ejemplo, no han rechazado la ayuda externa para proporcionar servicios que no estaban en condiciones de proporcionar y, salvo en casos aislados, no han interferido en las campañas de vacunación contra la polio llevadas a cabo por diversas ONG. El pasado verano, por ejemplo, tras su captura de Mosul, el EI habría pagado los salarios atrasados de los funcionarios iraquíes que se quedaron en la ciudad.

El nivel de sectarismo y brutalidad del EI es innegable. También su total desprecio por los derechos de las mujeres y su falta de respeto por las libertades individuales, incluida la libertad religiosa de los que consideran apóstatas. Una de las últimas noticias relacionadas con esta dimensión bárbara de la organización revelaba que miembros del mismo habían lanzado al vacío a varios hombres por el simple hecho de ser homosexuales. Por terribles que sean estos aspectos, y otros muchos, sería un error simplificar sus aspiraciones políticas reduciéndolas a las ocurrencias de un grupo de fanáticos religiosos. Cometen actos de una crueldad y un salvajismo premodernos –en palabras de Napoleoni–, pero eso no implica que se les pueda despachar con la calificación simplista de “grupo de salvajes medievales”. Napoleoni recuerda que la limpieza confesional llevada a cabo por el EI –basándose en su apostasía, el takfir– tiene finalidades políticas prácticas más allá de su aspecto más obvio de violencia sectaria: conseguir comunidades homogéneas, más fácilmente gestionables a medio y largo plazo. En el caso de Irak, se presentan a sí mismos como un grupo capaz de resarcir todas las humillaciones (tanto en un plano psicológico como material) sufridas por la minoría suní a manos de los chiíes, que han controlado el país en los últimos años. Tan innegable como la violencia desplegada por los líderes de la minoría suní durante el gobierno de Sadam Hussein contra otras comunidades: contra los chiíes, cuando destruyó las marismas del suroeste iraquí tras la Guerra del Golfo para librarse de los incómodos “alborotadores” chiíes, y contra los kurdos, incluyendo el uso de armas químicas.

Uso de medios. En esglobal ya se ha hablado en varios artículos del uso de los medios de comunicación online por parte del Estado Islámico. Napoleoni y Cockburn recuerdan algunas cosas importantes respecto al uso de Internet por parte de este grupo. Su sofisticación a la hora de elaborar contenidos propagandísticos y su habilidad para difundirlos con el propósito de asustar a sus enemigos y llamar la atención tanto de sus financiadores como de posibles futuros militantes y simpatizantes es incuestionable. Parecería, además, que son conscientes la necesidad de aumentar el salvajismo con cada una de sus acciones para atraer la atención internacional, incrementando su desafío a la coalición que les combate: en uno de sus últimos vídeos mostraban cómo quemaban vivo a un piloto jordano capturado en diciembre. Su hábil manejo de Internet les ha permitido no depender de los grandes medios –occidentales o árabes– para difundir sus mensajes y sus acciones: los periodistas se han convertido en enemigos, sujetos por tanto a su desquiciada justicia de degollamientos. Por otra parte, el alcance universal de la Red amplía su potencial esfera de influencia: pueden conseguir llegar tanto al joven que consulta Internet –bien desde un cibercafé o desde su móvil– en un suburbio de Beirut o de Melilla como al joven europeo que vive en la periferia de París o de Bruselas.

A nivel militar, sin embargo, el EI sigue siendo en muchos sentidos un grupo insurgente guerrillero. A pesar de que la organización ha establecido órganos de gobierno local en las ciudades que controla, y cuenta también con órganos de gobierno califales, estos no suelen encontrarse en ubicaciones fijas. En palabras de Cockburn, “no cuenta con una infraestructura organizacional dividida en cuarteles generales, con barricadas y depósitos de provisiones que pueden ser destruidos con misiles y bombas. La destrucción de la infraestructura económica de las refinerías locales de petróleo y de los almacenes de grano empobrecerá a la población civil, pero más probable (sic.) que avive las hostilidades contra Estados Unidos y no que lleve a las personas en contra de EI”. De momento, siguen los bombardeos de la gran coalición contra este grupo yihadista formada en torno a Estados Unidos, cuya aviación está llevando a cabo la mayoría de los ataques. Hasta la fecha, sin embargo, las únicas victorias consistentes que se han logrado contra el EI han dependido de fuerzas terrestres, con el respaldo de los ataques aéreos. En Siria, la liberación de la población siria Kobane, obtenida en buena medida gracias al combate de los kurdos de Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), calificado como grupo terrorista tanto por Estados Unidos como por Turquía y la Unión Europea. En Irak, el Ejército del país ha anunciado haber derrotado al EI en la provincia de Diyala: según las primeras informaciones, para lograr esta victoria habría contado con la inestimable ayuda de la milicia chií Badr, con un largo historial de violencia sectaria.