clima
Un grupo de personas intenta cruzar las aguas desbordadas del río Njoro en Kenia tras las riadas que azotaron el país y provocaron 116 muertos y más de 100.000 desplazados. (James Wakibia/SOPA Images/LightRocket via Getty Images)

La relación entre guerra y cambio climático no es simple ni directa. Unos mismos modelos meteorológicos incrementan la violencia en una zona y no en otra. Unos países administran bien las rivalidades relacionadas con el clima y otros, no. Todo depende, en gran parte, de que el Estado tenga un gobierno integrador, esté bien equipado para mediar en las disputas por los recursos y pueda abastecer a los ciudadanos que ven trastocados su vida o su sustento. No está claro cuánta violencia relacionada con el clima estallará en 2021, pero la tendencia general es innegable. Sin medidas urgentes, en los próximos años aumentará el peligro de conflictos relacionados con este asunto.

En el norte de Nigeria, las sequías han intensificado los combates entre los pastores y los agricultores por unos recursos cada vez más agotados, unas luchas que en 2019 mataron al doble de personas que las acciones de Boko Haram. En el Nilo, Egipto y Etiopía han intercambiado amenazas de acción militar por la Gran Presa del Renacimiento etíope, en parte por el temor de El Cairo a que su construcción agrave una escasez de agua ya muy grave. Por ahora, es indudable que África padece los mayores riesgos de guerras relacionadas con el clima, pero algunas zonas de Asia, Latinoamérica y Oriente Medio afrontan peligros similares. En los países más frágiles de todo el mundo hay ya millones de personas que están experimentando olas de calor sin precedentes, precipitaciones extremas e irregulares y la subida del nivel del mar. Todo ello puede fomentar la inestabilidad, por ejemplo, con el agravamiento de la inseguridad alimentaria, la escasez hídrica y la rivalidad por los recursos, lo que expulsará de su hogar a mucha más gente. Varios estudios indican que una subida de la temperatura local de 0,5 grados Celsius va unida, por término medio, a un peligro entre un 10% y un 20% mayor de conflicto letal. Si esa estimación es acertada, el futuro es inquietante. Los científicos de la ONU piensan que las emisiones causadas por los seres humanos han calentado la Tierra un grado desde la era preindustrial y que, dado que el calentamiento está acelerándose, vamos a aumentar otro medio grado de aquí a 2030. Una subida que puede ser más rápida en muchas de las zonas más inestables del planeta.

Los gobiernos de los países en peligro tienen que regular pacíficamente el acceso a los recursos, ya sean escasos o abundantes, entre unos Estados y otros o dentro de ellos. Pero los países en desarrollo que corren peligro de sufrir guerras no deben afrontar las presiones del cambio climático sin ayuda. Hay algunos motivos para el optimismo. El nuevo gobierno de Estados Unidos ha hecho de la crisis climática una de sus prioridades y Biden ha reclamado que se actúe con más rapidez para mitigar los riesgos de inestabilidad derivados de ella. Muchos gobiernos y empresas occidentales se han comprometido a dar a partir de 2020 a los Estados más pobres 100.000 millones de dólares anuales para la adaptación al clima. Ahora tienen que cumplir ese compromiso: los países en desarrollo merecen más apoyo de aquellos cuyo uso desmedido de los combustibles fósiles originó la crisis.