Una familia vadea el agua de una inundación en Bangladesh tras continuas y fuertes lluvias de varios días. El 17 de mayo de 2022 en Sylhet, Bangladesh. ( Md Rafayat Haque Khan/Eyepix Group/Future Publishing vía Getty Images)

Así es como las fuerzas armadas y las infraestructuras críticas se verán cada vez más impactadas por el cambio climático en las próxima décadas. ¿Qué está haciéndose para abordar este desafío global?

En las últimas décadas, el cambio climático se ha convertido en un problema que causa gran preocupación en nuestra sociedad. La cada vez mayor desestabilización del clima está creando unas condiciones ambientales mucho más adversas que, al afectar a la producción de alimentos, el suministro de agua o la salud pública, provocan crecientes situaciones de inseguridad humana por hambrunas, pandemias o desplazamientos forzados de la población. Por tanto, existe un estrecho vínculo entre el cambio climático y la seguridad internacional, algo que el Consejo de la Unión Europea señaló hace ya más de una década en un documento del Alto Representante de la UE para el Comité de Política Exterior y de Seguridad (Comisión Europea, 2008).

A pesar de ser insuficiente, hoy en día cada vez hay más reconocimiento sobre la relación de causalidad entre el cambio climático y los conflictos. La propia OTAN lleva tiempo tomando cartas en el asunto. En un comunicado de abril de 2021, el secretario general de la Alianza Atlántica subrayó que “el calentamiento global convierte al mundo en un lugar más peligroso y tiene un grave impacto sobre la seguridad”. También admitió que ahora la organización está "intensificando sus esfuerzos" gracias al proceso de reflexión sobre el futuro de la organización en la próxima década, bautizado como OTAN 2030 (informe de 67 páginas que sugiere lo que debería hacer la Alianza para adaptarse a un entorno geopolítico cambiante).

Claramente muchas de las infraestructuras críticas aliadas están cada vez más expuestas al incremento de los niveles del mar y a unas condiciones meteorológicas más extremas, por lo que a menudo se solicita la ayuda de los militares para hacer frente a desastres naturales en sus países y en el extranjero.

Lo más reciente en cuanto a un plan de acción directo tuvo lugar en marzo de 2021, cuando los ministros de asuntos exteriores de la OTAN aprobaron la Agenda de Seguridad y Cambio Climático en la que figura un Plan de Acción de Seguridad para el cambio climático.

La idea de este Plan de acción es que la Alianza se convierta en la organización internacional líder en la comprensión y adaptación al impacto del cambio climático en la seguridad, en la que discutir y coordinar todos los temas que afecten a la seguridad compartida de los países aliados y donde calibrar cómo impulsar la resiliencia de la OTAN mediante el establecimiento de estándares mínimos entre los países miembros para infraestructuras críticas, como las telecomunicaciones y el suministro de energía.

Es lo último que se ha elaborado a escala internacional en materia de cambio climático y seguridad. Pero ni siquiera este plan está estructurado a nivel global, únicamente comprende a los Estados miembros de la organización militar. Por ello, y a pesar de la urgencia con la que la comunidad internacional ha actuado en ciertas ocasiones dado el carácter irreversible de muchas de las materializaciones del cambio climático, la realidad es que no suele aparecer como una prioridad en las agendas internacionales.

Mientras tanto el calentamiento global y la degradación ambiental subsiguiente están dando origen a nuevos conflictos armados o exacerbando los ya existentes. El Sahel es un claro ejemplo. El agua allí es la clave de la existencia y la vida, pero hay muy poca y la crisis climática está haciendo que las existencias marginales sean aún más frágiles. A escala global cada vez se observan más tensiones intra e interestatales provocadas por la escasez de recursos, destacando especialmente el caso del estrés hídrico y las crisis alimentarias (las migraciones de Centroamérica en caravanas de migrantes de estos años pasados son una evidencia). Los movimientos migratorios provocados por pérdidas de tierras y recursos debido al aumento del nivel del mar (el caso de Bangladesh es uno de los más evidentes y causante de enormes crisis alimentarias y migratorias) o a la desertificación cada vez más extrema (la más avanzada en el continente africano, seguido por Asia, América Latina, el Caribe, el sur de Europa y España ) y otras innumerables consecuencias multilaterales del calentamiento global como el deshielo del Ártico y la guerra geopolítica ya evidente entre los países colindantes  (definir nuevas rutas marítimas son factores que pueden contribuir al incremento de la inestabilidad y la competencia geoestratégica) por hacerse con los recursos (gas y petróleo) son problemas globales que afectan a la seguridad y que no deben quedarse atrás. Todas son evidencias de las alteraciones en la seguridad internacional que está provocando el problema del cambio climático.

Por lo tanto, y en relación con las diferentes políticas de seguridad, es absolutamente necesario tanto a nivel estatal como internacional, poner el foco de atención en el análisis holístico de la estrecha relación entre el cambio climático y la seguridad global, ya que, los impactos, cada vez más extremos y menos excepcionales, provocan, además de altos costes económicos, un agravamiento del hambre y la pobreza en las zonas afectadas, actuando como catalizadores en guerras y conflictos.

La creación de una agenda para la planificación de políticas de seguridad a escala global se encuentra todavía con grandes dificultades, en gran parte por las incertidumbres que generan los diferentes escenarios resultantes de los estudios de cambio climático, pero también por las complicaciones técnicas de adaptación de los Modelos Climáticos Globales (GCM) a modelos regionales válidos (Modelos Climáticos Regionales, MCR).  Además, las expectativas sobre las tendencias futuras del cambio climático han empeorado rápidamente y, como consecuencia, su impacto negativo en la seguridad internacional, la seguridad humana y, más específicamente, en la seguridad alimentaria.

En este sentido, es de esperar que los impactos del cambio climático ejerzan cada vez más presión sobre nuestras fuerzas militares en las próximas décadas. Se requerirán más esfuerzos para responder a eventos climáticos extremos, lo que limitará su capacidad para responder a otras contingencias. El cambio climático pone en riesgo la logística militar crítica, los sistemas de transporte y la infraestructura. Sus impactos pueden perjudicar a los componentes físicos de las infraestructuras críticas nacionales, al tiempo que limitan sus capacidades. Los Estados dependen de las infraestructuras críticas para la prosperidad económica, la seguridad y los elementos esenciales de la vida cotidiana. Ya estamos viendo cómo el calor extremo está dañando carreteras, líneas ferroviarias y pistas de aterrizaje de aeropuertos. Además, gran parte de la infraestructura energética, incluidas las refinerías de petróleo y gas, los tanques de almacenamiento, las centrales eléctricas y las líneas de transmisión de electricidad, se encuentran en llanuras costeras, cada vez más afectadas por intensas tormentas, inundaciones y el aumento del nivel del mar.

La criticidad de una infraestructura particular, como elemento de una red, se refiere a su relevancia dentro del sistema del que forma parte. Si un componente tiene una alta probabilidad de sufrir un incidente y su pérdida tiene repercusiones de gran alcance en el sistema, es un componente crítico. La cuantificación de la criticidad puede ayudar a priorizar los recursos económicos en las secciones críticas.

La mayor parte de los estudios científicos realizados hasta ahora revelan que las infraestructuras de transporte se verán afectadas principalmente por cambios de temperatura, precipitación e incremento del nivel mar. Recientemente, investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid han evaluado la vulnerabilidad de las carreteras y vías de ferrocarril españoles frente a cambios futuros en el clima. El estudio concluye que el aumento de la temperatura deforma las vías férreas y de la catenaria (cable aéreo de la instalación eléctrica ferroviaria), agrieta y ablanda el asfalto de las carreteras y provoca fallos estructurales. Además, existe cada más la posibilidad de tener que cortar carreteras y vías de ferrocarril por el incremento de los incendios forestales (cada vez con mayor riesgo de que se produzcan).

Un puente militar perteneciente a las Fuerzas Armadas turcas construido sobre un arroyo tras las mortales inundaciones repentinas en el distrito de Ayancik de Sinop, Turquía, el 16 de agosto de 2021 (Foto de Ilyas Gun/Anadolu Agency vía Getty Images)

Entre los efectos relacionados con el aumento de las precipitaciones, los deslizamientos de tierra, la sobrecarga en los drenajes y la erosión son los más comunes. El aumento del nivel del mar provocará inundaciones lo que afectará inevitablemente a los soportes de los puentes y la estructura de las infraestructuras. En el condado de Los Ángeles (California), hace tiempo que la subida del nivel mar ha erosionado y derrumbado acantilados donde había edificaciones residenciales desde hacía muchísimos años (Málibu y otras zonas costeras del condado). Las instalaciones portuarias de esta ciudad hace años que padecen daños en todas sus infraestructuras, donde el coste económico por continuas reparaciones es estrepitosamente elevado. En esta zona del Pacífico, el calentamiento global en conjunción con la corriente de “El niño” causan verdaderos estragos.

Otro tipo de infraestructura crítica que se verá seriamente afectada (ya lo está siendo) es la energética. El aumento previsto de las temperaturas (hasta cinco grados en los peores escenarios), los incendios y las sequías tensarán cada vez más los sistemas energéticos provocando, con una mayor demanda de refrigeración, reducción en la producción de alimentos y escasez de agua. Dado que gran parte de la infraestructura crítica es propiedad o está siendo operada por el sector privado, las soluciones gubernamentales por sí solas no abordarán toda la gama de problemas relacionados con el clima. Una de las infraestructuras más vulnerables (y que más preocupa) es la sanitaria. La mayoría están construidas bajo la suposición de que el clima en las próximas décadas será similar al actual. Pero sabemos que no será así y que existen muchas infraestructuras críticas que se encuentran en zonas susceptibles de recibir impactos vinculados al cambio climático que las dejen en situación de mayor vulnerabilidad. Así pues, los planes y protocolos para gestionar estas situaciones vinculadas a los posibles cortes de energía, problemas para mantener las cadenas de suministro de medicamentos esenciales, así como los relativos a las evacuaciones, deben desarrollarse, revisarse y probarse periódicamente. Es necesario garantizar que se implementen medidas efectivas para continuar brindando atención médica de alta calidad cuando la electricidad sea limitada.

Los impactos del cambio climático también amenazan a los principales sectores de la economía y de la sociedad por lo que será necesario fomentar los sistemas de apoyo social. Como hemos visto, las poblaciones más vulnerables cada vez están más amenazadas por los impactos de la crisis climática, así que aumenta progresivamente la necesidad de utilizar los servicios de emergencia, las evacuaciones masivas, los recursos humanos disponibles, la restauración de la infraestructura crítica degradada, etc., situaciones que tarde o temprano pondrán en estrés y excederán a los recursos del gobiernos locales y nacionales requiriendo un mayor uso del apoyo militar y del sector privado.