Hun Sen, primer ministro de Camboya, saludando durante una ceremonia en la provincia de Kandal (Tang Chhin Sothy/AFP/Getty Images)

Durante años el régimen del país asiático ha sido un sistema multipartidista más en el papel que en la realidad, pero el primer ministro Hun Sen ha decidido olvidar incluso las formas.

Cuando el pasado 4 de septiembre, el Cambodia Daily sacó a la calle su último número tras 25 años de publicación diaria ininterrumpida, los editores escribieron en grande a 5 columnas: Caída hacia una dictadura descarada. Acompañando el titular se veía una foto de uno de los principales líderes de la oposición de Camboya, Kem Sokha, recién arrestado por traición, y una noticia en el faldón sobre la propia supervivencia del diario. "El Cambodia Daily anuncia su cierre inmediato entre amenazas", decía el periódico.

La portada resumía en un espacio mínimo – el Cambodia Daily siempre ha tenido un formato de cuartilla, extraño para un periódico – la deriva que durante los últimos meses ha vivido el país asiático, uno de los más pobres del continente y que durante décadas se había regido por una especie de falsa democracia que, sin embargo, había otorgado a menudo mayor libertad de acción a grupos civiles y medios que la mayoría de sus vecinos de la región. El cierre de este periódico, tras una disputa con el Gobierno por el supuesto impago de impuestos por valor de más de 6 millones de dólares, era el presagio del fin de esa era.

"La sociedad civil [camboyana] está pasando por momentos muy difíciles. Se enfrenta a la intimidación y a la amenaza cada día", aseguró en un encuentro con periodistas Mukunda Kattel, director del Foro de Asia para los Derechos Humanos y el Desarrollo, más conocido como Forum Asia, una ONG de defensa de los derechos humanos en el continente. "La situación actual es de miedo constante", continúa. "Están intentando librarse de cualquier tipo de narrativa que les confronte", explica Phil Robertson, subdirector para Asia de la organización Human Rights Watch, acerca del cierre del periódico y de otros medios en el país.

El experimento democrático camboyano nació con los Acuerdos de París de 1991, con los que se ponía fin a más de una década de invasión de Camboya por parte de Vietnam y cimentaba, supuestamente, las bases de un Estado democrático. El texto preveía así la celebración de elecciones libres bajo un sistema multipartidista e imponía la aprobación de una nueva Constitución que respetara los principios de la carta fundacional de Naciones Unidas.

El acuerdo supuso además el pistoletazo legal a la intervención más ambiciosa de la ONU hasta el momento y la primera tras la caída del muro de Berlín. El objetivo era supervisar esta transición democrática en un país que aún estaba en guerra con los jemeres rojos, el grupo guerrillero que había gobernado Camboya entre 1975 y 1979 y bajo cuyo mandato unos dos millones de personas murieron en purgas o por la falta de comida y medicinas.

El hombre fuerte de Camboya

Aquellas negociaciones allanaron el camino hacia un mayor control del poder de uno de los principales firmantes del acuerdo, el entonces y ahora primer ministro Hun Sen. Sin embargo, para el conocido como ‘hombre fuerte de Camboya’, aquellas provisiones no eran más que un papel mojado cuyo objetivo era deshacerse de sus colegas vietnamitas, a quienes él mismo había ayudado en la ofensiva que depuso a los jemeres rojos y les dio el control del país, y conseguir una mayor cuota de poder. Así, Hun Sen ya mostró tras las esperadas primeras elecciones de 1993 que sólo admitiría el juego democrático que le beneficiara y se negó a admitir la victoria de los realistas del Funcinpec, si bien sin mayoría absoluta, forzando un acuerdo para convertirse en el segundo primer ministro. En 1997 daría un golpe de Estado y se quedaría como único primer ministro, cargo que no ha abandonado desde entonces.

Un hombre lee el periódico camboyano en inglés, Cambodia Daily. (Tang Chhin Sothy/AFP/Getty Images)

Hun Sen reforzó entonces su campaña de control del país que ya habría empezado desde que llegó por primera vez a la cabeza de gobierno en 1985. Así, en sus más de 30 años de liderazgo, el partido del primer ministro, el Cambodia People’s Party (CPP), ha creado una nutrida red que controla desde el Ejército, con un activo servicio personal de guardaespaldas, hasta los medios fundamentalmente en lengua local y, sobre todo, la justicia, explica Phil Robertson, de Human Rights Watch.

Sin embargo, Hun Sen siempre había mantenido cierta fachada democrática para satisfacer las demandas de los donantes internacionales que financiaban a buena parte del Gobierno. Una fachada que, a medida que el apoyo de China crecía durante los últimos años, se ha hecho cada vez menos necesaria. "Ya sabíamos sobre los militares, sabíamos sobre la justicia y sobre los medios. Pero no podemos decir que [la situación ahora] sea la de siempre. Estamos viendo cosas que no habíamos visto nunca", asegura Robertson. "Camboya está en camino de convertirse en una dictadura de partido único".

Así, durante los últimos meses, el Gobierno del CPP ha iniciado una campaña para ilegalizar el principal partido de la oposición, el Partido del Rescate Nacional de Camboya (CNRP en sus siglas en inglés), al que pertenece el propio Kem Sokha que aparecía en la portada del Cambodia Daily. Además ha incrementado la presión sobre activistas y forzado el cierre de varios medios, entre ellos el periódico anteriormente citado, pero también otros históricos como las sedes en Camboya de las radios de Voice of America y de Radio Free Asia.

El despertar camboyano

Con la entrada del nuevo siglo, Camboya inició un periodo de crecimiento económico que permitió reducir la tasa de pobreza extrema y mejorar la situación de parte de la población del país, recuerda Katia Chirizzi, vicedirectora de la oficina regional del Sureste Asiático del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas. "Se dieron durante esos años algunas mejoras en algunos derechos, especialmente sociales y económicos", afirma la diplomática. El Cambodia Daily fue un símbolo de esa época de democracia desdibujada. Con su eslogan ‘Todas las noticias sin miedo ni favor’, fue fundado en 1993 y hasta el 2008 fue el único diario del país en lengua inglesa – poco a poco aparecieron más – y uno de los más influyentes. El propio rey Sihanouk, una figura controvertida y frenética de la política camboyana, solía leerlo cada mañana y anotar en los márgenes comentarios a los artículos para diseminarlos después.

Sin embargo, en un país en el que un 20% de la población aún no puede leer su propio idioma – que tiene un alfabeto diferente al latino – lo que se contara en inglés importaba poco al Gobierno. El recuerdo de los duros años de los jemeres rojos y de las guerras civiles vividas antes y después del régimen comunista también habían apagado los deseos revolucionarios de la población. Hun Sen se había erigido en el baluarte de la estabilidad política del país, un mantra que repetía cada vez que surgía alguna oposición política.

Las elecciones de julio de 2013 mostraron, sin embargo, que las cosas estaban cambiando. Durante días, miles de camboyanos se lanzaron a las calles para apoyar al jefe de la oposición, Sam Rainsy, recién llegado tras años de exilio, y las urnas dieron una ajustada victoria al CPP, algo que el CNRP, el partido de Sam Rainsy, interpretó como fraude. Desde entonces, la oposición ha tenido un papel más amenazante para el status quo y ha ganado cuotas de popularidad. La última muestra fueron las elecciones de distrito celebradas el pasado mes de junio en las que el CNRP ganó casi el 44% de los votos. "Con las elecciones de distrito se cruzó algún tipo de línea roja", afirma Phil Robertson. "Desde entonces, se ha dado una represión que no tiene precedente".

Para Kingsley Abbott, de la Comisión Internacional de Juristas, la estrategia del Gobierno camboyano pasa por el "mal uso de la ley y no de la intimidación física" para aclarar el camino de cualquier oposición. "El Estado de derecho no significa aprobar leyes o hacerlas cumplir. Significa que esas leyes estén escritas bajo los principios internacionales de derechos humanos", opina el jurista.

Según Abbott, el Acuerdo de Paz de París incluye provisiones para que la comunidad internacional evalúe el desarrollo político de Camboya y "tome los pasos apropiados para asegurar el respeto a estos compromisos", según reza el artículo 29."Igual es hora de apelar al tratado", afirma Abbott. Así, una coalición de más de 50 ONG ha emplazado a Francia e Indonesia, los dos países que lideraron las negociaciones del acuerdo del 91, y a Naciones Unidas a que implementen el artículo. Hun Sen, por su parte, sigue jugando con el tratado según su propia conveniencia, tildándolo de "fantasma" cuando se le exige su cumplimiento y apelando a él para usarlo contra la oposición. "Porque no han respetado el Acuerdo de Paz de París", dijo Hun Sen en el último aniversario celebrado el 23 de octubre, "el partido político será disuelto en el futuro. Es un hecho".

En el horizonte están las elecciones generales, previstas para julio del próximo año, unos comicios que, si el Gobierno no da marcha atrás y permite una oposición libre, supondrán el acto final de esa ilusión de democracia que tuvo una vez Camboya.