Pasajeros en un tren en Nueva Delhi, India.
(Prakash Singh/AFP/Getty Images)

Una reflexión que ayuda a entender India y los retos a los que se enfrenta.  

India’s Long Road

Vijay Joshi

Oxford University Press (OUP), 2017

“Los dos elementos fijos en el escenario sociopolítico de las políticas estatales de desarrollo de India son que es un país democrático y que es una sociedad increíblemente diversa”. El foco de atención de India’s Long Road es la economía, pero el análisis que presenta es muy amplio. Vijay Joshi aúna un compromiso entusiasta y un profundo conocimiento de la historia moderna de India con la distancia de un investigador que ha pasado gran parte de su vida fuera. En una época en la que nos llega una avalancha de obras sobre el futuro del país, este libro exhaustivo, detallado y muy equilibrado, escrito por un profesor de Merton College, en Oxford, ofrece un análisis profundo y recetas políticas carentes de lastre ideológico. En resumen, es de obligada lectura para cualquiera que esté interesado en India.

El éxito de India es importante, al menos, por tres motivos: pronto va a convertirse en el país más poblado del mundo; es ya, con gran diferencia, la democracia más grande; y, quizá lo más importante, a pesar de los avances conseguidos, en 2011 había todavía entre 270 millones y 360 millones de indios por debajo del umbral de pobreza, entre el 22 y el 30% de la población. Si queremos eliminar la pobreza extrema del mundo, debemos hacerlo aquí.

El autor examina el mediocre crecimiento de India tras la independencia, la incapacidad para crear empleo remunerado, el peso excesivo de las empresas de propiedad pública, la mala calidad de las infraestructuras y la insuficiencia de las normas medioambientales. Además de los éxitos y los fracasos de la gestión macroeconómica, Joshi escribe sobre la pésima calidad de la educación y la sanidad estatal, la necesidad de una red de protección mejor para los pobres y, lo más alarmante, la descomposición del Estado a largo plazo. Esto último ayuda a entender el enorme grado de corrupción, que disuade a muchas empresas extranjeras de hacer negocios en India. “Las élites locales son tan codiciosas como las nacionales y las de los Estados. Además, el olvido en el que estaba la administración provoca una seria ineptitud a la hora de utilizar bien los fondos disponibles”. Sin embargo, éxitos como el nuevo aeropuerto internacional de Cochin demuestran que, cuando un gran proyecto está en buenas manos, cuando no se cae en la corrupción, India puede estar a la altura de los mejores. A partir de ahí, el autor examina el papel del país en la economía mundial.

La parte buena es que existe un amplio margen de mejora en muchos frentes. La mala, que los obstáculos que impiden hacer esas mejoras son inmensos. Peor aún, muchos surgen de los fallos del Estado y sus procesos políticos. Las rentas están en manos de los partidos políticos, tanto a nivel regional como nacional. En los últimos 70 años, India ha tenido dos grandes aceleraciones en su crecimiento. La primera fue después de la independencia, en 1947, y la segunda se produjo tras la liberalización económica iniciada en los 80 y se disparó después de la crisis de la balanza de pagos de 1991. Hasta los 80, la tasa media anual de crecimiento medio era del 3,5%, y después pasó al 6%. Desde la primera década de este siglo se ha frenado debido a una gran reducción de las inversiones por parte de un sector privado sobrendeudado.

El Gobierno actual es seguramente el más liberal de la historia moderna de India. Pero el autor advierte: “Todo esto apunta a un problema general de la estrategia de Modi: se centra demasiado en proyectos específicos y demasiado poco en una reforma política general, sin la que lo más probable es que los proyectos se queden a medias o fracasen”.

El reto que afronta India es lograr que las rentas per cápita crezcan un 7% al año, lo que le permitiría entrar en el grupo de países de rentas altas, con una posición equivalente a la de Portugal, de aquí a dentro de 25 años. Solo tres economías han conseguido algo similar: Taiwán, Corea del Sur y China. Es evidente que el objetivo no se puede alcanzar con el modelo actual de reformas parciales, cuyo principal defecto, según el autor, “es la incapacidad de encontrar el papel apropiado para el Estado, las relaciones entre el Estado y el mercado y el sector privado”. El Estado indio quiere abarcar todavía demasiadas cosas. Debe limitarse a controlar lo que es verdaderamente de su competencia. Es necesaria una mayor liberalización para liberar las energías económicas y dejar que el mercado desempeñe su papel dinamizador y distribuidor. Es decir, el Estado sigue haciendo cosas que no tiene por qué hacer y fracasa en lo que sí debe hacer. No solo debe retroceder, sino que tiene que abordar las enormes distorsiones e ineficiencias del mercado de trabajo, que llevan décadas convirtiendo el dividendo demográfico en un desastre demográfico.

Entre 1999 y 2009, la fuerza laboral de India aumentó en 63 millones. El 44% estaba en el sector sumergido y otros 22 millones eran trabajadores irregulares en el sector regulado, mientras que el número de trabajadores formales en el sector regulado disminuyó en 3 millones. Como subraya Joshi, esa situación es una catástrofe social. En estas circunstancias, no es extraño que todos los estudios internacionales asignen a India una nota muy baja en eficiencia y honradez de las administraciones, así como en facilidad para ejercer una actividad económica. Uno de los aspectos más originales del libro es el argumento de que, en principio, sería posible proporcionar una renta básica a todos los habitantes, suficiente para sacarlos de la pobreza extrema, solo con que se dedicaran a ello unos recursos que hoy se despilfarran en unas subvenciones ridículas. Por citar un ejemplo, los gobiernos de los estados sobornan a los agricultores ofreciéndoles energía gratis, en lugar de garantizar un suministro de electricidad fiable.

El peligro de quiebra es grande, y no solo en el sentido económico. Si la economía no se comporta como es necesario, el partido gobernante, Bharatiya Janata, podría verse tentado por su “lado oscuro de la división entre castas y comunidades”. Eso podría desestabilizar la democracia india, sin duda uno de los grandes logros políticos de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial. Por el bien del futuro de este extraordinario país, por el futuro de la democracia, confiemos en que Modi haga lo que es debido.

Todas las miradas están puestas en China, que tiene prisa por convertirse en la próxima gran potencia mundial, pero es muy posible que India llegue antes. China lleva 10 años alcanzando primeros puestos: el mayor fabricante, el mayor exportador y el mayor poseedor de divisas extranjeras del mundo. Pero la población india está a punto de superar a la china, y es más joven. La historia reciente de Japón nos enseña que el envejecimiento y la reducción de la población tienen tremendas repercusiones negativas en el crecimiento económico. Este libro demuestra que existen muchos argumentos para pensar que India puede ponerse a la altura y adelantar a China. Ahora que el centro de poder económico y político está trasladándose a Asia, la carrera entre las dos potencias puede muy bien ser el factor que defina el siglo XXI. Y Joshi proporciona la clave económica para comprender a uno de los dos grandes protagonistas.

La conclusión política lleva a la reflexión: “La democracia india es una forma extrema de lo que David Runciman llama la trampa de confianza de la democracia. El sentimiento de que la democracia india puede sobrevivir a cualquier cosa que se le presente tiene el lado negativo de cierta tendencia a dejar que las cosas se deterioren y la incapacidad de elaborar estrategias claras a largo plazo”. Nadie sabe cuál es la solución a este dilema, no existen pautas, modelos ni fórmulas “que contengan el secreto para resolverlo.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.