El alarmismo de los medios y políticos que se han propuesto acabar con el tradicional multiculturalismo de Canadá ha cosechado escasos frutos, aunque sí ha forzado un debate social. Los analistas se preguntan por qué la mayoría de los canadienses defienden a capa y espada un modelo de convivencia tan vilipendiado en el resto del mundo desde el 11-S.

Si Canadá tiene una imagen internacional positiva es, en parte, debido a su adopción del multiculturalismo como filosofía de Estado y como política oficial. Las delegaciones extranjeras que visitan el país se interesan siempre por saber más sobre lo que hace Otawa para abordar la adaptación de los inmigrantes y los problemas relacionados con la identidad étnica y la nacionalidad. Por su parte, los diplomáticos canadienses en el extranjero hablan con orgullo del multiculturalismo, y los representantes consulares suelen mencionárselo a los posibles inmigrantes como prueba de que el país acoge de buen grado la diversidad cultural. En Europa, son muchos los analistas que tienen la sensación de que el modelo multicultural no está funcionando en sus respectivos países y se preguntan por qué parece triunfar en Canadá.

fotocanadaAhora bien, cuando se habla de multiculturalismo, en otros países no se sabe, en general, que en Canadá existe un apasionado debate sobre la relación entre la identidad étnica y la nacional. En realidad, cualquiera que analice lo publicado en los últimos años en los medios de comunicación canadienses, tanto impresos como electrónicos, se sorprenderá al ver el escaso apoyo que tienen, entre algunos de los principales creadores de opinión, la filosofía del multiculturalismo y su plasmación política, objeto reciente de críticas desde todas las áreas del espectro ideológico. Algunos dicen que se ha ido demasiado lejos al permitir que cada grupo étnico o religioso conserve su cultura, cosa que, insisten, limita su apego a Canadá. Desde el otro extremo se alega que no se ha hecho lo suficiente para abordar los problemas económicos de las minorías más vulnerables y que la discriminación sigue siendo un problema importante.

Contra todo pronóstico, las críticas de la prensa nacional no han minado demasiado la popularidad del multiculturalismo entre los canadienses, que de forma mayoritaria valoran favorablemente el término, según los sondeos. Un estudio llevado a cabo en septiembre de 2006 por la firma Leger Marketing revelaba que aproximadamente tres de cada cuatro ciudadanos sostienen que este modelo refuerza la identidad canadiense y no impide compartir valores comunes ni la integración de los inmigrantes. Alrededor de dos tercios de los canadienses están de acuerdo, además, en que favorece la cohesión social. Por último, un sondeo de Ipsos realizado el pasado junio muestra que el 82% cree que la composición multicultural del país es una de sus mejores cualidades.

Cuando el entonces primer ministro de Canadá Pierre-Elliot Trudeau presentó, en 1971, la política de multiculturalismo, declaró: “No puede haber una política cultural para los canadienses de origen británico y francés, otra para los pueblos aborígenes y una tercera para todos los demás. Porque, si bien existen dos lenguas oficiales [inglés y francés], no hay una cultura oficial, y ningún grupo étnico tiene precedencia sobre otro. Ningún ciudadano ni grupo de ciudadanos es otra cosa que canadiense, y todos deben ser tratados con justicia”. La prioridad era asegurar que todos pudieran participar y hacer sus aportaciones al país, sin discriminaciones. Para ello, el Gobierno debía facilitar las relaciones entre las diversas comunidades y ayudar a los recién llegados a dominar, al menos, una de las lenguas oficiales. A pesar de algunas críticas, la política encontró un apoyo razonable entre los ciudadanos. En sus 35 años de existencia, el modelo ha sufrido modificaciones, la más importante a principios de los 90, y ahora se centra en cuatro objetivos: facilitar la participación plena y activa de las comunidades étnicas, religiosas y culturales en la sociedad; fomentar la conciencia, el conocimiento y el diálogo sobre el multiculturalismo, el racismo y la diversidad cultural; facilitar las iniciativas y respuestas a los conflictos étnicos, raciales, religiosos y culturales y a las acciones motivadas por el odio, y, por último, mejorar la capacidad de reacción de las instituciones frente a la diversidad, eliminando los obstáculos para la igualdad. La meta es facilitar la integración de los inmigrantes y una mayor participación de las comunidades étnicas en las instituciones, además de combatir la discriminación.

Resulta difícil imaginar que unos objetivos de ese tipo puedan molestar a los detractores del multiculturalismo. Más bien parece inquietarles la filosofía vinculada a él. Lo que menos les gusta es el mensaje político subyacente: “El multiculturalismo garantiza que todos los ciudadanos puedan conservar sus respectivas identidades, enorgullecerse de sus antepasados y sentir que son parte de algo. La aceptación da a los canadienses un sentimiento de seguridad y confianza en sí mismos y les hace más abiertos y tolerantes respecto a otras culturas. La experiencia de este país ha demostrado que el multiculturalismo fomenta la armonía étnica y racial y la comprensión entre culturas”.

A principios de los 90, uno de los críticos más activos del multiculturalismo era el escritor canadiense Neil Bissoondath, que afirmaba que al animar a los inmigrantes y sus descendientes a “conservar sus identidades” se debilitaba de manera inevitable su apego a Canadá. Incluso llegaba a preguntar si existía una cultura nacional en la que pudieran integrarse, y decía que el multiculturalismo era el responsable de la supuesta falta de una identidad sólida del país. Para él y para otros detractores, cultivar múltiples identidades promovía la fragmentación, y no la unidad. Sin embargo, pronto pudo verse que esta opinión no se sostenía, a medida que aparecían estudios según los cuales inmigrantes y no inmigrantes sentían un nivel similar de apego a Canadá. En realidad, en su mayor parte, los inmigrantes y sus descendientes expresaban un sentimiento de pertenencia al país superior a la media.

Pese a ello, muchos creadores de opinión juzgaban contradictorio el hecho de que los inmigrantes mantuvieran fuertes vínculos con sus respectivos grupos étnicos además de con Canadá. En 1996, una revisión formal de los programas multiculturales del Gobierno reclamaba un mandato más enérgico “para fomentar una sociedad incluyente, en la que personas de toda procedencia y con identidades consideradas fundamentales para la construcción de una identidad [canadiense] en evolución tengan un sentimiento de pertenencia y apego a este país y una participación más plena en la sociedad”.

 

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EN DEFENSA DE LOS VALORES
En marzo pasado, un estudio de Ipsos para el Dominion Institute, realizado entre ciudadanos de habla inglesa, reveló que el sentimiento de pertenencia al país entre canadienses de primera generación es semejante al que existe en el conjunto de la población. Los de segunda se sienten más canadienses (88% en total) que los inmigrantes (81%) y que la población en general (79%).

Al no poder demostrar que éste era un aspecto problemático, los detractores modificaron sus argumentos, expresaron sus dudas de que los nuevos ciudadanos comprendieran suficientemente los valores canadienses –que, al principio, no estaban demasiado definidos– y empezaron a sugerir que el multiculturalismo era una de las principales amenazas contra ellos. Fue después del 11-S cuando el debate sobre los valores se colocó en primer plano, y entonces surgieron nuevas críticas al multiculturalismo. Alarmado, el analista canadiense Allan Gregg ha declarado que existen indicios de que los inmigrantes están cada vez más aislados de la sociedad en general, y ha insinuado que el multiculturalismo representa una amenaza contra la seguridad nacional, porque anima a ciertos grupos a llevar sus quejas políticas a Canadá desde sus países de origen. Es decir, que podría contribuir a justificar actos de violencia interracial. Gregg advierte de que, si el país no reexamina la política del multiculturalismo, corre peligro de convertirse en un escenario de violencia étnica y racial semejante a la ya vista en Londres, París y Sydney. Aunque ofrece pocas pruebas que respalden su opinión, está en consonancia con varios pensadores importantes. Sin embargo, su influencia en este sentido ha sido relativamente escasa, y la opinión sobre el multiculturalismo sigue siendo favorable.

No obstante, sí es cierto que la necesidad de identificar unos valores comunes resulta mucho más atractiva para los canadienses que el énfasis anterior en la necesidad de tener una cultura común. Muchos de los que antes afirmaban que el multiculturalismo debilitaba la identidad canadiense dicen ahora que son los valores lo que está amenazado por la diversidad. En respuesta, los partidarios de la política oficial insisten en que el propio multiculturalismo es un valor canadiense, y los críticos responden que fomenta los conflictos de valores entre distintas culturas. La diversidad religiosa ha sustituido, en parte, a otras expresiones de la identidad como factor que contribuye al menoscabo de los valores fundamentales. A menudo, cuando se hacen llamamientos a que las minorías compartan los valores de la mayoría, lo que está detrás es la preocupación por la dificultad de conciliar las diferencias entre musulmanes y no musulmanes. Y Canadá no es ninguna excepción, puesto que los conflictos relacionados con la identidad religiosa se han convertido en un motivo de inquietud mucho más grave que las tensiones lingüísticas tradicionales.

La identidad religiosa se ha convertido en un motivo mayor de inquietud que las tensiones lingüísticas tradicionales

Los defensores de esta teoría insisten en que el multiculturalismo facilita el desarrollo de prácticas nada liberales entre ciertas minorías religiosas y, más en particular, en el ámbito de la igualdad de sexos. Pero, si eso es cierto, tendrían que demostrar que quienes apoyan el multiculturalismo también defienden dichas prácticas retrógradas y dichas desigualdades, y eso es algo que aún está por demostrar. Los críticos fundan su opinión en una investigación realizada en octubre de 2006 por Environics para la Fundación Trudeau, basada en la pregunta: “Algunos grupos de inmigrantes y minorías étnicas tienen prácticas y creencias muy tradicionales sobre los derechos de la mujer y su papel [en la sociedad]. Algunas personas dicen que Canadá debe aceptar y acoger esas creencias tradicionales; otros sostienen que los inmigrantes y las minorías étnicas deben adaptarse a los principios de la sociedad canadiense en general en ese aspecto. ¿Cuál de estos dos puntos de vista coincide más con el suyo?”.

Como el 80% de los canadienses respondía que los inmigrantes y las minorías étnicas deben adaptarse a los principios de la sociedad canadiense en general, los enemigos del multiculturalismo interpretan que existe una preocupación generalizada sobre sus posibles efectos negativos. La pregunta no mencionaba el multiculturalismo y dejaba bastante claro que las prácticas tradicionales equivalen a desigualdades. No obstante, a partir de ella, algunos analistas han decidido establecer la relación entre el multiculturalismo y la posible violación de los derechos de la mujer.

Por otra parte, los partidarios del multiculturalismo pueden alegar un estudio sobre las actitudes canadienses respecto a los derechos fundamentales que revela que un 85% de quienes creen que el multiculturalismo es un valor canadiense muy importante creen asimismo que la igualdad entre sexos es muy importante, y viceversa. Y otro estudio revela que los detractores del multiculturalismo suelen estar mucho más a favor de investigar las creencias religiosas y los valores de los posibles inmigrantes, una iniciativa que atrae mucho menos a sus defensores.

Está claro que el mensaje del multiculturalismo en Canadá forma parte de un espíritu ético general que fomenta el respeto a los derechos fundamentales y, por consiguiente, concede gran importancia a la igualdad de sexos. De hecho, la conservación y mejora del legado multicultural de Canadá figura en una Carta de Derechos que da prioridad a la igualdad de hombres y mujeres y otras libertades fundamentales. Dicha Carta contiene una serie de disposiciones sobre libertad religiosa que los que tanto se preocupan por la necesidad de identificar valores comunes han decidido ignorar porque, por lo visto, prefieren centrar sus críticas en el multiculturalismo.

No cabe duda de que el debate sobre el multiculturalismo y la integración seguirá siendo objeto de interés y atención tanto en Canadá como en otros Estados. ¿Qué pueden aprender otros de la experiencia canadiense? En primer lugar, conviene recordar que su historia y su composición demográfica se diferencian de las europeas, especialmente por la falta de un grupo étnico dominante. Pero tal vez es más importante aún el hecho de que Canadá transmite un sólido mensaje multicultural, da la bienvenida a múltiples identidades y no hace llamamientos oficiales a los inmigrantes para que sus hijos se vuelvan más canadienses.

Por otro lado, las políticas del Gobierno federal en los ámbitos de la inmigración y del multiculturalismo son más integradoras, porque se centran en aspectos como el intercambio cultural y la eliminación de barreras contra la participación en las instituciones sociales comunes. Puede decirse que el modelo canadiense es multicultural en su filosofía e integrador en la práctica. Y esto no es contradictorio, sino que refleja la inclinación de muchos inmigrantes a conservar los elementos de su legado y de su tradición que más valoran, y al mismo tiempo que están deseando –en su mayoría– participar en la vida institucional. Una proclamación inequívoca de que la estrategia canadiense es “multicultural e integradora” podría ayudar a calmar las preocupaciones de partidarios y detractores de esta política, o invitarles a hacer sus respectivos llamamientos a las autoridades para que resuelvan la supuesta ambigüedad.

 

 

¿Algo más?
Jack Jedwab ha realizado numerosos estudios de opinión sobre el multiculturalismo dentro y fuera de Canadá. Los resultados pueden consultarse en la web de la Asociación para los Estudios Canadienses (www.acs-aec.ca). Entre sus artículos más recientes destacan ‘Neither Finding nor Losing Our Way: The Debate Over Canadian Multiculturalism’ (Canadian Diversity, invierno, 2005) y ‘Muslims and Multicultural Futures’ (Canadian Diversity, otoño, 2005), en los que el autor compara las actitudes de los canadienses respecto a la diversidad étnica con las del resto del mundo.

En el campo defensor del multiculturalismo canadiense, merece la pena leer Finding Our Way: Rethinking Ethnocultural Relations in Canada (Oxford University Press, Oxford, Reino Unido, 1998), de Will Kymlicka. Su autor, catedrático de Estudios Canadienses en Filosofía Política en la Universidad de Queen (Kingston, Ontario, Canadá), sostiene que los obstáculos para la integración son superables. Al contrario, el consultor y analista Allan Gregg defiende en ‘Identity Crisis’ que el sistema no funciona y que la “autosegregación” está en ascenso en las principales ciudades de Canadá (www.walrusmagazine.com/print/2006.03-society-identity-crisis).