Peatones caminan frente a una televisión que muestra el misil balístico lanzado por Corea del Norte a su paso por Japón. (Toru Yamanaka/AFP/Getty Images)

En medio de la turbulenta situación actual de la seguridad, instalar armas nucleares de Estados Unidos en Japón será un mal necesario.

Después de haber visto el considerable arsenal nuclear que posee Corea del Norte y hasta qué punto ha mejorado su capacidad de lanzar misiles balísticos intercontinentales, el mundo no tiene más remedio que tolerar el hecho de que cuenta, ilegítimamente, con armamento nuclear.

Pyongyang nunca va a entregar sus armas nucleares, que considera esenciales para que el régimen sobreviva. Y tampoco es posible eliminarlas sin un ataque preventivo masivo que provocaría una respuesta catastrófica contra Corea del Sur y Japón.

El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acaba de aprobar una resolución para imponer nuevas sanciones, más estrictas, a Corea del Norte. Pero no se ha llegado al pleno embargo de petróleo ni otras súper sanciones que constituyan una amenaza inmediata contra la supervivencia del régimen, y que obligarían a Pyongyang a abandonar las armas nucleares. Se cree que el país tiene unas reservas de petróleo suficientes para un año y, además, una cierta capacidad de refino de crudo.

China está en contra de esas sanciones. Sin embargo, tras las últimas provocaciones norcoreanas, ha aceptado unas medidas adicionales y más duras, y es posible que aplique de forma más estricta las ya existentes. China lleva mucho tiempo siendo el principal proveedor de petróleo y cereal de Corea del Norte, para mantener un colchón estratégico frente a Estados Unidos y evitar la caída del régimen, que supondría una llegada masiva de refugiados norcoreanos. Pero ahora el propio territorio chino está también amenazado por el armamento nuclear de Pyongyang, puesto que el alcance de los nuevos misiles llega al norte del país, incluida la capital, Pekín.

Rusia tampoco quiere contribuir a imponer sanciones extremas. Está suministrando a Corea del Norte grandes cantidades de gasolina y combustible para aviones, como si quisiera compensar la reducción que ha llevado a cabo China tras las exigencias del presidente estadounidense, Donald Trump. Moscú se ha convertido en el principal apoyo de Pyongyang, sobre todo dada la hostilidad que gobierna la relación con Estados Unidos tras las duras críticas estadounidenses a propósito de la anexión de Crimea y la injerencia rusa en las elecciones presidenciales del año pasado. El presidente ruso, Vladímir Putin, ha hecho una serie de declaraciones contra la opción militar y contra las sanciones extremas a Corea del Norte y ha sugerido que, en su lugar, se entablen negociaciones sobre un control de facto de las armas nucleares.

Corea del Norte va a aprovechar esta desunión entre Estados Unidos, China y Rusia para seguir desarrollando su arsenal nuclear. De modo que, de aquí a uno o dos años, estará en peligro la propia existencia de Japón, sobre todo cuando Pyongyang desarrolle unos misiles intercontinentales capaces de llegar al territorio continental de Estados Unidos. Entonces, Tokio no podrá fiarse de los mecanismos norteamericanos de disuasión, puesto que no estará claro que Washington quiera asumir las represalias nucleares.

Una defensa antimisiles insuficiente

El sistema de defensa antimisiles de dos niveles que posee Japón en la actualidad es insuficiente. Está diseñado como un sistema de defensa de zona, incapaz de proporcionar un escudo completo contra el considerable número de misiles nucleares de Corea del Norte, en particular después de los últimos avances técnicos. Alentado por el complejo industrial-militar de Estados Unidos y su ánimo de lucro, y con el fin de reforzar sus defensas actuales, el Gobierno japonés está tratando de adquirir Aegis Ashore, una variante terrestre del sistema defensivo de los buques de guerra. Pero un sistema de defensa no bastará nunca para resolver el problema fundamental. Lo único que puede disuadir a Corea del Norte es la amenaza de represalias nucleares.

De aquí se deduce que, cuando la crisis se intensifique, Japón seguramente querrá nuclearizarse para depender de sí mismo y tener independencia estratégica, y eso significará derogar la alianza con Estados Unidos, el único garante de su seguridad.

Otra posibilidad es que, después de sufrir un ataque nuclear, Japón ponga fin a la alianza y no tenga más remedio que nuclearizarse para ser autosuficiente y tener esa independencia estratégica. En cualquiera de los dos casos, Estados Unidos perderá a un aliado crucial para mantener su hegemonía militar mundial con la vista puesta en nuevos despliegues, la logística consiguiente y otras funciones de apoyo cruciales.

Japón tiene una política no nuclear que es objeto de grandes controversias nacionales y, al mismo tiempo, se enfrenta a un dilema. Su experiencia histórica, única en el mundo, con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, ha hecho que sea un país comprometido con el desarme nuclear y con el Tratado de No Proliferación desde una posición de potencia no nuclearizada. En esa línea, siempre ha llevado una política nacional de no poseer, producir ni introducir armas nucleares. No obstante, su seguridad nacional depende en gran medida de la disuasión nuclear que ejerce Estados Unidos.

‘Compartir’ la capacidad nuclear

Pare evitar que Japón se convierta en un actor imprevisible, Estados Unidos debería adoptar una política de compartir la capacidad nuclear con el país asiático, de acuerdo con el modelo utilizado en el marco de la OTAN. Dicho modelo incluye en la planificación del uso de armas nucleares a los países miembros que no tienen las suyas propias; más en concreto, que las fuerzas armadas de dichos países participen, llegado el caso, en el lanzamiento de las armas.

Estados Unidos tiene que aprovechar el periodo pacífico y planificar con Japón el uso de armas nucleares tácticas y suministrar misiles de crucero Tomahawk con cabezas nucleares para que la amplia flota japonesa de submarinos convencionales pueda utilizarlos en caso necesario. Dichos misiles deberían estar almacenados en alguna base estadounidense en territorio japonés. Washington debe controlarlos con un dispositivo de seguridad para impedir que se armen y se detonen sin autorización.

Para poder introducir armas nucleares estadounidenses en territorio japonés sin infringir la política no nuclear de Japón, las armas estarían en manos de las tropas norteamericanas estacionadas allí. Es un mal necesario, en la agitada situación actual que vive la región. Japón no tendría que producir ni poseer armas nucleares, por lo que seguiría respetando sus compromisos con arreglo al TNP. Y de esta forma se reforzarían los fundamentos políticos de esta crucial alianza bilateral.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia