BUENA VECINDAD

La valla no representa tanto la diferencia entre Melilla y la vecina provincia marroquí de Nador como la desigualdad entre la rica Europa (unos 25.000 euros de renta per cápita) y el África subsahariana (menos de 550 euros). No es casualidad que su construcción se inicie a finales de los 90, tras la entrada en vigor del Acuerdo de Schengen. La valla es la respuesta española a las exigencias europeas sobre el control de las fronteras exteriores.
El PIB de España es casi 20 veces el de Marruecos. Con la excepción de las dos Coreas es la diferencia de renta más alta entre países vecinos. Sin embargo, esta frontera no es una línea de guerra, sino que materializa una oportunidad de enlace. Mientras que la valla simboliza la separación del exterior, la frontera es sinónimo de paso. Así lo demuestran cada día las más 20.000 personas que la cruzan a ambos lados a través de varios puestos fronterizos.

La entrada de España en la UE en 1986 ha hecho olvidar a los españoles lo típico que era pasar a Francia. Siempre había oportunidades que no se encontraban en su país, y con mejores condiciones y precios. Treinta años después, el Mercado Único y Schengen han diluido estas diferencias.
Para los marroquíes, Melilla no deja de ser un pedazo de la UE con muchas oportunidades de empleo, educación, comercio y atención sanitaria. De hecho, cerca de 2.500 nadorenses tienen contratos de trabajo en esta ciudad y atraviesan diariamente la frontera para ir a trabajar.

Aunque tradicionalmente Melilla (y Ceuta) generan tensiones en las relaciones oficiales entre Madrid y Rabat, para melillenses y nadorenses, ajenos a la alta política, la convivencia ofrece numerosas oportunidades. De hecho, pese a sus nobles propósitos, la Política Europea de Vecindad de la UE no ha conseguido aún materializar proyectos en una frontera en la que la vecindad –con minúscula– funciona día a día. Esto es algo que no debería desaprovecharse.

José María López Bueno es presidente de la Sociedad Pública para la Promoción Económica de Melilla.

 

 

EL MIEDO AL OTRO  

La política europea que ha impulsado la construcción de estos muros de Ceuta y Melilla simboliza el repliegue identitario que causa estragos no sólo en Europa sino en todo el mundo desde hace casi dos decenios.

¿Representan estos cercados de hierro de 20 kilómetros de largo y seis metros de alto el deseo de retorno al origen del Viejo Continente? De hecho, la mitología griega, fuente fundamental de la identidad europea, se refiere a las columnas de Hércules o, dicho de otra forma, a Gibraltar en Europa y el monte Abyla en África, como la separación entre el mundo civilizado y el de los salvajes. Existe la tentación de pensar en el resurgir de ese miedo ancestral cuando se oyen las declaraciones del ministro alemán del Interior, Wolfgang Schäuble, felicitándose”, en abril de 2007, de que “los ciudadanos [europeos] esperan que la Unión Europea les asegure una protección eficaz de sus fronteras exteriores”. De hecho, la Unión acababa de aprobar la creación de la fuerza de intervención, compuesta de 116 buques, una treintena de helicópteros y más de veinte aviones, además de varias centenas de policías de frontera. Así como toda una panoplia de equipamientos de vigilancia, radares y cámaras ultrasofisticadas para controlar las fronteras marítimas del sur de Europa. Estos dos muros, coronados de alambre de espino y con un sistema de detección de ruido y movimiento, fueron la primera gran construcción del presente milenio financiada con fondos de la Unión Europea en el continente africano.

Con esto, además de las barreras jurídicas que se instalaron en Europa contra la inmigración hace unos años, se suman las barricadas físicas móviles (Frontex) o fijas (los muros de los dos enclaves). Los graves incidentes ocurridos en 2005, cuando murieron varios inmigrantes en la frontera, recordaron el tristemente célebre death-strip (franja de la muerte) del muro de Berlín. Este triste episodio provocó, por una parte, un exceso de mediatización de los inmigrantes subsaharianos en Marruecos y en el Magreb, que generó más xenofobia y agresividad, traducidas en ataques, delaciones y sospechas por parte de los autóctonos; y por otra, la búsqueda de una nueva vía de acceso al territorio europeo, aún más peligrosa, a través del archipiélago canario. El resultado, según algunas estimaciones españolas de 2006, fue que 6.000 inmigrantes murieron al intentar alcanzar Canarias en embarcaciones precarias.

Otro resultado, inesperado, de los muros de Ceuta y Melilla fue la excitación del deseo de alcanzar Europa costara lo que costara. Lo sabemos bien y desde siempre: ¡lo prohibido sabe mejor! No en vano, habría que recordar que hasta comienzos de los 90 muchos países europeos no habían establecido todavía ni muros ni visados y, sin embargo, Europa no fue invadida por nadie.

Maâti Monjib, profesor de la Universidad de Rabat, es Patkin Fellow en la Brookings Institution, Washington DC, EE UU.