A pesar de un valiente comienzo, Chad, un país pobre pero rico en crudo, ha sucumbido a la maldición de los recursos. Pero todavía no es demasiado tarde para escapar.

Cuando se descubrió petróleo en Chad, los analistas reaccionaron con un prudente optimismo. Sabían que el país no contaba con la infraestructura o la madurez política necesarias para absorber tales ingresos de un modo que pudiera beneficiar a la gente. La maldición de los recursos había devorado ya la política y la economía de innumerables Estados ricos en minerales y crudo, y Chad se perfilaba como el siguiente de la lista.

Pascal Guyot/Getty Images

Hasta el momento, los escépticos se han mostrado en lo cierto. A pesar de un inicio prometedor, en la actualidad está gastándose más dinero para conseguir armas y comprar adversarios que para construir escuelas y alimentar a la población más vulnerable. Quizá era inevitable que este país africano siguiera por la senda de otros productores de petróleo, donde la mala gestión financiera y la corrupción han empobrecido y desestabilizado a los Estados. Quizá, “las defensas que se sugieren [contra la maldición de los recursos] son tan utópicas como el objetivo global que se supone que deben contribuir a lograr”, como afirma Moisés Naím en el artículo ‘The Devil’s Excrement’.

Aun así, Chad tiene una buena oportunidad para conjurar la maldición de los recursos. Y todavía podría hacerlo –si los cambios comienzan ya mismo.

Al encontrarse con la gran oportunidad que en 2003 le ofreció el crudo, Chad –un vasto país que se extiende por África central y occidental— se propuso hacer las cosas bien. El gobierno de Yamena se sentó a hablar con expertos en combatir la maldición de los recursos del Banco Mundial (BM) y puso en marcha un plan para luchar contra la pobreza con el petróleo. A cambio de la ayuda del BM para financiar un oleoducto de 4.200 millones de dólares (unos 2.900 millones de euros), el Ejecutivo accedió a dedicar los ingresos del oro negro a mejorar la vida de la población, presente y futura, del país. Los petrodólares irían a parar a una cuenta separada destinada a sufragar los gastos de proyectos sociales de educación y sanidad (en lugar de llenar las arcas del régimen). El plan estaba pensado para sofocar las posibles tentaciones de corrupción antes siquiera de que comenzaran. Y en un país en el que la ONU calcula que uno de cada cinco niños morirá antes de su quinto cumpleaños, los proyectos de desarrollo financiados por este codiciado recurso de Chad no sólo eran prometedores, eran esenciales.

Pero cuando la explotación del crudo comenzó en 2003, las cosas no marcharon como estaba planeado. Varios intentos de golpe de Estado ofrecieron al Gobierno la excusa perfecta para renegar de sus compromisos. El presidente chadiano, Idriss Déby, asaltó la hucha del petróleo por primera vez en enero de 2006, sacando dinero para emplearlo en proyectos de defensa nacional; el Banco Mundial reaccionó suspendiendo sus programas. Pero en lugar de arrepentimiento por parte del régimen de Déby, lo que el BM obtuvo fue obstinación: Yamena aprobó regulaciones que eliminaban la vigilancia de civiles y del Banco Mundial sobre los ingresos del petróleo. El Ejecutivo redujo poco a poco el poder del Comité de Control y Supervisión de los Ingresos del Petróleo (Collège de contrôle et de surveillance des revenus pétroliers), un órgano que incluía a miembros de la sociedad civil y vigilaba la gestión de los fondos.

Y así hasta hoy, momento en que el oro negro se ha convertido en un medio para reforzar las fuerzas armadas del país, recompensar a sus cómplices, y ganarse a miembros de la clase política –todo ello garantiza que no se producirá en Chad un genuino dialogo político que mejore la gobernanza. Esto ha atizado el antagonismo entre el régimen y sus adversarios y ha contribuido a mantener el país en un estado de crisis política y a su población en la miseria más absoluta.

Mientras tanto, continúa escalando la tensión entre Chad y su vecino, Sudan. Cada país respalda a grupos rebeldes que operan en territorio del otro, lo que proporciona al Gobierno una justificación para seguir fortaleciendo su Ejército (en vez de financiar escuelas y clínicas). En palabras de Naím: “la concentración del poder, la corrupción y la capacidad de los gobiernos para ignorar las necesidades de sus poblaciones dificultan el poder hacer lo que se requeriría para resistir la maldición de los recursos”.

Habría además que establecer una supervisión más estricta para enfrentarse a la plaga de clientelismo político y favoritismo

El destino de Chad parece probar este razonamiento. Pero hay ciertas medidas que todavía podrían sacarlo de los escombros. En primer lugar, el Gobierno debería incluir la cuestión de cómo usar los ingresos del petróleo en el diálogo nacional que comenzó en 2007. Estas consultas tendrían que incluir a la oposición política, la sociedad civil y a representantes de las regiones productoras de crudo.

En segundo lugar, debería crearse un organismo independiente y multidisciplinar compuesto por representantes de líderes chadianos y de la sociedad civil internacional para reemplazar al Grupo Consultivo Internacional. Con el apoyo financiero del Banco Mundial, su papel sería emprender estudios, hacer recomendaciones y ofrecer apoyo técnico al Comité de Control y Supervisión de los Ingresos del Petróleo. Habría además que establecer una supervisión más estricta para enfrentarse a la plaga de clientelismo político y favoritismo.

Nada de esto será fácil, y a Chad le vendría bien un poco de ayuda –concretamente de Francia, Estados Unidos y China, todos con importantes intereses petrolíferos y de otro tipo en Chad. Estos países tendrán que estar detrás del diálogo nacional sobre los ingresos del petróleo si se quiere conseguir que N’Djamena se sume a la iniciativa. El apoyo al presidente Déby debería estar condicionado a la reforma de su Gobierno.

¿Puede entonces escapar Chad a la maldición de los recursos? Si consigue redirigir los ingresos que produce, contará con grandes probabilidades de que el crudo sea una bendición, no una maldición. El oro negro podría hacer mucho en la lucha para mejorar las terribles condiciones humanitarias del país. Pero mientras los recursos de Chad sigan sirviendo para comprar armas y beneficiar a la élite política, esta maldición seguirá creciendo.

 

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