Vehículo electrónico politrónico (Martin Bernetti/AFP/Getty Images)
Vehículo electrónico politrónico (Martin Bernetti/AFP/Getty Images)

El emprendimiento en América Latina constituye hoy día un tema de gran interés y ha sido incorporado a la agenda política de diferentes países de la región. Chile destaca por haber impulsado durante más de medio siglo medidas orientadas a construir una “infraestructura institucional” favorable al desarrollo empresarial.

En el año 2010, bajo el Gobierno de Sebastián Piñera, Chile lanzó un programa novedoso de emprendimiento e innovación –el programa Start-Up Chile (SUP)- con el objetivo de insertar al país en cadenas de valor globales que le permitieran desarrollar una industria competitiva, adaptándose así a las condiciones que plantea un mundo globalizado.

Aunque el apoyo al emprendimiento en Chile empezó mucho antes, con la creación en 1939 de la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo) -el principal organismo público dedicado a prestar apoyo al desarrollo empresarial-, el rígido sistema institucional obstaculizó el desarrollo del tejido emprendedor.

Desde la creación de la Corfo, sucesivas leyes permitieron el desarrollo de la industria de capitales de riesgo, que dieron lugar a la creación de los Fondos de Inversión de Capital Extranjero de Riesgo (Ficer) en 1987 y varios fondos de inversión públicos en 1989. Sin embargo, las rigidez de la Administración chilena y la falta de experiencia, pusieron trabas al objetivo principal de estas medidas. Las reformas del Mercado de Capitales realizadas en 2002, 2007 y 2010 intentaron superar estos obstáculos, pero también había que contar con la cultura empresarial chilena. Los empresarios chilenos contaban en muchos casos con proyectos poco novedosos que no tenían el potencial suficiente para atraer a inversionistas extranjeros, por lo que el acceso al capital era limitado, permaneciendo como negocios a escala local.

Así en 2010 hizo un cambio para impulsar el emprendimiento en Chile. El entonces ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, le propuso a Nicolás Shea el cargo de asesor de Innovación y Emprendimiento, quien esbozó el programa SUP. Shea es un emprendedor chileno que estudió en la Universidad de Stanford y conocía de primera mano el problema al que se enfrentaban muchos de los emprendedores recién graduados en Stanford. A pesar de su alta cualificación, tenían importantes dificultades para obtener un visado de Estados Unidos que les permitiera desarrollar allí su proyecto de negocio. Por lo tanto, el programa que Shea presentó a Fontaine partía de la base de importar estos emprendedores a Chile, lo cual permitiría convertir al país en uno de los principales enclaves de innovación mundiales.

La idea era: durante 6 meses, los emprendedores que quisieran acogerse al programa SUP debían ejecutar su proyecto empresarial en Chile con los recursos con los que contaran. A cambio, recibían 40.000 dólares de capital semilla sin requerir participación en el capital; un visado de trabajo por un año y una oficina compartida. SUP fue puesto en marcha de inmediato mediante un programa piloto.

El programa se ha ido dividiendo en generaciones conforme se iban incorporando nuevos participantes. Cada una de ellas ha vivido cambios debido a que se resolvían ...